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García Targa, Juan
2005 Arquitectura y urbanismo Paleo-Cristiano en el área Maya: Distribución y uso de los nuevos espacios religiosos. En XVIII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2004 (editado por J.P. Laporte, B. Arroyo y H. Mejía), pp.596-610. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.
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ARQUITECTURA Y URBANISMO PALEO-CRISTIANO
EN EL ÁREA MAYA: DISTRIBUCIÓN Y USO DE LOS NUEVOS ESPACIOS RELIGIOSOS
Juan García Targa
Palabras clave:
Arqueología Colonial, Guatemala, Chiapas, época Colonial, siglo XVI, arquitectura, iglesias, conventos, Cristianismo
El término Paleo-Cristiano hace referencia al periodo temprano del Cristianismo, es decir, al tiempo transcurrido entre la aparición del hecho religioso-cultural, su imposición como culto del imperio durante el gobierno del emperador Constantino, a mediados del siglo IV DC, y la generalización a todo el territorio ocupado por la tradición romana. Incide en un periodo denso y complejo de la historia que tiene unos rasgos materiales en los que se combinan las formas y símbolos propios del nuevo culto con los recursos materiales, humanos y conceptuales de la cultura sobre la que se estaba superponiendo. Aspectos tan relevantes como la forma de concebir el espacio de culto, pasando por una iconografía nueva o la generalización de unos valores diferentes, llevaron consigo todo un programa en el que esas nuevas y viejas formas se fundían generando un modelo diferente y sincrético.
El término arquitectura Paleo-Cristiana incide en la o las formas de concebir el espacio y su materialización, aprovechando la tradición existente, pero imponiendo una nueva visión de la realidad y, fundamentalmente, de la relación entre la persona y la divinidad como fuente, razón y estímulo ante la vida.
LA PROPUESTA
La ponencia que se presenta a este evento tiene la intención de analizar la arquitectura Paleo-Cristiana en sentido amplio, considerando como tal desde las primeras manifestaciones europeas y asiáticas del siglo III DC, hasta las nuevas propuestas llevadas a cabo en el continente americano 1500 años después.
El objetivo no es comparar los recursos materiales, bagajes culturales u otros aspectos sin duda complejos y que exceden del espacio de esta ponencia. Se considera interesante desde el punto de vista histórico, cultural y sociológico analizar cómo en periodos diferentes, pero en contextos similares – el culto romano y el culto indígena como sustrato básico – se generan unas formas o respuestas similares. Las estrategias arquitectónicas asociadas al poder que debía imponerse llevaban implícitas una forma evidente de pensar, concebir, estructurar y manipular el espacio como herramienta excelente para difundir unas nuevas ideas y formas de entender la relación entre el hombre y su entorno, y, entre ellas, sus vínculos religiosos, sean cuales sean.
METODOLOGÍA DE TRABAJO
La producción arquitectónica lleva implícita dos fases complementarias, en primer lugar la programación teórica en respuesta a unas necesidades que habitualmente vienen definidas por unas directrices ideológicas o religiosas y, posteriormente o al unísono, la puesta en práctica de esas formas ideales. A la vez, la producción arquitectónica constituye la respuesta material a una reflexión teórica mediatizada por los condicionantes económicos, políticos y militares dentro de los que se desarrollan. Para llevar a cabo este modesto análisis, la investigación se ha desarrollado en dos vertientes complementarias.
En primer lugar, recopilar la documentación existente sobre las construcciones religiosas primitivas en el Viejo Mundo, entendiendo como tal, el marco ocupado por el Imperio Romano desde mediados del siglo II DC, analizando sus formas, características, distribución, etc. Dentro de este apartado, la liturgia constituye un elemento explicativo básico que razona y justifica cada una de las partes de la construcción, sus funciones y cambios sufridos a lo largo de los primeros siglos de la expansión y consolidación del Cristianismo. Así mismo, se han buscado modelos arquitectónicos en Hispania, en los que se puedan visualizar las formas constructivas y la distribución del espacio como reflejo de los rasgos que definen a ese nuevo culto.
También se ha llevado a cabo un estudio de las construcciones bajo imperiales y alto medievales realizadas en materiales perecederos, como recurso técnico utilizado en periodos de recesión económica y disminución de la especialización técnica. Se ha considerado de interés, por cuanto en muchas ocasiones son este tipo de construcciones las que definen los modelos existentes para el periodo estudiado y son reflejo claro de las realidades históricas de cada momento. Se ha considerado interesante desarrollar sucintamente este segundo aspecto dado que una buena parte de las construcciones coloniales tempranas del área Maya combinan materiales perecederos con partes construidas en mampostería, siendo relevante la búsqueda de posibles precedentes o modelos similares europeos de este tipo de construcciones que se pueden definir como provisionales.
Una vez clarificados los rasgos que definen a las construcciones Paleo-Cristianas del llamado Viejo Mundo, se procede a ver cómo las especificidades mesoamericanas en general y Mayas en particular, dotan al modelo original de una idiosincrasia propia que permite hablar de una arquitectura Maya Paleo-Cristiana, con unas variables formales significativas en las que inicialmente se entremezclan formas clásicas con aportaciones de la tradición medieval, junto a elementos indígenas de la tradición Clásica y Postclásica.
LAS PRIMERAS CONSTRUCCIONES CRISTIANAS
Las primeras evidencias arqueológicas de espacios dedicados al culto Cristiano se documentan a lo largo del siglo II DC, siendo en realidad la adaptación de ciertos espacios de las casas a una nueva práctica religiosa. Estas primeras evidencias se definen como loca eclesiastica, domus ecclesiae o domus dei, y son espacios de culto comunitario formando parte de casas, sin que se visualice ningún rasgo constructivo externo. Parece evidente que el carácter introvertido y secreto de la religión Cristiana dentro de la tradición latina, formaba parte de una amalgama de cultos absorbidos por Roma en su proceso de expansión militar y romanización o aculturación.
A finales del siglo III DC, o inicios del IV, ya se dispone de espacios específicos dedicados al culto Cristiano. En Roma se documentan los titulus o parroquias constituidas en una domus (casa) titular. En algunos casos, se trata de espacios decorados con pinturas en los que aparecen motivos iconográficos claramente Cristianos. El caso más evidente de este modelo constructivo es el de Dura Europos cerca del Éufrates, en el que se constata como alrededor de un patio central se dispone una habitación grande, una sala menor con baptisterio y habitaciones en el piso superior (Figura 1). Las paredes de la capilla son de adobe y los frescos presentan motivos como Adán y Eva, el Buen Pastor, David y Goliat, personajes que deben constituir unos referentes claros para los fieles. En Quirg-Bizze, en Siria, junto a una villa romana se construye una iglesia de nueva planta. Posteriormente, se programa y lleva a cabo un complejo cultual formado por una iglesia, un espacio abierto porticado, una iglesia con martirium.
El ascenso al poder del emperador Constantino, en 313 DC, transforma al culto Cristiano, hasta ahora clandestino, en religión oficial, retomando como espacio religioso la basílica de tradición latina. La nueva construcción debía cumplir varias condiciones: ser espaciosa, luminosa, con visibilidad, gran capacidad, compartimentación de los fieles y colocación del santuario dentro de este conjunto.
Figura 1 Dura Europos. Primeros espacios religiosos cristianos (Íñiguez 1977)
LA LITURGIA Y SU REFLEJO ARQUITECTÓNICO
Parece evidente que aunque en la terminología arqueológica no suele distinguir entre los aspectos arquitectónicos y litúrgicos a la hora de definir los diferentes tipos de espacios y las funciones de los mismos, se debería tener en cuenta este aspecto para ser rigurosos con las especificidades propias del lenguaje del espacio aplicado al culto Cristiano primitivo. Desde el punto de vista litúrgico, las dos funciones que definen un espacio de culto Cristiano son la sinaxis eucarística y el bautismo, siendo también de gran relevancia el culto a los mártires en zonas como Hispania. También dentro del plano litúrgico, la entrada lateral a las iglesias simboliza la herida en el costado de Cristo del que manaron el agua y la sangre, símbolos de los sacramentos: bautismo y la eucaristía.
Desde la perspectiva litúrgica, el culto eucarístico de tipo colectivo, pero introvertido en tanto que desarrollado en un espacio cerrado y bien delimitado, contrasta con el bautismo, ritual personal en el que la familia presenta al nuevo miembro dentro de la colectividad y, para ello, lo hace de forma más introvertida. Ambas actividades pueden darse al unísono y siempre en espacios cerrados. Ambos ritos son complementarios dado que suponen la introducción de la persona en un colectivo que le permite interactuar con los demás en la ceremonia eucarística de la que participará el resto de su vida.
Desde el punto de vista arquitectónico, el espacio basilical de tradición romana se estructura en el sanctuarium destinado al altar, el presbiterium reservado al clero, y la nave o espacio ocupado por los laicos. La separación entre la zona destinada al clero y a los feligreses se establece mediante cancelas o pequeños muros. También es evidente que la en materialización de los diferentes espacios, se observa la clara jerarquización de las personas o grupos que acceden a las diferentes partes del templo. Las compartimentaciones de los espacios anexos al altar, el baptisterio y el presbiterio marcan sin duda las diferencias y la relevancia de los mismos, además de estructurar el espacio ocupado por los creyentes, la nave anteriormente mencionada.
El altar es el eje del edificio, hecho que se manifiesta incluso desde el exterior de la construcción, observándose una mayor altura de de esta zona y también al entrar en la iglesia, marcándose una gradación visual. Sin embargo, en las escrituras no se encuentra referencia alguna sobre las normas de ubicación o características que debía tener. Las menciones al altar se centran en su ubicación en el sanctuarium o sancta santorum, según aparece referido en las actas de diversos concilios del siglo VI DC, además de reiterarse la importancia de orar hacia el oriente, constituyendo este último rasgo uno de los elementos que determinan la orientación de las construcciones y la redistribución del espacio urbano dentro de las poblaciones. La importancia de la orientación incidía también en el oficiante, que hasta el Concilio Vaticano II daba la espalda a los asistentes durante la ceremonia, hecho sin duda significativo por cuanto dificultaba el diálogo explícito entre las partes que participan de los ritos.
El baptisterio es la materialización de uno de los aspectos básicos de la liturgia. Como eje de la introducción de los fieles en el colectivo, en algunos casos se constata la presencia de altares, elementos que puede relacionarse con ceremonias o peregrinaciones breves para la introducción de los neófitos en la nueva religión. Habitualmente se sitúa cerca o junto al altar y el presbiterio, siendo por lo tanto uno de los espacios básicos de las construcciones religiosas.
“Los testimonios patrísticos parecen coincidir en que la primera comunión de los neófitos se hacía dentro de la iglesia, ya que era como la presentación oficial de los nuevos miembros al resto de la comunidad. Los neófitos asistirían así por primera vez a la celebración de los misterios, a la que no habían podido asistir nuca, debido a que los catecúmenos eran despedidos justo antes del ofertorio” (Godoy 1995:54)
El término presbiterio se asocia a los espacios que envuelven al trono episcopal si se toma una definición enciclopédica, aunque en la literatura eclesiástica el término no es referido. Se trata habitualmente del espacio destinado al sacerdote durante la celebración de las ceremonias religiosas. El coro, que inicialmente era reservado a los miembros del clero (órdenes mendicantes en su defecto) y oficiantes, parece responder más al espacio ocupado por los grupos de cantores que participaban habitualmente de las ceremonias eucarísticas. Teniendo en cuenta que se trata de un grupo humano que participa de la ceremonia, la ubicación del mismo responde a necesidades o posibilidades de cada construcción. Aunque parezca poco relevante, recursos tan evidentes como el canto colectivo de ciertos textos y canciones era un recurso utilizado muy habitualmente como herramienta pedagógica en el aprendizaje de algunos de los aspectos más relevantes de la religión Cristiana. En este sentido, el valor acústico de las construcciones no es nada desdeñable.
“El canto de los salmos es una de las ceremonias sobre la que tenemos más pruebas de la antigüedad en las asambleas litúrgicas” (Godoy 1995:60)
La nave es el espacio de la iglesia ocupado por los asistentes y está dividida en tres partes que en el caso de Son Bou, en Menorca, que responden a la continuidad de las cancelas sacras del diaconium, el baptisterio y el presbiterio, no teniendo comunicación interior y siendo la única vía de paso con la nave de la iglesia. En el caso de Empuries, en Girona, la nave es unitaria, sin compartimentaciones y en la cabecera de la iglesia se puede distinguir el presbiterio con el altar y el coro en un espacio absidal y la sacristía que se encuentra a un lado (Figura 2). Los modelos tomados como referencia pueden encuadrarse entre finales del siglo IV DC e inicios del V, constituyendo una clara evidencia de la variedad de formas arquitectónicas para dar respuesta a unas necesidades litúrgicas similares.
Figura 2 Empuries, planta de la basílica Paleo-Cristiana (Nolla y Sagrera 1995)
LAS CONSTRUCCIONES EN MATERIALES PERECEDEROS
Dentro de la tradición arqueológica europea, las construcciones realizadas total o parcialmente en materiales perecederos se definen como cabañas, fondos de cabañas, o arquitectura doméstica, siendo este último término mucho más preciso y carente de la acepción peyorativa que acompaña en lengua castellana al término cabaña, en el sentido de tosca, sencilla y pobre de recursos técnicos. Este tipo de construcciones en madera se documentan en asentamientos rurales tipo villa, con cronologías del siglo V DC, asociados a estructuras de almacenamiento y de estabulación de ganado. La alternancia de la madera con la arcilla, los pequeños muros de piedra a modo de zócalos dotan a estas construcciones de funcionalidades diversas, desde uso doméstico pasando por espacios de taller o áreas de actividades productivas.
También se constata para este periodo entre los siglos V y VII DC, la presencia de construcciones semi-excavadas en los sedimentos naturales, con coberturas de madera, barro, etc. Se pone de manifiesto en algunas zonas italianas la presencia de este tipo de construcciones como fase previa a los programas arquitectónicos más estables, en piedra. También es evidente por el registro arqueológico que estas formas constructivas vernáculas tienen su origen en periodos anteriores, como el bronce final, del primer milenio antes de Cristo, siendo por lo tanto esta generalización tardía, un retorno a los modelos anteriores.
La presencia de estructuras constructivamente más sencillas que las propias de la tradición romana precedente, es sin duda un reflejo de la realidad que define este periodo. Se trata de ver como la respuesta dada por la sociedad que genera unas manifestaciones arquitectónicas en madera, caña, barro y paja, se adapta a una transformación productiva de tal envergadura que ya no dispone ni de los diversos especialistas que participan en las actividades edilicias, ni de las vías de comunicación que permitan el acceso a materiales diversos, ni de los apoyos económicos de las autoridades para llevar a cabo programas arquitectónicos de gran envergadura.
“Desde este punto de vista, el recurso a esta arquitectura es el que mejor se adapta a un medio social constituido por comunidades campesinas o estructuras familiares en los que no hay una jerarquización social, o bien los grupos dirigentes no consiguen concentrar suficientes excedentes que permitan la existencia de artesanos especializados en el territorio” (Azcárate y Quirós 2001:20).
La uniformidad a la hora de construir que se observa en muchos de los sitios estudiados en la península ibérica puede ser una evidencia de la existencia de unos grupos de trabajo, conjunto de proyectistas y albañiles que, de forma itinerante, construyen unos mismos modelos en diferentes asentamientos. Sin duda, la existencia de estos grupos es más que habitual en periodos en los que los recursos humanos y materiales son reducidos y la optimización de los mismos es un aspecto muy relevante. Estas carencias se ponen también de manifiesto en el proceso de evangelización de los territorios americanos, fundamentalmente en aquellas zonas poco atractivas para generar una emigración que cualitativa y cuantitativamente permitan llevar a cabo esa actividad evangelizadora, siendo uno de los casos más significativos el territorio ocupado a mediados del siglo XVI por la cultura Maya.
Las semejanzas entre la diversidad de modelos constructivos que se dan durante la antigüedad tardía – siglos V-VII DC – y el periodo alto-medieval – siglos VII-X DC – en la península ibérica y las manifestaciones arquitectónicas coloniales tempranas en la zona Maya, se centran en el grado de adaptación de las necesidades y los recursos existentes. Son formas de organizar el espacio doméstico y religioso que en buena parte son herederas de sus bagajes culturales ancestrales, pero en gran parte responden a situaciones históricas nuevas, que llevan implícitas unas escalas de valores muy diferentes.
LA ARQUITECTURA MAYA COLONIAL PALEO-CRISTIANA
Sin duda que para un purista de la arqueología Paleo-Cristiana clásica, ver asociados los términos Maya Colonial y Paleo-Cristiano puede resultar extraño y difícil de entender si no se tiene en cuenta la diversa tradición cultural existente en un contexto cultural indígena americano a partir del primer cuarto del siglo XVI. No obstante, y a riesgo de incurrir en esa desfachatez terminológica desde el punto de vista etimológico, se debe ser coherente y si a las manifestaciones primitivas Cristianas europeas y asiáticas se las refiere como Paleo-Cristianas, a sus paralelos en continente americano se debería encuadrarlos también en ese mismo grupo. Jordi Gussinyer, profesor de la Universidad de Barcelona, ha profundizado sobre el desarrollo arquitectónico colonial temprano en Mesoamérica (Gussinyer 1997:143-165).
Se trata de una situación, la americana, en la que un reducido número de personas, además de imponer un nuevo orden político, económico y social, pretenden introducir y generalizar un culto muy diferente al local. En el Viejo Mundo, el Cristianismo primitivo surge en un ambiente claramente hostil a un culto monoteísta, a pesar de que la tradición romana asumía como propias deidades, rituales y formas culturales de lugares muy diversos del imperio.
En el continente americano, la nueva fe también es minoritaria dentro de un contexto religioso diferente en formas, liturgias, iconografías, etc. Sin embargo, el alto grado de religiosidad de la población indígena americana, la capacidad de adaptar el culto Cristiano a la tradición autóctona en diferentes aspectos (la asimilación de santos y vírgenes con divinidades locales, el simbolismo de las coloraciones, la funcionalidad de los espacios, las ritualizaciones, etc), y el alto grado de permeabilidad o la posibilidad de camuflar ciertas formas indígenas con un aspecto externo Cristiano, son algunos de los rasgos que definen al proceso de expansión del Cristianismo en la zona mesoamericana, que en muchos territorios puede definirse como muy superficial.
LA ADAPTACIÓN DEL CULTO CRISTIANO A LA IDIOSINCRASIA INDÍGENA
La realidad religiosa del siglo XVI en el área Maya venía definida por un grupo de frailes pertenecientes a diferentes órdenes mendicantes que debían evangelizar a una abundante población indígena, heredera de una tradición milenaria, con una forma de concebir el mundo, con un idioma con diversas variantes, y, sin duda, nada interesados en esa oferta religiosa, que, para empezar, ni entendían. Además de esa situación, marcada por unos rasgos generales, la pobreza del territorio desde el punto de vista de la existencia de metales u otros recursos económicos, sin duda transformaba esa zona en poco atractiva para conquistadores, funcionarios, encomenderos y frailes. Por lo tanto, y en todo momento, la falta de medios humanos y materiales será una circunstancia que definirá tanto el proceso de conquista militar y consolidación del territorio, como el dominio de sus gentes. Así mismo, los rasgos que caracterizaban la forma de disposición extensa en el territorio dificultaban un control rápido desde el punto de vista administrativo, fiscal y religioso.
Estas circunstancias explican que, de forma previa a iniciarse el proceso de evangelización y aculturación, tuviese que llevarse a cabo una intensa actividad de erradicación de la población dispersa, concentrándola en poblaciones nuevas o sobre núcleos preexistentes.
“Se inicia así un largo proceso de reacomodo de los grupos indígenas en que la economía occidental, encubierta a veces por el celo piadoso de los evangelizadores, convulsiona y altera las formas indígenas de asentamiento, ocasionando perturbaciones cuya gravedad alcanzó, en múltiples ocasiones, el grado de un genocidio que no por falta de intención fue menos real”.
Parece evidente que las connotaciones que acompañan a las construcciones constituyeron uno de los elementos más importantes en el proceso de evangelización y aculturación de la población indígena Maya, tanto en los ámbitos urbanos, como en los rurales. Aspectos externos como la ubicación del nuevo edificio religioso, su tamaño, forma, la decoración externa, la relación con otras construcciones adyacentes son algunos de los aspectos básicos en la disposición urbana prehispánica que se retoman ahora en época colonial. Así mismo, la distribución interna, la ubicación de cada elemento dentro del mismo, la utilización de ciertas zonas de la construcción como espacios pedagógicos, la realización de romerías o peregrinaciones dentro y fuera de las construcciones o la representación de valores de la tradición Cristiana, son otros elementos que explican la importancia del edificio como herramienta, como instrumento para la difusión de la nueva fe.
La visualización de un nuevo espacio, el hecho de pasar a formar parte del paisaje arquitectónico y simbólico de una población, es básico para incorporar el significado del mismo dentro de las nuevas directrices ideológicas, hecho que se acentúa todavía más si la nueva construcción se superpone y destruye total o parcialmente un edificio anterior significativo, como pasa por ejemplo en Izamal, en Yucatán. Sin embargo, las primeras construcciones religiosas en el área Maya son mucho más sencillas que el complejo conventual de Izamal. Los programas arquitectónicos iniciales son sin duda la mejor solución ante el problema de la evangelización de una importante población, sin disponer del personal suficiente, ante gentes con unas convicciones religiosas firmes y todo ello en un clima difícil para la población hispana desplazada.
El estudio arqueológico de algunas de las iglesias construidas entre mediados del siglo XVI y el primer cuarto del XVII, permite definir una serie de modelos que responden a estadios en el proceso de evangelización, pero que se dan de forma prácticamente contemporánea. Son un claro reflejo de las carencias antes mencionadas, pero, a la vez, ejemplifican el grado de adaptación de lo hispano a lo indígena como estrategia para facilitar el aprendizaje de las directrices de la nueva religión.
Desde las primeras construcciones – las ramadas efectuadas en su totalidad con materiales perecederos – se observa el proceso de integración de la mampostería, el mortero, la bóveda de cañón y los arcos como recursos constructivos que permiten generar espacios de formas y funciones similares a los comentados para la arquitectura Paleo-Cristiana clásica. Es obvio que se carece de evidencias arqueológicas de las construcciones iniciales, definidas tanto solo por techos vegetales sostenidos con vigas que deberían constituir, en algunos casos, formas itinerantes para celebrar las ceremonias en diversos espacios dentro de las poblaciones, bien ubicadas sobre plataformas o edificios prehispánicos o bien en espacios abiertos, “…y dispuesta también la ramada o jacal que había de servir de primera iglesia” (Ximénez 1965:183), para el caso de la primer fundación de la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala.
Sí que se dispone de evidencias materiales de aquellas construcciones en las que la piedra va adquiriendo cada vez una mayor significación dentro del conjunto arquitectónico. En este sentido, la clasificación de Andrews (1991:355-374), analiza desde:
- las ramada chapels (capillas ramada), en las que tan solo los muros perimetrales o atriales son de mampostería (Cozumel, Tancah, Xcaret o Tipu; Figura 3)
- las open ramada churches, en las que solo los espacios relevantes en el culto se construyen en piedra (Calkini, Dzibilchaltun, Oxtankah, Tecoh o Chalamte; Figura 4)
- las enclosed ramada churches, en las que los muros perimetrales de la nave y los espacios sacros son de piedra (Bacalar, Ecab, Xlakah)
- las undetermined ramada churches, en las que la cobertura de la ramada pasa a ser de bóveda uniformizando el uso de la piedra a la totalidad de la construcción (Izamal, etc).
“En aquella ramada se junta el pueblo a oír sermón y misa, la cual se le dice en una capilla grande que está al principio de esa mesma ramada: ofícianla los indios desde el coro, que está a un lado desta capilla, en la cual suele también estar la pila del bautismo, y al otro lado está la sacristía. Desta manera está en todos los pueblos desta provincia, así donde hay convento como donde no le hay, porque así es menester por el excesivo calor que allí hace, aunque en algunos pocos pueblos tienen el baptisterio en la mesma capilla, y en otros le tienen en pieza y aposento particular”, haciendo referencia a Tizimin.
En aquellas zonas en las que las fundaciones de mediados del siglo XVI han perdurado hasta la actualidad, es mucho más difícil definir los rasgos formales de las construcciones tempranas. No obstante, las referencias escritas en algunos casos son muy prolijas sobre construcciones importantes, bien fuera por su relevancia arquitectónica o bien por la importancia del lugar en el proceso de evangelización de territorios como la zona chiapaneca o guatemalteca. Se dispone de extensas y detalladas descripciones sobre la iglesia y convento de Izamal, sobre Chiapa de Corzo o sobre Ciudad Real (Chiapa de los Españoles).
No obstante, parece claro que dentro de la literatura histórica, arquitectónica y arqueológica de este primer momento de contacto entre ambas culturas, la iglesia ha centrado un mayor interés por parte de los investigadores, dado que al ser el eje de las nuevas poblaciones sintetiza los valores de la sociedad Maya que se genera a partir de la segunda mitad del siglo XVI (Artigas 1983; Andrews 1991; Bretos 1992). No obstante, el estudio de los conjuntos conventuales primitivos también es de gran relevancia, dado que en estos se presentan muchas de las líneas generales de los programas arquitectónicos posteriores que, además de su importancia como centro de culto y de difusión de la nueva fe, eran centros autárquicos de subsistencia, escuelas, espacios formación de personal religioso indígena, lugar de aprendizaje de las lenguas o focos de peregrinación.
En la última parte de este trabajo se presenta un sucinto comentario sobre los rasgos arquitectónicos que definen una de las estructuras conventuales tempranas. En este sentido, es significativo el estudio de Torres sobre las casas curales de Yucatán, dado que establece diferentes modelos en base a rasgos formales sencillos, como son la ubicación respecto de la iglesia, la o las habitaciones existentes, permitiendo de esta forma cuantificar toda una serie de construcciones que habitualmente se consideran menores.
“La construcción de las casa curales se realizaban al estilo de la vivienda común de los españoles de la colonia, es decir, paredes de mampostería de media vara, aproximadamente 45 centímetros de ancho, techos de vigas de madera y viguetillas cuadradas o bien rollizos, pisos de tierra o bien baldosas de piedra, acabados de mezcla de cal y algunos tipos de rajuela….” (Torres 2001:62-71).
Esta nota define de forma clara los modelos del norte de Yucatán, ejemplos como los de Tecoh o Ecab, pero existen complejos arquitectónicos que, aunque más simples en lo referente a los materiales utilizados, son mucho más complejos en la distribución interna de los mismos. En algunos casos, la casa de los frailes, como origen de los espacios conventuales multi-funcionales, se adosa a la iglesia formando una unidad estructural tal como sucede en asentamientos coloniales excavados como Coapa y Coneta, en Chiapas (Figura 5), o como puede intuirse de algunas descripciones de conjuntos religiosos tempranos en ese mismo estado mexicano.
Se ha tomado como referencia la descripción que hace Francisco de Ximénez sobre la primera estructura conventual de los dominicos en Ciudad Real, que podría situarse entre 1536 y 1539 (Figuras 6 y 7). Es obvio que los espacios descritos fueron modificados por las reformas posteriores. Sin embargo, constituye un ejemplo interesante dado que se puede analizar la realidad material y religiosa desde diferentes perspectivas: la de los materiales listados, la de los espacios y funciones descritas o tan solo perfiladas de forma genérica, así como otros aspectos que se generan de una descripción general de la estructura.
“Era la casa de horcones y varas, cubiertas con lodo: estaba muy mal parada porque allende de ser la materia ruin, había años que estaba desamparada; tenía un corral a la puerta donde nosotros colgábamos las campanas y este corral se cerraba de noche; aunque las paredes se derribaran de un empujón; tenia una sala y una cámara atajada en la sala; nosotros quitábamos el atajo donde hicimos un altar entre las verjas y las gradas del altar seis u ocho pies y así a penas cabíamos todos alrededor del altar; tenía otras dos camarillas, la una la hicimos sacristía y la otra celda del sacristán, donde pusimos el reloj e hicimos puertas a propósito: al otro cabo de la sala había una cámara y cerramos la puerta y hicímosla en otra parte, y aunque era bien angosta, con unas tablas podridas atadas con sogas hicimos un atajo para que por allí entrase al dormitorio y lo demás era el refectorio, tan angosto y oscuro que a penas cabíamos en el; tenía la casa otro cuarto en el que había una caballeriza y una cocina y camarillas que debía de ser dispensa y aposento para dormir los indios. Todo esto era muy oscuro y hediondo y negro y lleno de hollín; tenía unos desvanes encima de palos con mucho barro por encima y como ya estaba todo podrido no cesaba de caer basura de encima y aun temíamos que se había de caer y tomarnos debajo.
Todas estas piezas tenían la puerta a aquel corral que dije que tenía a la puerta; pero los aposentadores la cerraron y por dentro abrieron puertas de una pieza en otras y por aquel tránsito del refectorio se mandaban todas: allí se hizo el dormitorio, el más triste y pobre que se puede imaginar bien creo que en muchos grados estaba en la pobreza que nuestro padre Santo Domingo y San Francisco tuvieron y nos encomendaron. Las celdas se dividían del dormitorio y unas de otras con unas barras excepto los tabiques que antes se estaban entre pieza y pieza: encendida la candela en una de las celdas estaban las otras claras, a lo menos las que caían en una de aquellas piezas; estaban obligados a estar en las celdas muy disciplinados porque no había lugar secreto: todo lo veían cuantos pasaban, las puertas eran una esterilla, las ventanas un agujero al campo, las puertas de la ventana otra esterilla; aquí se hicieron diez celdas, al establo cayeron tres que fueron para fray Tomás de la Torre y Fray Domingo de Ara y Fray Gerónimo de San Vicente y aunque sacaron lo que parecía del estiércol pero hedía tanto que al cabo de algunos días tornó a acabar fray Tomás la suya y sacó diez y ocho cargas de estiércol de sola su celda; los demás padres tenían el estiércol encima, especialmente los de la cocina, porque había mucho hollín que les caía encima, tenía también nuestra casa a las espaldas un corral de puercos y aquel mandó la justicia que viniese un día toda la gente del mercado que lo limpió y aquel sirvió para claustro. Allí hicieron una puerta al campo que era portería y allí negociaban los seglares todo lo que venían a hablarnos y los indios por allí iban también al coro y allí nos sentábamos a comer y allí hablábamos unos con otros. Había en este corral unas chozas donde se recogían los puercos, limpiáronlas los fraile se hicieron tres atajos, una para la cocina y otro para procuración de despena, otro para leña y baratijas de casa y a un lado hicieron unas secretillas.
Este fue nuestro primer monasterio donde moramos en Ciudad Real de Chiapas y aunque pobre y ruin estábamos muy contentos en él, y no se nos alzaba el corazón a más y creo sin duda estuvo rico de oraciones y suspiros y de buenas obras que en él se hicieron con mucho silencio y recogimiento, tanto, sin mentir, como en los monasterios dorados y de muy altas cercas“ (Ximénez 1965:871-874).
La descripción de Ximénez denota el ambiente de extremada pobreza que caracterizaba a los primeros frailes evangelizadores que bien formaban parte de los contingentes militares de conquista o bien iniciaban su tarea pastoral inmediatamente después de una conquista militar poco consolidada. Los materiales que se asocian a este edificio son los habituales en las construcciones del periodo temprano de evangelización: lodo, barro, palos, horcones, varas, sogas, tablas de madera, esterillas que se supone serían de algodón, pruebas evidentes de la precariedad antes mencionada. La imagen externa que podía ofrecer no diferiría mucho de otras descripciones que hacen autores como Ciudad Real o Cogolludo para muchas de las iglesias o conventos de este periodo, en todo el territorio peninsular:
“El convento es pequeño, de aposentos bajos, hechos de adobes y cubiertos por paja: la iglesia tenía el armazón de maderos y la cubierta asimismo de paja”. Descripción del convento de Zamayac en la zona del lago Atitlán.
En lo referente a los espacios internos es significativa la mención a zonas destinadas a la actividad más cotidiana conventual (dormitorio, refectorio, despensa, cocina, celdas, aposento para dormir los indígenas, corrales, caballerizas). La presencia de caballeriza indica la actividad itinerante de los frailes para predicar en los pueblos más o menos cercanos “todo el recado del altar era portátil y en una arquilla muy pequeña cabía ara, cáliz, vinagreras, casulla, alva, cruz, candeleros y retablo”.
También resultan significativas las alusiones a espacios sacros asociados a la ritualización o liturgia, como son: la sala y la cámara, el altar (con gradas), la sacristía y el coro. En la línea de la austeridad obligada, destaca la referencia a las campanas como objeto de valor y referente auditivo para convocar a los nuevos fieles, el reloj, objeto que no aparece asociado ni a las descripciones de las Relaciones Histórico-Geográficas, ni los restantes cronistas de la zona.
Cabe destacar también la disposición del altar sobre gradas, es decir, elevado respecto del plano visual, la sacristía como espacio en el que se depositan los elementos materiales de la ritualización y espacio diferenciado en el que el sacerdote prepara las ceremonias internas de la comunidad y las estrategias externas.
Un espacio de relevancia es el coro, zona destinada originalmente a los frailes, pero, que con el tiempo se fue transformando en espacio destinado a los grupos que coordinaban los cánticos que acompañaban a la mayoría de las celebraciones religiosas. Es muy significativa la importancia de los frailes cantores o los maestros de capilla en la zona Maya, como encargados de las iglesias (ornamentos, servicios, relación con los niños, etc).
Finalmente, dentro de este breve repaso de la interesante descripción de principios del siglo XVIII sobre la construcción del segundo tercio del siglo XVI, es interesante la mención a aposento para dormir los indios, circunstancia sin duda habitual desde los inicios de la obra evangelizadora. La mejor forma de introducir la religión en las nuevas comunidades era atraer física, ideológica e incluso económicamente a los hijos de los principales locales a las iglesias y conventos como reclamo o ejemplo para el resto de la comunidad. Esta forma de actuar no era solo lógica, sino que además respondía a la política religiosa española y estaba sancionada por la legislación y teóricamente debía cumplirse (Real Cédula, AGI Lima 566. Libro 4. Folio 258.1541. Para que se prevea sobre el hacer las casas donde se han de enseñar los hijos de los naturales). También podría hacer mención a indígenas al servicio de los frailes dominicos para la construcción, mantenimiento y servicio de estas precarias instalaciones iniciales.
Figura 3 Reconstrucción ideal de la capilla de Xcaret (Andrews 1991)
Figura 4 Planta arqueológica de Chalamte (Millet y Burgos 2001)
Figura 5 Planta arqueológica de la iglesia y convento de Coneta (Markman 1984)
Figura 6 Reconstrucción ideal del convento de Chiapa Real (dibujo de R. Round)
Figura 7 Planta arquitectónica y alzado del convento de Chiapa Real (dibujo de R. Round)
CONCLUSIONES
La ponencia que se presenta no quiere comparar de forma forzosa los resultados de dos procesos separados más de mil años en el tiempo y en contextos culturales distantes diez mil kilómetros. En contraste, se pretende ver cómo, ante situaciones en general similares, las respuestas materiales, arquitectónicas en este caso, tienen algunos puntos en común. La hostilidad del entorno, la precariedad de medios humanos y materiales, la posibilidad de disponer del bagaje cultural existente y el desarrollo de un proceso de generalización cultural y religiosa con constantes avances y retrocesos son, sin duda, algunos de los aspectos que asemejan ambos procesos.
Esta arquitectura Paleo-Cristiana refleja en buena medida las limitaciones materiales y humanas, pero es a la vez un reflejo claro del grado de sincretismo entre los difusores de un nuevo culto, introvertido y centrado en espacios cerrados y una gran población acostumbrada a ritos en espacios abiertos, extrovertidos en los que la comunicación era más habitual. Las construcciones documentadas en el norte peninsular (espacios no envolventes), y las reminiscencias que se mantienen en los grandes programas conventuales (ramadas, capillas posas, etc), son algunas de las aportaciones de la tradición Maya a esta nueva arquitectura colonial, virreinal y Paleo-Cristiana.
AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer las orientaciones bibliográficas dadas por diversos investigadores en relación con los modelos arquitectónicos y arqueológicos referidos, tanto de las construcciones Paleo-Cristianas clásicas, como de las europeas efectuadas en materiales perecederos: Alexandra Chavarría de la Universidad de Papua; Gisela Ripoll de la Universidad de Barcelona; Xavie Aquilue del Museo de Empuries en Girona. Así mismo, a Ronald Round Colell, quien elaboró gran parte de la información visual.
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