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Valencia, Miguel S.
1993 Santiago de Guatemala en Almolonga: Evidencias arqueológicas e históricas. En III Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1989 (editado por J.P. Laporte, H. Escobedo y S. Villagrán), pp.309-315. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.
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SANTIAGO DE GUATEMALA EN ALMOLONGA:
EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS E HISTÓRICAS
Miguel S. Valencia
«Cuando fue proyectada inicialmente por el Instituto de Antropología e Historia la investigación de Santiago de los Caballeros, se presumió que los posibles resultados proporcionarían quizá sólidas bases para mayores investigaciones sobre la historia de Guatemala en los principios del siglo XVI. Parece que los testimonios de este periodo fueron destruidos por la naturaleza, desmantelados por gente descuidada o sepultados bajo las a menudo inextricables aseveraciones de los cronistas» (Szécsy 1953:149).
De tal forma inicia el descubridor del asentamiento real de la ciudad de Santiago de Guatemala en Almolonga las conclusiones de las investigaciones efectuadas por él en el área de Ciudad Vieja y San Miguel Escobar, Sacatepéquez, en el primer semestre de 1950. Esas palabras constituyen no solo clara indicación de los propósitos de las mismas, las primeras de arqueología colonial realizadas en Guatemala, sino también confesión de los problemas afrontados al abordar un tema tan oscuro históricamente, aunque también tan relevante en la transición oral guatemalteca de los orígenes del periodo de dominio Español en el país, muy importante entonces para el conocimiento de esa aun poco estudiada etapa de consolidación del poder colonial, que dejó huellas imborrables en el desarrollo histórico de Guatemala.
Por ello, es de señalarse que la fundación de la ciudad de Santiago de Guatemala en el valle de Almolonga, el 22 de noviembre de 1527, representa un hito en tal etapa, el primer intento de iniciar la organización administrativa, política, económica y eclesiástica de los nuevos dominios desde la base de un centro rector formal y permanente, luego de las vicisitudes del errante itinerario de los españoles desde Iximche, asiento del primer cabildo en julio de 1524. Sin embargo, la destrucción parcial de esta ciudad, todavía en crecimiento, con motivo de la catástrofe de septiembre de 1541, impone una nueva traslación y el abandono de las ruinas de la que con propiedad puede considerarse como la primera capital hispánica en Guatemala, cuyo asentamiento real queda tergiversado con el paso del tiempo por una serie de leyendas, erróneas interpretaciones de fuentes históricas y orgullos aldeanos que reivindican para Ciudad Vieja el lugar original de ese asentamiento.
Comprobándose la validez y relevancia del contraste de las fuentes históricas con el estudio arqueológico, János de Szécsy logró demostrar con sus investigaciones que la realidad era otra y que las aseveraciones tomadas como evidencias irrefutables por la historia oficial guatemalteca de principios de este siglo no eran más que especulaciones sin fundamento.
En efecto, no solo documentó cronológicamente la evidencia documental que equivocadamente hacía atribuir a Ciudad Vieja el privilegio de la ubicación de Santiago de Guatemala, sino demostró la existencia de evidencias objetivas de que el lugar correcto había de buscarse en otro lado, más hacia el este, lo cual fue de nuevo confirmado por los trabajos de rescate arqueológico efectuados por mí en el segundo semestre de 1983.
Con ello no solo se contribuye a la solución de una laguna histórica, sino se confirma la necesidad e importancia de abordar ciertos problemas de la historia colonial de Guatemala por medio de la investigación arqueológica, cuyo mérito es justo reconocer a aquel investigador húngaro que dejó su vida en este país.
EL PROBLEMA DE CIUDAD VIEJA
Sin ningún fundamento, una serie de historiadores miembros de la entonces Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala (hoy Academia), atribuyeron como vestigios de la ciudad de Santiago a ciertos monumentos y restos arquitectónicos en los cuales se colocaron placas conmemorativas que identifican la iglesia parroquial de la población como primera catedral y las ruinas situadas al sur del edificio municipal como antigua Capilla de doña Beatriz de la Cueva.
Esas placas, por cierto, aún continúan en su lugar y tanto vecinos, autoridades, como guías oficiosos todavía presentan al visitante el edificio y restos mencionados como tales evidencias de la antigua ciudad, inclusive hasta el extremo de asegurar que en caso de la llamada Capilla de doña Beatriz, lo visible se trata de lo que queda del tercer piso del palacio de Alvarado, estando soterrado el resto. De la iglesia parroquial, se asevera que la escalinata del atrio prosigue aún con 16 peldaños más que ahora están bajo tierra.
Las excavaciones efectuadas por Szécsy se encargaron de demostrar la irracionalidad de tales especulaciones, pues sus resultados en la famosa capilla comprueban no únicamente las profundidades reales de la construcción (cimientos a 1.50 m de profundidad y que no hay construcciones anteriores dentro de la capilla, hasta una profundidad de 3 metros; Szécsy 1953:66-67), sino la posible función original como capilla asociada a un posterior convento e iglesia franciscanos, pero también su temporalidad (como más temprano hacia mediados del siglo XVII), aunque fue sucesivamente reutilizada como lugar de enterramientos (de indios por cierto) y de botadero de ripio tan tarde como en la década de los treinta en este siglo.
Además de los restos óseos, se encontraron materiales cerámicos hasta una profundidad de 1.30 m, generalmente coloniales (de tipos cerámicos vidriados monocromos), pero también de tradición prehispánica coexistente de la cerámica colonial.
Con relación a la iglesia parroquial de Ciudad Vieja, diversos investigadores concluyen en que la misma fue construida con toda seguridad en la primera mitad del siglo XVIII (Szécsy 1953; Luján 1968; González 1972), aunque se documenta sus antecedentes con fábricas más antiguas, pero posteriores a 1540, siendo probablemente las mismas correspondientes a tres sucesivas construcciones pertenecientes a iglesias y conventos de la orden franciscana, de las cuales se han fechado todas con seguridad para el siglo XVI la primera, siglo XVII la segunda, la tercera y actual del siglo XVIII.
Sin embargo, parece ser que hubo un cambio de ubicación de la tercera con relación a las dos iniciales, del orden de alrededor de 20 m hacia el noreste (excavaciones en el patio de la municipalidad moderna), siendo a la segunda que corresponden los restos del crucero de la iglesia que se identifica tradicionalmente como Capilla de doña Beatriz.
Por cierto, otra de las especies predilectas de los vecinos de Ciudad Vieja quiere identificar ese espacio de la municipalidad moderna como ubicación de la casa del cabildo de la ciudad de Santiago, lo que se ha visto es falso.
Por las razones expuestas, así como por que en ninguna de las excavaciones hechas por Szécsy en Ciudad Vieja aparecieron evidencias de inundación, debe descartarse absolutamente el tradicional rumor por el que los habitantes de esa cabecera quieren atribuirse el patrimonio del primer asentamiento de la ciudad de Guatemala. Desdichadamente y como ha podido comprobar, estas pruebas que desvirtúan la leyenda tan apreciada por los de Ciudad Vieja provocan en ellos hostilidad y resentimiento (Prensa Libre 1983), reacciones absurdas, pero explicables, aunque no del todo injustificada, porque aproximadamente la actual zona de esa población en efecto ocupó parte suburbana de Santiago, las barriadas extramuros que habitaron los auxiliares tlaxcaltecas de Alvarado (Szécsy 1953), descendientes de los cuales son los contemporáneos de Ciudad Vieja.
Como dato curioso, por último, recuerdo que con motivo de las excavaciones de 1983 y la polémica subsiguiente, los de Ciudad Vieja tildaban de mentirosos y aldeanos a los de San Miguel Escobar y éstos se defendían señalando como mexicanos a los primeros.
EL PROBLEMA DE SANTIAGO DE ALMOLONGA
Descartando la explicación tradicional en torno a Ciudad Vieja, se plantea entonces el problema de la verdadera ubicación de la ciudad fundada por Jorge de Alvarado el 22 de noviembre de 1527, cuya solución debe abordarse desde una perspectiva histórica y arqueológica, así como en un estudio cuidadoso de la geografía y topografía del lugar más idóneo.
De acuerdo con la Ordenanza Real de Municipalidades para la Colonia (Szécsy 1953; Lutz 1982), el ordenamiento espacial y urbanístico de una población en la recientemente conquistada América Española, debía responder a normas precisas en cuanto a dimensiones de solares, manzanas y espacios para la distribución y ubicación de los edificios más importantes (cabildo o ayuntamiento, casas reales e iglesias) y con criterios de índole militar y ambiental (fácilmente defendibles, en terrenos llanos, con buen aire, lejos de pantanos, con abundante provisión de agua), de tal forma que se garantizaba no solo un patrón común sino también la mejor posibilidad de desarrollo futuro de centros destinados a la colonización y poblamiento de los nuevos territorios, además de permitir las mejores posibilidades para su administración y explotación dentro del complejo modelo de dominación colonial.
Por supuesto, Santiago de Guatemala no podía ser la excepción, por lo que con tales bases y, luego del estudio de diversas posibilidades, se escogió el valle de Almolonga para su ubicación definitiva, en cuya decisión probablemente pesaron elementos tales como el estar deshabitado (recuérdese que en ese momento proseguía la cruenta lucha contra los Kaqchikel, el clima favorable, mejor abastecimiento de agua y mayor accesibilidad a materiales de construcción.
Pero esos elementos son precisamente indicativos de que el lugar seleccionado fuese no hacia las actuales poblaciones de Alotenango (encajonada entre los volcanes de Fuego y Agua, por tanto lugar de paso poco defendible, además de tener solo una fuente de agua permanente) y Ciudad Vieja (a la entrada del corredor entre ambos volcanes por la parte noreste y en terreno más quebrado que se sitúa entre el volcán de Agua y un cerro al noroeste), sino un poco hacia el este, a la altura de San Miguel Escobar, punto en el que precisamente el valle comienza a abrirse hacia Antigua Guatemala y cerca de donde confluyen los ríos Pensativo y Magdalena o Guacalate.
Esta área también estaba provista de abundantes fuentes de agua, tanto hacia el norte como hacia el sur, aunque lo suficientemente lejos de la zona pantanosa de la confluencia del Guacalate y del Pensativo, que por el contrario está inmediatamente al norte y noreste de Ciudad Vieja, mientras que por San Miguel Escobar «… diferencias de nivel ofrecen desagüe natural para el agua» (Szécsy 1953:36).
Confirmación de la idoneidad de esa área podría encontrarse por la existencia de uno o dos asentamientos prehispánicos, ocupados como más tarde hacia 1000 DC, uno de los cuales es conocido como Pompeya (Shook 1952; Lutz 1982), el cual constituye uno de los límites de la extensión de la ciudad de Santiago; se ubica aproximadamente en la esquina sureste de San Miguel Escobar. En efecto, Szécsy (1953:152) indica que «Los límites de Santiago de los Caballeros de Guatemala se conocen casi con completa exactitud. Hacia el sur, una línea trazada sobre el lindero más bajo de la milpa Pompeya hasta un punto sobre el Guacalate. Hacia el norte, el establecimiento llegaba desde la línea Guacalate-Almolonga-Pensativo, hasta un punto bajo Pompeya. Hacia el oeste, la Avenida del Volcán que atraviesa la presente ciudad hacia el Guacalate. Hacia el este, una línea trazada entre el extremo este de la milpa Pompeya y el río Pensativo. El centro con la Plaza, la Catedral, la Casa Real, estaba en el área de la actual iglesia de San Miguel Escobar, llegando hasta la falda hacia el sur, por el oeste aproximadamente hasta la principal Avenida del Volcán, hacia el norte la línea de la carretera actual.»
Sin embargo, otro de los factores que confirman tal ubicación de Santiago es al mismo tiempo uno de los elementos que más influyeron en la catástrofe sufrida por la ciudad en la noche entre el 10 y el 11 de septiembre de 1541. En efecto, cinco cañadas o barrancas de las faldas del volcán de Agua conducen directamente hacia San Miguel Escobar, mientras solo una pasa por el borde oeste de Ciudad Vieja.
No se entrará a discutir aquí si esa catástrofe se debió a la ruptura de un dique natural que contenía un lago en el cráter del volcán, o bien si la inundación fue acompañada o seguida de un terremoto, aspectos que podrán ser resueltos por geólogos, aunque puede afirmarse que es verosímil la opinión de que tal inundación se debió al desmesurado incremento de los caudales de agua que bajaban por las cañadas del volcán, causado por las incesantes lluvias que por varios días precedieron la tragedia, como coinciden varios historiadores y cronistas, especialmente el testigo ocular de los hechos, escribano Juan Rodríguez Cabrillo (1948) y ello sumado a los propios caudales de los arroyos y manantiales que existían en las faldas septentrionales del volcán, complementados por derrumbes de piedra y lodo.
SAN MIGUEL ESCOBAR
Durante sus excavaciones de 1950, Szécsy tuvo la oportunidad de efectuar sondeos en puntos claves dentro del perímetro de Santiago; sin embargo, no tuvo acceso al propio San Miguel Escobar ni a fincas de café situadas hacia Ciudad Vieja o hacia San Pedro las Huertas, al oeste y este respectivamente.
Localizó e identificó con ciertas probabilidades de éxito ocho estructuras coloniales numeradas como Esperanza I a III y Santa Inés I a V. Los resultados en Esperanza fueron poco satisfactorios, porque el sitio fue tan alterado por destrucción, reconstrucciones y construcciones de distintas épocas que hizo imposible su identificación (Szécsy 1953:106), aunque si le permitió especular en torno a posibles usos militares debido a la amplitud de los espacios y a la naturaleza de las construcciones, remanentes y observar claramente grandes evidencias de inundación. Recuperó muy poco material arqueológico.
Por el contrario, en Santa Inés el investigador propone que se encontraba la ubicación del convento de la orden dominica, uno de los dos existentes en la ciudad con el de los franciscanos, que conformaba la esquina noreste de Santiago. Los materiales arqueológicos fueron también más abundantes y prometedores, con cerámica predominantemente café-gris, pero también azulejos del tipo amarillo y verde sobre blanco, muy poco común y generalmente encontrado en contexto del siglo XVIII (Laporte 1974; Lemus 1993).
Existía también material verde vidriado, abundantes bases de piedra para pilares de madera, baldosas de barro cocido y otros elementos asociados tanto a niveles pre como postinundación a profundidades entre 2 y 2.40 m, situado el nivel de inundación hacia 1.60-1.90 m, lo que difiere aproximadamente entre 0.60 m menos o más con relación a las excavaciones, hechas aproximadamente 500 m al sur.
Situado a 1530 m SNM, San Miguel Escobar fue conocido desde la época colonial también como San Miguel Zacualpa o solo Zacualpa, probablemente por la cercanía con dos sitios prehispánicos, como ya se dijo, aunque quizá también por ser el lugar en el cual se encontraban vestigios de la capital colonial.
Tiene una iglesia que Szécsy atribuyó con toda probabilidad a principios del siglo XIX, pero que si bien tiene ciertos elementos barrocos característicos (nichos para imágenes distribuidos en dos calles, remate con nicho, dos cuerpos con sendas columnas salomónicas en el superior), también posee algunos que podrían atribuirse a reminiscencias más tempranas, sobre todo por el campanario de planta rectangular adosado a una especie de espadaña sobre la calle del sur.
Fue en torno a esta iglesia el lugar en el cual apareció gran número de entierros durante las excavaciones hechas por el Instituto de Fomento Municipal en octubre de 1983 para la introducción de drenajes a la población, situada a 1.5 km al este de las plazas de Ciudad Vieja, avenida del Volcán de por medio. Se hubo de detener tales excavaciones de inmediato y solicitar apoyo de la Policía Nacional y del Ejército de Guatemala para evitar que los vecinos continuaran destruyendo los entierros que continuamente aparecían, aunque finalmente solo se logró la recuperación de seis en condiciones aceptables de un total de 32 registrados. El estado de conservación de los restos era muy precario y la mayoría se trataba de entierros secundarios.
Las condiciones de trabajo fueron muy difíciles por la extensa área de actividades (400,000 m²), el reducido personal disponible (nueve personas), la cantidad de excavaciones para drenajes realizadas (6 km lineales) y el hecho de trabajar ante todo un pueblo, pues los vecinos tiraban su basura doméstica en las excavaciones, extraían materiales, destruían evidencias y demás.
Las capas de depósito de tierra en el área de las excavaciones efectuadas para la introducción del sistema de drenajes de la población, muestran una gran zona circundante a la plaza de la misma en todas sus direcciones, un suelo con abundante material de aluvión con profundidades que oscilan de 0.40 a 2.50 m.
El material superficial está compuesto de tierra fina compacta negra y café oscuro, estrato que es intrusivo en el suelo de aluvión en profundidades que oscilan entre 0.40 y 1 m bajo el nivel actual y en el que aparecieron sin excepción todos los entierros encontrados.
El suelo de aluvión indicado, tiene una extensión de entre 450 y 500 m tanto al este como al oeste a partir del atrio de la iglesia y está compuesto por arena amarilla clara y gris claro así como por piedras de todas dimensiones, fundamentalmente basálticas. Obviamente no pudo haber sido causado sino por una inundación de grandes proporciones en un frente muy extenso.
Dentro del nivel de tierra compacta negra y gris oscuro, a unos 0.20 m de profundidad, aparece un delgado estrato de arena de aluvión gris claro compacto, debajo del cual comienzan a encontrarse los entierros.
Es probable, en consecuencia, que los entierros correspondan a una época relativamente reciente, más o menos contemporánea de la iglesia, pero en todo caso anterior a 1836 y posteriores a la gran inundación, entre cuyo estrato se inhumaron.
En el área de la estructura encontrada en la 2a calle, la estratificación que la rodea consiste así mismo en materiales de aluvión que en este punto llegan hasta su base (2.17 m de profundidad), pero que no la cubren, porque la parte superior estaba enterrada parcialmente por tierra compacta y por nivel de aluvión con menor cantidad de piedras de dimensiones más reducidas y todo muy contaminado con desechos contemporáneos, porque esa estructura fue atravesada longitudinal y transversalmente (esta última con anterioridad) por sendas zanjas para drenajes.
La estructura fue fabricada con mezclas de ladrillo, adobe y piedra, técnica constructiva típica de la época colonial, pero tiene un acabado muy rústico o casi ninguno, excepto por dos pequeñas evidencias de estuco en su fachada exterior norte, a rostro con la ventana, que por cierto es la única abertura aparente de la estructura, pues si hubo otra en sus muros este y/o oeste no queda ninguna evidencia por la destrucción de esas paredes casi en un 80% debido a la zanja de drenaje más reciente.
La zanja de drenaje más antigua destruyó en un 60% la parte superior de la ventana, aunque se encontraron evidencias de que la misma estaba constituida por un arco de dovelas de ladrillo del cual quedaba parte de la clave y del arranque del lado este.
Otro dato curioso con relación a esta estructura reside en que las paredes interiores se encontraban con claras y generales muestras de haber sido sometidas a la acción del fuego por su intensa oxidación. Ello hizo pensar que la misma se trataba de un posible horno, aunque el piso de tierra apisonada no tenía tales huellas, por ello, queda aun en discusión la función que pudo haber tenido.
Los problemas de fechamiento son bastante serios, por que la mayor parte de los materiales cerámicos encontrados, sea en la estructura o en todas las restantes excavaciones estaban muy contaminados. Sin embargo, la cerámica es definitivamente de la época colonial, tanto la tradicional vidriada, similar a la descrita por Szécsy, como la de tradición prehispánica, un poco más abundante que aquella. Hay inclusive muestras de cerámica mayólica como la definida por mí en Antigua Guatemala (Valencia 1980:4), tipos considerados por lo demás posteriores a 1580 en tanto parte de los policromados vidriados.
Otros materiales recuperados fueron tres fragmentos de piedras de moler y 15 lascas de obsidiana, así como restos óseos humanos y de animales aislados, en mal estado y fuera de contexto.
Los entierros, como ya se dijo, en su mayoría fueron secundarios excepto uno, se encontraban en un área de 50 m en torno a la iglesia de la localidad, patrón característico de enterramientos en la época colonial. La excepción la constituyeron dos más secundarios, que aparecieron a unos 200 a 250 m al este-sureste de la iglesia en diciembre de 1983, siendo también singulares en el sentido de que se encontraban a 1.70 m de profundidad promedio, en tanto los demás estaban a menos de 1 m.
Por último, cabe mencionar que posiblemente el resultado más relevante de los trabajos de rescate efectuados deba atribuirse a la incontrastable evidencia de la inundación que destruyó a Santiago y a la prueba de su magnitud vertical y horizontal, que indudablemente se abatió con toda su fuerza en el sitio donde, según lo ha demostrado Szécsy y ha intentado confirmarse en 1983, se encontraba verdaderamente esa ciudad, origen de Antigua Guatemala. Es de lamentar que ni las excavaciones planificadas por de Szécsy ni las propuestas por nosotros hayan podido continuarse, porque aun hay grandes lagunas arqueológicas que llenar.
REFERENCIAS
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1948 Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en las Indias en una ciudad llamada Guatimala es cosa de grande admiración y de grande ejemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos aperscibidos para cuando dios fuere servido de nos llamar. Paleografía por José Luis Reyes M. Anales de la Sociedad de Geografía e Historia 23 (1-2). Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, Guatemala.
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