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Rivera Dorado, Miguel y Ascensión Amador Naranjo
1994 El laberinto de Oxkintok. En VII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1993 (editado por J.P. Laporte y H. Escobedo), pp.600-606. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.
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EL LABERINTO DE OXKINTOK
Miguel Rivera Dorado
Ascensión Amador Naranjo
Para muchos investigadores de la cultura Maya que han propugnado y propugnan una rotunda línea de continuidad entre la tradición prehispánica de las Tierras Bajas y las manifestaciones etnológicas, nada puede haber más subyugante que identificar en el registro arqueológico elementos, hechos o instituciones que tengan obvio reflejo en las colectividades indígenas actuales. A veces la información contrastante procede de las fuentes etnohistóricas, como ha sucedido con los rituales del Uayeb interpretados sobre el material de Santa Rita Corozal a partir del texto de Diego de Landa (Chase 1985). Sea de un modo u otro, es innegable que la documentación posterior a la conquista española puede arrojar luz, a menudo determinante, sobre conformaciones objetuales o inferencias varias obtenidas por el proceso de excavación; no otra cosa es el método analógico que todos, con mayor o menor profundidad, utilizamos, casi siempre de manera inconsciente, para poder identificar, clasificar, entender, incluso nombrar los item del registro arqueológico. En casos especiales – el citado de las ceremonias del Uayeb, del Chacha o de algunos de los que menciona Tozzer (1941) en sus notas a la crónica del polémico franciscano – tal analogía resulta categóricamente distinta porque afecta a complejos de elementos, a actividades que utilizan un extenso surtido de objetos, a patrones de comportamiento específicos, de difícil parangón en un horizonte mundial. Entonces, el traslado al pasado de la observación etnográfica o el ajuste del descubrimiento arqueológico al informe del etnógrafo, debe realizarse con exquisita cautela, es un procedimiento de enorme dificultad, pero ofrece al final extraordinarias compensaciones porque permite interpretaciones globales y establecer mediante hipótesis de amplio espectro la red de relaciones en la que elementos de hecho van cobrando sentido.
Debido al firme convencimiento de que el diálogo entre arqueólogos y etnólogos que trabajan sobre líneas confluyentes o conexas de tradición cultural es de gran utilidad para una mejor comprensión de los datos que la investigación hace aflorar en cada uno de los dos ámbitos de estudio, hemos procurado mantener a lo largo del desarrollo del Proyecto Oxkintok esa colaboración viva e interactuante. No deseábamos detectar muestras de las llamadas «supervivencias», ni tampoco proponer un principio de continuidad histórica de carácter mecánico, como hacen muchos manuales de uso, en los que a la época antigua sucede con naturalidad una época colonial y a ésta una moderna, sin más esfuerzo por dilucidar el cambio que la comprobación de las sucesivas peripecias del acontecer histórico. Queríamos que la operación de construcción in situ de los modelos etnográficos fuera contrastada día a día con la operación paralela que llevan a cabo los arqueólogos, es decir, pretendíamos que la reflexión teórica del dato de campo impone fuera compartida, discutida, matizada: etnógrafos y arqueólogos frente a frente; que las sugerencias o estímulos para la interpretación de los materiales en ambos mundos de la mayística no proviniera de la analogía global, de la comparación a gran escala, de la capacidad intuitiva de cada quien, aunque esos recursos no se desdeñaron en absoluto, sino primordialmente de los referentes situados en los diferentes segmentos del tiempo. Una inspiración, insistimos, de tipo teórico, no transposiciones automáticas y con ello hay que entender una guía para la elaboración de hipótesis, un marco para la sistematización o integración de datos aparentemente dispersos, un mecanismo provocador que fuerce o ilumine la formalización de pautas culturales del pasado o del presente. Entonces es cuando la interpretación, creemos, es más fiable o hasta posible. Entonces es cuando la información decodificada se hace digna de tal nombre.
A lo largo de las excavaciones realizadas en Oxkintok se hizo evidente que existían tres puntos del tejido urbano en los que se podía poner a prueba una metodología como la discutida hasta aquí. Los grupos Xanpol y Entzil y el edificio llamado Satunsat concitaban el particular interés de los nativos establecidos en los poblados de los alrededores, sobre todo de Maxcanu. Los tres conjuntos arquitectónicos poseen nombres Mayas tradicionales y en los tres suceden cosas portentosas que los ligan con el bagaje ideológico que sirve hoy de modelo explicativo del universo, su naturaleza y funcionamiento, a los habitantes de la región. Es decir, por alguna razón los Mayas actuales se sirven de tres localidades de las ruinas de Oxkintok como apoyos para la ordenación y comprensión de su mundo. En Xanpol se dice que suena una extraña música en determinadas ocasiones y circunstancias. En Entzil hay un rincón especialmente sagrado por donde sale un viento del interior de la tierra. En Satunsat se produce la iniciación de muchos h’menes o curanderos. Veremos a continuación de qué manera podemos interrelacionar la arqueología del Santunsat con la teoría subyacente a las informaciones etnográficas.
En primer lugar es necesario tener bien presente que el principal signo distintivo del Satunsat, lo que hace de esta construcción un caso singular, raro, notable, al menos a los ojos de un analista occidental contemporáneo, es su planta (Figuras 1, 2 y 3). El Satunsat es un edificio de planta laberíntica, es decir, la comunicación entre los diversos «cuartos» en que está dividido el espacio interior, se hace de manera caprichosa, irregular, zigzagueante, con varios alternados, casi nunca enfrentados, que se sitúan por lo general cerca de los extremos de las paredes y que a veces conducen a recintos sin salida. Otras muchas características que ya hemos enumerado en anteriores publicaciones refuerzan el carácter laberíntico del edificio que los Mayas llaman Satunsat, palabra que significa «perdedero», «lugar para extraviarse», basta con citar ahora una de ellas que conviene a la tesis que enunciaremos más adelante: la profunda oscuridad que reina en los cuartos o pasadizos del interior, que produce la inquietante alteración anímica de pérdida de referencias temporales, horarios, calendáricas, de modo que noche y día son inseparables y todos los días se confunden.
Los laberintos son construcciones y símbolos universales que indican las graves dificultades con que se tropiezan los seres humanos en el tránsito de un estado a otro. Suponen itinerario, recorrido, generalmente descenso y a lo largo de ese camino existen difíciles pruebas que sortear, terribles obstáculos que salvar. La travesía del laberinto con éxito implica cambio, mudanza, transformación, se pasa de la vida a la muerte, de la ignorancia al conocimiento, de las tinieblas a la luz. La planta del laberinto indica o sugiere titubeo, vacilación, duda, inseguridad, ausencia de certeza, su trazo implica dificultades en el recorrido, obstrucción en el deseo de alcanzar un punto dado – que suele ser el central -, posibilidad de errar eternamente de aquí para allá sin progresar de manera sustantiva en la dirección perseguida. Ese hecho físico concreto ha convertido la imagen del laberinto en signo para numerosos conceptos y actividades que entrañan riesgo, profundas transformaciones y, paralelamente, ausencia de control total sobre el proceso, ignorancia relativa de sus leyes e implicaciones, abundancia de alternativas y ubicación de las secuencias en planos o dimensiones de otras realidades ajenas a la cotidiana.
Figura 1 Planta del nivel inferior del Satunsat
Figura 2 Planta del nivel intermedio del Satunsat
Figura 3 Planta del nivel superior del Satunsat
No es de extrañar, por tanto, que el laberinto sea lo mismo un símbolo de la vía que desciende a los infiernos que del camino a los lugares cristianos de Tierra Santa. Culturas de todos los tiempos, a lo largo y ancho del planeta, han empleado un dibujo laberíntico o han erigido construcciones con esa planta para expresar tal complejo de ideas. Y aunque en Mesoamérica no es un símbolo frecuente, nosotros hemos tenido la fortuna de contar en Oxkintok con una estructura verdaderamente paradigmática de lo que es el laberinto. Además, al edificio están unidos muchos relatos de la tradición oral de la región que confirman y ahondan su valor simbólico universal. Por ello, nosotros creemos que estamos ante un caso extraordinario de confluencia de las apreciaciones etnográficas y las interpretaciones arqueológicas: los nativos tratan el edificio bajo dos perspectivas imbricadas, por su forma y características, como harían con un accidente de la naturaleza que les pareciera significativo (una cueva, una roca, un árbol, etc) y como parte de un área de ruinas que relacionan con su «historia», con un mundo pasado que consta de cosas, seres y hechos integrantes de su mitología y cosmología, como un marco de referencia para fijar su identidad cultural y la organización de las justificaciones culturales. El Satunsat de Oxkintok, pues, ha inspirado a los Mayas modernos un doble sentimiento producido por su apariencia y por las noticias conservadas y transmitidas respecto a su sentido. Son dos vectores idealmente fundidos en la mentalidad indígena: un valor intrínseco y otro contingente, un carácter afín al del orden natural de las cosas (un origen divino, en consecuencia y por ende de fuerte sacralidad) y otro desprendido del uso histórico supuesto. Como se puede apreciar, no mencionamos aquí la memoria del auténtico fin que los constructores del Satunsat buscaron en los siglos V y VI DC, que sería el núcleo de lo que llamaríamos «supervivencia», más todavía si esa memoria coincidiera con la utilización que aún se hace de la estructura, sino la clasificación que han venido haciendo las gentes de Maxcanu, por ejemplo, de los espacios construidos de Oxkintok y el comportamiento lógicamente deducido de tales identificaciones. Los Mayas de hoy, en otras palabras, no tratan de desentrañar la razón o el significado del edificio, que es lo que pretendería un occidental, antes bien aprovechan la existencia de la estructura para dotar de significación a una parcela de su propia cultura. El diálogo entre edificio e indígenas es de gran riqueza y nosotros proponemos que sugiere las categorías semiológicas puestas de manifiesto con la construcción y uso del Satunsat en la época prehispánica. ¿Qué mejor regalo para el arqueólogo que poder acercarse al funcionamiento de la mente de los pobladores de las antiguas ciudades? Nosotros creemos que uno de los motivos de que todavía estén mudas la gran mayoría de las edificaciones Mayas prehispánicas, de que no sepamos hilar el lenguaje de sus funciones y sus sentidos en los espacios urbanizados, se debe al desdén o a la incapacidad a la hora de valorar y usar las pautas de relación de los Mayas actuales con las ruinas que pueblan sus territorios. Ahí es donde la arqueología debe probar que es una disciplina antropológica y no una mera recopilación de aburridas descripciones de objetos y monumentos.
La historia del origen del mundo en Oxkintok, que transcurre casi íntegramente entre los muros del Satunsat y las prácticas comunes de los h’menes de la región, más la popular creencia en los aluxes que habían en las ruinas, son las principales pistas para nuestra indagación. La primera pone en conexión el Satunsat con caminos subterráneos, por donde llegaron los hombres de las primeras edades que fundaron Oxkintok, salieron a la superficie de la tierra por un agujero sobre el que luego construirían el edificio que hoy vemos. El mito da un carácter obvio de cueva al Satunsat, lo que su planta y el haber sido parcialmente excavado en la roca confirman – también la aparición de cerámica propia de las cuevas locales – y coincide con otros relatos mesoamericanos al afirmar que la humanidad surgió de una gruta. La arqueología no puede negar el carácter semisubterráneo del edificio y debe preguntarse a qué obedece; la coherencia de ese rasgo con la planta laberíntica y la oscuridad de los pasadizos interiores, permite ya presentar la hipótesis de que el Satunsat fue concebido como una cueva artificial.
Es habitual que los curanderos de la región se refieran a Oxkintok en sus preces y conjuros. La fórmula es ambigua y resulta difícil discernir si la ciudad es un ente sagrado, una fuerza, la sede de ciertos poderes, una hierofanía, o una divinidad en sí misma. Véase cómo se menciona la ciudad en una santiguada de un h’men de Maxcanu al principio de la curación:
«Entonces, entonces mis dueños
también vienen a hablar los hombres.
Arcángeles y nubes entonces yo los hablo.
Truenen como nubes nuestros hombres,
porque regrese otra vez.
Oíganlo Oxkintokes, se está yendo mi palabra.
Porque así sea: venga lo bueno,
lo sano sobre mi palabra.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Que haya ahora porque los estoy llamando.
Porque ahora está la dulzura de mi palabra.
Hay entonces, hombres, dulzura en mi llamada.
Los llamo y que se oiga en Oxkintok.
Que sea un doble sol, que sean Oxkintokes, que sea,
mesa de piedra, cerro de piedra,
porque los estoy moviendo,
que sea pavo de monte, ciudadores de montes, dueños de montes.
¿Por dónde vendrán?
Sea Oxkintok, sea nube nueva,
los estoy llamando».
Aquí se trata a los «Oxkintokes» como seres espirituales a los que invocar, como los «dueños de los montes», los balamob y eso hace de la ciudad la residencia principal de tales poderes. La relación con el «doble sol» nos parece aún más significativa, pues permite aventurar la idea tradicional de un sistema de organización dual en el sitio. Pero al Satunsat se refieren esos practicadores religiosos como el lugar del conocimiento, donde se adquieren el saber y las habilidades de la curación. Samuel Dzi, rezador de Maxcanu, cuenta que en una ocasión un niño se perdió en Satunsat y no volvió a aparecer hasta mucho tiempo después, pero entonces se había convertido en un hombre, no en cualquier hombre sino en un h’men. Román Ek, también de Maxcanu, expone una historia en la que un hombre fue iniciado por los espíritus guardianes de las ruinas, los balamob, en la práctica de la curación cuando se encontraba en Oxkintok – sin duda en el Satunsat -, donde también recibe el sastun a través del cual ejercerá el poder de averiguar los males que padecen los enfermos, las causas que los producen y los remedios adecuados. Igualmente, en la notable historia del origen del mundo en Oxkintok, el héroe Cham Tzin halla su destino de h’men en el interior del Satunsat, luego de vencer al monstruo Itzam que allí moraba. Precisamente nosotros pensamos que esta larga historia narra en conjunto un rito de iniciación para especialistas religiosos, que se han servido de un mito sobre las ruinas situando el ritual en el tiempo pasado pero para hacerlo efectivo en el tiempo presente. La conclusión es que en la medida en que los antiguos lugares sagrados – las ciudades arqueológicas – pierden su eficacia religiosa, se descubren y aplican otras formas simbólicas – que bien pueden ser narrativas – que representan en definitiva el mismo simbolismo (Amador Naranjo 1989).
En el varano de 1989, el arqueoastrónomo Ivan Sprajc realizó unas mediciones en el Satunsat que le llevaron a suponer que el edificio sirvió en la antigüedad para fijar, calcular y observar el movimiento aparente del sol, en especial durante los equinoccios (Sprajc 1990). Puesto que las tradiciones etnológicas mencionan caminos secretos en relación con el edificio, caminos que unen Oxkintok con la Catedral de Mérida, con Uxmal y Chichen Itza y que se cortan o interrumpen con la llegada de los españoles – lo mismo que el sol lo era en que vivían los Mayas -; que el laberinto ha sido lugar de paso de profetas modernos, como el famoso Enoc, que han profetizado allí el fin del mundo y que se presume que en ese momento supremo y definitivo reaparecerán los antiguos habitantes del país y entablarán feroz lucha con los europeos, hay suficientes indicios de la fuerte vinculación de la estructura arquitectónica con la mitología del astro rey.
Resumiendo: la investigación arqueológica explora y describe un edificio de tres pisos (Figuras 1, 2 y 3), con algunos agujeros de ventilación o tragaluces abiertos en la fachada occidental, con planta laberíntica, con orientación a los puntos cardinales, con angostos y oscuros pasadizos interiores, con el nivel inferior excavado parcialmente en la roca, con nexos solares indudables y con un importante enterramiento de noble personaje ubicado también en el piso primero. La investigación etnológica aporta un gran volumen de información sobre esa particular estructura, relacionándola con el principio y el fin de los tiempos, con la iniciación de curanderos, con el camino del sol, con el inframundo y los ritos funerarios. Además, ese edificio es un laberinto, símbolo universal cuyas connotaciones se ajustan como un guante a los datos arqueológicos y a las narraciones de los indígenas modernos.
Podemos entonces contestar a la pregunta primordial: ¿cuál era el sentido de tal construcción en la época prehispánica? Nosotros creemos que es posible, luego del reposado análisis de la información, elaborar la hipótesis de que el Satunsat fue erigido como un símbolo cosmológico en el que se concertaban los tres niveles del mundo y se expresaba el tortuoso camino que desciende a Xibalba, camino para después de la muerte – física o ritual – que emprenden aquellos a los que se les han de revelar los secretos de la existencia, de la curación, del renacimiento. Un lugar de iniciación, una ruta solar entre el cielo y el inframundo, una esperanza, pues, de resurrección. La cueva del origen y del fin de la vida. Un hito en la identidad colectiva de los antiguos habitantes de Oxkintok. Un monumento político e ideológico de primera magnitud.
Volviendo a la parte inicial de este trabajo, queremos destacar el valor que ha tenido para nuestras excavaciones en Oxkintok la documentación etnográfica reunida a lo largo de los seis años que ha durado el proyecto. Hemos visto la manera de aprovecharla para afianzar las interpretaciones sobre una construcción. Pero queremos ir aún más lejos, lo que dicen y hacen los indígenas respecto al Satunsat puede ser – ¿debe ser? – el núcleo del argumento metodológico que conduzca a una nueva visión de los conjuntos de ruinas como el de Oxkintok. Allá donde habitan grupos étnicos próximos a los sitios arqueológicos es posible preguntar y escuchar: saber preguntar y saber escuchar, claro, es imprescindible. Quizá el único significado que logremos jamás llegar a extraer del registro arqueológico en tales casos sea el que pase por los significados que propugnan quienes en lugar de estudiar las ruinas, las hacen parte necesaria y congruente de su realidad.
REFERENCIAS
Amador Naranjo, Ascensión
1989 El origen del mundo en Oxkintok. En Oxkintok 2:157-171. Misión Arqueológica Española en México, Madrid.
Chase, Arlen F.
1985 Archaeology in the Maya Heartland. Archaeology 38-1:3239. New York.
Sprajc, Ivan
1990 El Satunsat de Oxkintok: ¿observatorio astronómico?. En Oxkintok 3:87-97, Misión Arqueológica Española en México, Madrid.
Tozzer, Alfred M.
1941 Landa’s Relación de las Cosas de Yucatán. Papers of the Peabody Museum of American Archaeology and Ethnology, Vol.XVIII. Harvard University, Cambridge.