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01 Nacionalismo y arqueología en la Guatemala de la Independencia – Oswaldo Chinchilla M. – Simposio 7, Año 1993

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Chinchilla Mazariegos, Oswaldo

1994        Nacionalismo y arqueología en la Guatemala de la Independencia. En VII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1993 (editado por J.P. Laporte y H. Escobedo), pp.1-9. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.

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NACIONALISMO Y ARQUEOLOGÍA EN LA GUATEMALA

DE LA INDEPENDENCIA

Oswaldo Chinchilla Mazariegos

Guatemala no tiene todavía la historia que debe haber. Se considera su estado presente y no se ha hecho estudio de los anteriores por donde ha pasado; se ve su superficie y no se penetra más allá; se mira su fisonomía exterior; y no se tiene idea de su alma. Guatemala no es conocida como debe serlo; y sin tener conocimiento profundo de ella, ¿podrá ser bien gobernada?

José Cecilio del Valle, 1825

Cuando John Lloyd Stephens visitó Guatemala en 1839, se quejó de no encontrar más que unas pocas personas con algún interés por las antigüedades (Stephens 1969, tomo II: 118). La ignorancia, la falta de cuidado y la indiferencia de los habitantes del país hacia tales cosas le admiraba (Stephens 1969, tomo I: 98).

El juicio de Stephens era solo parcialmente justo. Es cierto que la Guatemala de entonces no ofrecía condiciones favorables para el desarrollo de un gran interés anticuario. La ciudad capital era pequeña y provinciana y en esos años sufría los efectos de la guerra civil. No obstante, solo unos pocos años antes, en 1834, el gobierno presidido por el Doctor Mariano Gálvez había organizado un programa de exploraciones en las ruinas de Copan, Iximche y Utatlán. El propio Stephens había leído el reporte del comisionado para investigar Copan, el coronel Juan Galindo (Galindo 1835). En Guatemala, Stephens conoció al Ingeniero Miguel Rivera Maestre, que fue el comisionado para explorar Utatlán e Iximche. Stephens se expresó de Rivera Maestre como «un caballero distinguido por sus gustos científicos y anticuarios» (Stephens 1969, tomo II: 185).

Los trabajos de Juan Galindo son bien conocidos. Galindo era un inmigrante de origen irlandés, que por ese tiempo trabajó con el gobierno de Guatemala. Tras haberse incorporado al ejército de Francisco Morazán, sirvió como comandante en Petén y en misiones diplomáticas ante el gobierno inglés, a la vez que se convirtió en promotor de proyectos de colonización europea en Guatemala y Costa Rica. La biografía de Galindo y su controvertida participación en la política centroamericana han sido estudiadas en detalle por Griffith (1960) y Graham (1963); este último también ha resaltado su contribución pionera a la arqueología Maya. Por afición personal, Galindo hizo breves exploraciones en los sitios de Palenque y Topoxte y sin duda recibió con agrado el encargo del gobierno guatemalteco para explorar Copan en 1834, tras la renuncia del Ingeniero Manuel Jonama, que había sido comisionado originalmente para ese trabajo. Sus trabajos arqueológicos son bien conocidos, primero porque fueron dados a conocer en varias revistas de los Estados Unidos y Europa y segundo, porque se refieren a los grandes sitios Mayas clásicos de Copan y Palenque.

En contraste, el trabajo de Rivera Maestre es poco conocido. Nacido en Madrid, Rivera Maestre hizo una extraordinaria carrera técnica y científica al servicio del gobierno de Guatemala, en trabajos que abarcaron desde la construcción de edificios y la introducción de servicios de agua hasta la acuñación de moneda y la agrimensura. No es este el lugar para extenderse en su biografía, que es conocida gracias a un artículo de Robert Claxton (1982). En cambio, es oportuno llamar la atención hacia los planos y vistas que Rivera Maestre levantó en las ruinas de Utatlán e Iximche. El planteamiento original incluía también la exploración de Mixco Viejo, que al parecer nunca se hizo.

Conozco nueve dibujos que pertenecen a esa serie. Comprenden un plano general de cada sitio y para Utatlán hay un cuadro con cuatro planos detallados de algunos edificios. Además de los planos, hay una serie de vistas, cuatro de Utatlán y una de Iximche. El último dibujo – del que se hablará más adelante – representa tres artefactos y un indígena contemporáneo de Tecpan Guatemala. Los planos fueron reproducidos en grabados de los artistas Casildo España y Francisco Cabrera, para ser incluidos en el Atlas Guatemalteco, otra obra que Rivera Maestre había ejecutado para el gobierno del Dr. Gálvez (Rivera Maestre 1832). Las vistas fueron reproducidas en litografía por Julián Falla; no está claro si Falla acompañó la expedición y fue el autor de las vistas, o si su participación se limitó a reducirlas en litografía (AGCA B108.5, Exp.44002, Leg.1921).

Los dibujos son de alta calidad y todavía actualmente pueden ser útiles para el arqueólogo. En especial, son importantes los de Utatlán, cuyos edificios están mucho más destruidos ahora. Es lástima que no haya una buena reproducción moderna de estos dibujos, que solamente han sido reimpresos incompletamente y en forma diseminada (Villacorta y Villacorta 1927; Villacorta 1944). No se conoce el informe que Rivera Maestre escribió acerca de su trabajo en las ruinas, que Stephens (1969, II: 185) juzgó «completo y elaborado».

Cabe preguntarse qué motivos impulsaron al gobierno de un país recién independizado, pequeño y pobre, para promover el estudio de las antigüedades prehispánicas. Buscar respuestas a esa pregunta es el objetivo principal de este trabajo. En la actualidad se asume que la protección y estudio de los restos arqueológicos del país son deber del Estado y así lo afirman leyes emitidas en Guatemala a partir de 1893. Pero tal atribución estaba lejos de ser automáticamente inherente al Estado en las primeras décadas del siglo XIX.

Para explicar esta interrogante, podemos empezar por examinar el decreto del 19 de enero de 1834, que ordenaba las exploraciones. Como justificación para los trabajos, el decreto aduce que «la historia del Estado debe ser ennoblecida con las descripciones de los monumentos y antigüedades» de los varios sitios (AGCA B95.1, Leg.1398, Exp.32617). ¿Qué significado se puede extraer de esta frase? En primer lugar, una cosa es clara: los trabajos arqueológicos se hicieron en función del Estado de Guatemala. No se trataba de una mera curiosidad científica, anticuarismo o afición diletante; de algún modo, se pensó que conocer las ciudades antiguas iba a redundar en beneficio para el Estado.

En segundo lugar, al mencionar la «historia del Estado», el decreto parece sugerir que las exploraciones arqueológicas no eran un hecho aislado, sino una parte del esfuerzo del Dr. Mariano Gálvez por dotar a Guatemala con una historia. El Dr. Gálvez fue presidente del Estado de Guatemala entre 1831 y 1838. Su gobierno puso en marcha un ambicioso programa de reformas, por medio de las cuales buscaba producir una modernización rápida del país, según el modelo europeo (Wilford 1972). Como parte de ese programa, el Dr. Gálvez trató de construir una historia de Guatemala; comisionó a los historiadores Francisco de Paula García Peláez y Alejandro Marure para escribir la historia de las épocas colonial e independiente, respectivamente (Montúfar 1960:29). Además, el Dr. Gálvez promovió la elaboración del Atlas Guatemalteco para registrar la geografía del Estado en forma comprensiva (Rivera Maestre 1832). La exploración de los sitios arqueológicos formó parte de este esquema de investigación histórica y geográfica.

Ahora bien, la idea de construir una historia de Guatemala bajo el patrocinio del gobierno, e incluir en ella lo prehispánico, no fue exclusiva del Dr. Gálvez. Para hallar las raíces más profundas de esa idea, es necesario retroceder un poco más en el tiempo.

Una comparación con las primeras exploraciones de Palenque es ilustrativa. Entre 1784 y 1786, el entonces gobernador de Guatemala, José de Estachería, promovió una serie de expediciones para explorar las ruinas recientemente reportadas en Chiapas. Al promover esas exploraciones, el gobierno colonial de Guatemala fue pionero en proporcionar apoyo estatal para un trabajo arqueológico sistemático en el Nuevo Mundo. Había pues, un antecedente para la iniciativa del Dr. Gálvez medio siglo más tarde. Pero al comparar con atención ambos trabajos se nota una diferencia grande. Los documentos dejan claro que las exploraciones de Palenque en el siglo XVIII se debieron al interés propio del gobernador Estachería y no eran parte de un esfuerzo más amplio para estudiar el pasado de Guatemala. Además, la pregunta fundamental que orientaba esas investigaciones era la del origen de los constructores de Palenque; don José de Estachería se inclinaba a pensar que Palenque había sido construida por pueblos antiguos procedentes del Viejo Mundo. Teorías de ese tipo eran comunes en la época y lo siguieron siendo a lo largo del siglo XIX; empero, la cuestión del origen de los indios no parece haber sido una preocupación esencial en los trabajos de 1834. Recuérdese que estos trabajos incluían la exploración de sitios tales como Iximche, Utatlán y Mixco Viejo, donde no se abrigaba duda en cuanto a la identidad de sus creadores; se sabía que esos sitios habían sido habitados por los ancestros de los indios contemporáneos y que estaban ocupados al tiempo de la conquista. Por otra parte, no hay nada en los documentos que permita pensar que los trabajos de Palenque fueran a tener proyección alguna en el presente o futuro del país, fuera de la posible satisfacción de la cuestión del origen de los indios, que desde luego, no concernía exclusivamente a Guatemala, sino al continente americano en general.

Un antecedente más directo para la iniciativa del Dr. Gálvez se encuentra en las páginas de la Gaceta de Guatemala, periódico que a partir de 1798 publicó extractos de los escritos de Gian Rinaldo Carli y Francisco Javier de Clavijero acerca de la civilización de los antiguos indios mexicanos. Estas obras se habían escrito para refutar las ideas de Cornelius de Pauw y otros escritores europeos, que juzgaban de calidad inferior a los hombres en el Nuevo Mundo (Gerbi 1982). Así, dentro del contexto de la disputa sobre la calidad del hombre americano, el pasado prehispánico adquiría importancia en función del presente. El hecho de que tales temas ocuparan espacios significativos en las páginas de la Gaceta de Guatemala muestra que eran de interés para la pequeña élite intelectual del país. En 1801, la Gaceta también incluyó un artículo titulado Antigüedades Americanas, que refiriéndose a las exploraciones de Palenque, pedía un estudio profundo y objetivo que reuniera «lo que se sabe de antiguo y lo que se ha visto y reconocido en nuestro tiempo». Tal estudio contribuiría a refutar el «fallo magistral» de algunos «semisabios» (así los llama el periódico) respecto a la historia antigua de América. Sin duda se refería a la posición de De Pauw y otros con respecto a la inferioridad del hombre americano.

Es claro que la defensa del indio prehispánico tenía un cariz político. Al sentirse denigrados por los intelectuales europeos, los criollos americanos no dudaron en invocar la grandeza del pasado indígena y en ocasiones llegaron a identificarse a sí mismos como herederos de esa grandeza. En Guatemala, esa manera de ver lo prehispánico alcanzó su mejor expresión inmediatamente después de la independencia, en los escritos de José Cecilio del Valle, que sin duda fueron el antecedente más directo y quizá la inspiración para el programa de exploraciones que promovió un poco más tarde el Dr. Mariano Gálvez.

En 1825, Del Valle escribió un Prospecto de la Historia de Guatemala. Atendiendo a la sucesión de gobiernos que habían regido el país, Del Valle proponía dividir la historia en cuatro secciones: Guatemala India, Guatemala Provincia de España, Guatemala Provincia de México y Guatemala República Libre. Ya desde fines del siglo XVII, el cronista Fuentes y Guzmán había dedicado parte considerable de su obra a lo prehispánico, incorporándolo como parte de la historia de Guatemala. La idea de dividir la historia de Guatemala de acuerdo a la sucesión de gobiernos, e incluir los gobiernos prehispánicos, recuerda el libro conmemorativo de la jura de Fernando VII en 1808 (Guatemala… 1809). Ahí aparecieron representadas cuatro «épocas de la monarquía de Guatemala», en forma de alegorías: Guatemala Kiché, Guatemala Cacchiquel, Guatemala Austriaca y Guatemala Borbónica.

Citando a Cicerón, Del Valle veía la historia como «maestra de la vida». Surgen entonces las preguntas: ¿Cuál era la utilidad de la historia prehispánica para Del Valle? ¿Qué lecciones podía dictar la historia de la Guatemala India? Del Valle apuntó:

«No es de poca instrucción ni carece de títulos para interesar, el de una época que es la primera de nuestra vida pública. Viendo a Indios que se creen salvajes reconocer y sostener con energía los principios sociales de más importancia para las naciones; viéndolos defender con valor su independencia de México, base fundamental de su felicidad; viéndolos elegir a sus primeros jefes o magistrados y confesar en estas elecciones uno de los derechos más preciosos de los pueblos; viéndolos calcular el tiempo y arreglar a su movimiento sus trabajos rurales y políticos, es imposible que los hijos de Guatemala dejen de penetrarse de gozo. Ven en su primera edad el germen de los primeros principios; ven a sus padres dando lecciones a la posteridad.» (Del Valle 1982:345)

Hay ahí una síntesis de la visión de lo prehispánico que tenía el sabio Del Valle – visión idealizada, sin duda y sobre todo programática. La sociedad indígena aparece como un reflejo de lo que Del Valle quisiera haber visto en la sociedad guatemalteca de su tiempo. Vale la pena analizarla con detenimiento: en primer lugar, Del Valle se identificaba con la Guatemala India, la hacía «nuestra». Los antiguos indios eran los «padres» de los actuales guatemaltecos y estaban en capacidad para dar lecciones a sus hijos. Eran socialmente justos, de acuerdo a los principios prevalecientes en el siglo XIX; y eran democráticos, pues elegían a sus autoridades. Eran racionales y organizados, pues arreglaban sus trabajos de acuerdo al calendario. Más aún: eran independientes, específicamente, independientes de México. La afirmación de independencia con respecto a México era particularmente relevante en ese momento, pues hacía poco tiempo que la Federación Centroamericana se había declarado independiente de ese país, luego de un período breve de anexión al imperio de Agustín de Iturbide (1822-1823), en cuyos eventos tuvo Del Valle una participación connotada.

No sabemos qué tan extendida estaba esa visión de lo prehispánico entre la élite culta de Guatemala y mucho menos entre las clases pobres, pero es aparente que fue lo suficientemente influyente para estimular al gobierno del Dr. Mariano Gálvez para emprender investigaciones arqueológicas. La sugerencia de que Del Valle ejerció una influencia directa sobre el programa de estudios geográficos, históricos y arqueológicos del Dr. Mariano Gálvez es reforzada por otro artículo de 1830, en el que Del Valle proponía nuevamente la necesidad de hacer estudios científicos sobre Guatemala, que incluyeran la historia y la geografía, además de otros aspectos de la economía, educación y leyes. Para un estudio geográfico apropiado deberían levantarse tres cartas, que corresponderían a las épocas prehispánica, colonial e independiente. La primera («Guatemala monárquica») presentaría la extensión geográfica de las monarquías Tz’utujil, K’iche’ y Kaqchikel y al fin de la carta debería haber una descripción geográfica sobre «el espacio territorial, población, agricultura, industria, comercio, gobierno y antigüedades de cada monarquía» (Del Valle 1830:60-61).

El pensamiento de Del Valle expresaba el desarrollo incipiente de una ideología nacionalista guatemalteca y es en ese marco donde debe entenderse su interés por el pasado prehispánico del país, al igual que los esfuerzos arqueológicos del gobierno del Dr. Gálvez. Desafortunadamente, carecemos de estudios adecuados sobre el desarrollo histórico del nacionalismo guatemalteco; por tanto, las observaciones siguientes solo pueden ser preliminares.

La independencia de Centroamérica fue circunstancial, condicionada en buena parte por eventos externos, en particular la independencia de México (Rodríguez 1984; Pinto Soria 1986:42). Aunque es claro que existían sentimientos localistas y deseos de autodeterminación tanto en la capital colonial como en las ciudades provincianas, para el momento de la independencia no había consenso en cuanto a la idea de formar un estado nacional. Lo precario del movimiento nacionalista se hizo evidente en la anexión del territorio a México después de la independencia, bajo el liderazgo de miembros de la oligarquía de la ciudad de Guatemala (Rodríguez 1984; Pinto Soria 1986:46-53). Empero, la cuestión nacional se hizo más evidente luego de la desintegración del imperio de Iturbide; la creación de un estado nacional vino a ser un objetivo básico de la Asamblea Nacional Constituyente de 1823 (Townsend Ezcurra 1973:120-134; Pinto Soria 1986:169).

Un problema básico confrontado por los nacionalistas de la época era definir dicho estado nacional. En otras palabras: ¿A cuál estado territorial correspondería la nación en formación?; y ¿Qué características llenaba dicho estado para poder reclamar el título de nación, en paridad de status con otras naciones del globo? Para 1825, Guatemala era ya un estado territorial independiente – si bien unido a otros estados por un pacto federal. Había entonces un estado territorial, pero no una nación, pues el sentimiento de colectividad, la «comunidad imaginaria» – para usar el término de Anderson (1991) – no existía más que en la mente de unos pocos individuos y aun ahí su definición era precaria.

Para la época de que tratamos, Hobsbawm (1991:36, 73) señala que uno de los criterios más importantes que permitían clasificar un pueblo como nación era el pertenecer a un estado histórico, con un pasado relativamente largo. El argumento de que Guatemala – o la América Central – era un estado histórico había sido esgrimido conscientemente en las discusiones de la Asamblea Constituyente de 1823, donde a propósito de la independencia con respecto a México se aducía la larga tradición de gobierno propio, independiente del virreinato novohispano, que las provincias de Centroamérica habían tenido bajo la corona española (Townsend Ezcurra 1973:120-121). Al incluir lo prehispánico como parte de sus propuestas para la construcción de la historia de Guatemala, José Cecilio del Valle llevaba esa clase de argumento aún más atrás en el tiempo; hacía ver que Guatemala tenía una tradición de gobierno propio aun antes de la venida de los españoles.

El propósito nacionalista se trasluce constantemente en los escritos de Del Valle. Escribió por ejemplo: «todas las naciones deben tener su historia particular» (1982:345). Se colige que por el hecho de ser una nación, o quizá para lograr el status de nación, Guatemala debería tener una historia propia. Más aún, en tono típicamente nacionalista, Del Valle resaltaba el escribir esa historia como un deber del guatemalteco, cuando aseveraba: «El estudio más digno de un hijo del Estado de Guatemala es el Estado mismo de Guatemala» (1830:54). La motivación nacionalista fue expresada con singular candidez por Juan Galindo, en su informe sobre las exploraciones de Copan (Galindo 1945:227):

«Ahora que los governantes de este emisferio tienen un interés directo en su fama i un amor filial a su historia, la antigua de America se empezará a formar i escrivir. El estudio de la historia de su propio país dará a la población del Centro un patriotismo mas refinado i un caracter peculiar suyo.»

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿En qué posición quedaban los indios contemporáneos dentro de tales esquemas? ¿No serían ellos en todo caso los herederos más directos del pasado prehispánico? Del Valle se refería a «los hijos de Guatemala» sin distinción. Sería ingenuo pensar que Del Valle no reconocía la heterogeneidad de la sociedad guatemalteca. La reconocía y se lamentaba de ella, pues la veía como un obstáculo para el progreso del país. Como otros pensadores de su época, veía al indígena contemporáneo como un ser degenerado, embrutecido como resultado de siglos de explotación colonial. Para el futuro, preveía un proceso de regeneración del indígena, producto de la libertad política y de la educación. Además ansiaba una gradual homogenización de la sociedad guatemalteca por medio del cruce de razas (Rodríguez Beteta 1971:171-175).

No es este el lugar para analizar en conjunto el pensamiento social de José Cecilio del Valle. Veamos más bien qué papel jugó el indio contemporáneo en las investigaciones arqueológicas de 1834. El único lugar en que apareció fue una ilustración que contiene cuatro dibujos (reproducida en Villacorta y Villacorta 1927:107): tres de ellos son artefactos prehispánicos; el cuarto es un «indígena de una de las cofradías de Tecpan Guatemala, en traje de oír misa». Aquí, el indígena contemporáneo está asimilado con los restos de su pasado; pertenece a la misma categoría que ellos. Su presencia lado a lado con objetos arqueológicos parece presentarlo como algo curioso, digno de ser ilustrado; al igual que las ruinas, digno de ser estudiado. Claramente, el indígena es representado como un ente distinto, un «otro», diferente al guatemalteco criollo – en este caso representado por el comisionado a explorar las ruinas. A la vez, la presencia del indígena contemporáneo lado a lado con los restos prehispánicos confirma que se reconocía una asociación directa entre aquél y éstos. Ello no contradecía la idea de ver en el pasado prehispánico un antecedente no sólo del grupo indígena, sino de todos los miembros del estado nacional de Guatemala en general. Al igual que en muchas otras partes del mundo (Hobsbawm 1991:76-77), no importaba que los nexos entre el estado histórico y el estado contemporáneo establecidos en función de la nacionalidad fueran ficticios.

Ahora bien, el concepto de «nación» que prevalecía en la época era el que se desarrolló con la Revolución Francesa, de acuerdo al cual, la nación era equivalente al estado y equivalente al pueblo; la definición del estado era esencialmente territorial. Como lo discute Pierre Vilar (citado en Hobsbawm 1991:20), el concepto de nación representaba «el interés común contrapuesto a intereses particulares; el bien común contrapuesto al privilegio». En esa época, el concepto de nación no tenía las connotaciones de unidad étnica o lingüística, que habría de adquirir en época posterior en Europa. De ahí se explica que criollos como Del Valle no tuviesen prurito alguno para identificarse como herederos del pasado indígena, por el solo hecho de habitar el mismo territorio y haber sido parte de la misma colonia española.

Que hayan sido motivaciones nacionalistas las que impulsaron los trabajos arqueológicos de 1834 no es sorprendente. El auge del nacionalismo fue un factor determinante en el nacimiento de las más tempranas tradiciones de arqueología científica en el Viejo Mundo (Kristiansen 1981). Hasta el presente, el nacionalismo sigue dando una razón de ser a muchas escuelas locales de arqueología (Trigger 1984). Si esta es una condición usual: ¿Qué valor puede tener el demostrar que se cumplía en la Guatemala de la independencia? En vez de clasificar los eventos e ideas que se han discutido simplemente como un caso más de arqueología nacionalista, vale la pena estudiar sus características propias, que pueden arrojar luz sobre las condiciones del desarrollo subsiguiente de la arqueología en Guatemala y también sobre los rasgos particulares del desarrollo temprano del nacionalismo guatemalteco.

Viene a propósito una comparación breve con el caso mexicano. La apropiación del pasado indígena por parte de los criollos mexicanos es un proceso bien documentado. Hacia la época de la independencia, algunos intelectuales mexicanos desarrollaron lo que ha sido caracterizado como un culto a lo Azteca (Keen 1971:316-321), que es especialmente perceptible en los escritos de Servando Teresa de Mier y Carlos María Bustamante. Estos autores se esforzaron por demostrar continuidad entre la grandiosa civilización Azteca y el México contemporáneo. La localización de la capital novohispana, situada encima de los restos de la gran ciudad Azteca – cuyos restos afloraban de cuando en cuando a la superficie -, daba amplios argumentos para tales ideas, aunadas a múltiples testimonios escritos sobre la grandeza Azteca.

Por otra parte, en Guatemala la gloria del pasado indígena era mucho menos evidente; en lugar de un legendario imperio Azteca que hubiera dominado todo el país, Guatemala había tenido varios reinos pequeños, que se sabía habían guerreado entre sí. Las arruinadas sedes de esos reinos se encontraban en sitios pequeños y alejados de la capital y sus restos no tenían la monumentalidad de los restos visibles en México. Se tenían noticias de la grandeza y atractivo estético de los sitios de Copan, Palenque y Tonina, pero estos se encontraban bastante alejados y además, no era fácil ligarlos con pueblos conocidos históricamente. De hecho, era común la idea de que habían sido edificados por gentes venidas del Viejo Mundo. Para acabar de entender las diferencias, hay que sumar a ello el escaso desarrollo intelectual del país, pequeño en comparación con México.

Es posible que la idea de reivindicar lo prehispánico con fines nacionalistas en Guatemala haya sido influenciada por el movimiento mexicano, pues José Cecilio del Vale escribió su Prospecto después de haber vivido en México como diputado y ministro del imperio de Iturbide. Sin embargo, las raíces de la idea pueden encontrarse en Guatemala desde mucho atrás, en especial en los escritos de Fuentes y Guzmán, a fines del siglo XVII. De cualquier modo, la reivindicación de lo prehispánico en la Guatemala de la independencia no recibió el grado de atención que en México y es dudoso que haya tenido verdadera relevancia política.

El esfuerzo de 1834 fue un hecho aislado. Pasarían muchos años más antes de que el Estado guatemalteco volviera a interesarse en patrocinar exploraciones arqueológicas. A partir de la visita de John Lloyd Stephens, las contribuciones más importantes al estudio del pasado prehispánico del país se han escrito en el extranjero, con escasas excepciones (Chinchilla s.f.). Las palabras que sirven de epígrafe a este artículo no han perdido su resonancia, a pesar de los años.

RECONOCIMIENTOS

Esta investigación fue posible en parte gracias a una beca de la Fundación Wenner-Gren para la Investigación Antropológica (Beca No.5244-4201), a la que deseo expresar mi agradecimiento.

REFERENCIAS

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1991        Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Segunda edición. Verso, Londres. [Primera edición: 1983]

Chinchilla Mazariegos, Oswaldo

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