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Girón, Felipe Antonio
2000 Atravesando el Motagua Medio en cinco temporadas de campo: Una meditación sobre el Programa Arqueológico del Motagua Medio (PAMM). En XIII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1999 (editado por J.P. Laporte, H. Escobedo, B. Arroyo y A.C. de Suasnávar), pp.673-677. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala (versión digital).
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ATRAVESANDO EL MOTAGUA MEDIO EN
CINCO TEMPORADAS DE CAMPO:
UNA MEDITACIÓN SOBRE EL
PROGRAMA ARQUEOLÓGICO DEL MOTAGUA MEDIO (PAMM)
Felipe Antonio Girón
Seguramente si realizamos una encuesta con la simple y sencilla pregunta: ¿Cree usted que en el departamento de Zacapa existan restos arqueológicos de una cultura pre-hispánica?, muy pocos responderían afirmativamente, inclusive buena cantidad de la misma gente que vive en el departamento le costaría creer tal cosa. Y es que cuando nos imaginamos a Zacapa, viene a nuestra mente la imagen de un paisaje árido, con espinas, tunos y un calor sofocante. Imagen que en buena medida corresponde a la realidad, pero a ella aún hay que agregarle sucesos de la vida cotidiana y de la historia del departamento que no se han trabajado con rigor científico. Este paisaje no está dentro del imaginario arqueológico de Guatemala, sino que más bien tenemos un paisaje de una selva tropical exuberante y el de una arquitectura monumental majestuosa que pervive del pasado glorioso de una extinta y enigmática civilización Maya, esta imagen ha sido explotada hasta la saciedad por la industria turística y tomada de uno de los tantos clichés que los arqueólogos han producido con los mitos de sus descubrimientos y expediciones a mundos perdidos. Zacapa, no sé si tiene la fortuna o desdicha de no formar parte de este capital simbólico con que cuenta Guatemala, a pesar de albergar a un yacimiento de jade que fue un material muy utilizado por la civilización Maya y de contar con sitios arqueológicos no de menor importancia, en términos históricos, que merecen la atención de especialistas; pero lo cierto es que a Zacapa no se le imagina formando parte de culturas pre-coloniales.
El río Motagua es como un eje en la geografía y en la geología del país y de la región oriental de éste, es el río más largo de Guatemala. Unas nociones elementales de geografía podrían ser muy útiles para iniciar un recorrido de superficie con el propósito de detectar sitios arqueológicos. Con ello notaríamos que el río Motagua atraviesa el departamento de Zacapa de oeste a este, prácticamente partiéndolo por la mitad. Se ha dividido la cuenca de este río en alta, media y baja, de donde la cuenca media es la que se localiza en casi todo el departamento de Zacapa abarcando los municipios de Cabañas, Usumatlán, Huité, Teculután, Estanzuela, Zacapa y Río Hondo; quedando fuera los municipios de Gualán, La Unión y San Diego. A la cuenca media del río Motagua también confluyen una serie de subcuencas que enriquecen su caudal hasta llevarlo a desembocar al mar. Al observar este panorama es lógico pensar que el medio geográfico era y es apropiado para que fuera utilizado por asentamientos humanos de diferentes tamaños, en el que el entramado de ríos en torno al Motagua servía como un medio de comunicación y como un recurso para la obtención de agua.
Teniendo esto claro se puede emprender un reconocimiento arqueológico de superficie, y fue precisamente esto lo que hace más o menos setenta años hicieron A.L. Smith y A.V. Kidder (1943), es decir, tomaron la cuenca media del río Motagua -desde Palo Amontonado hasta Río Hondo- como unidad de observación para el recorrido arqueológico de superficie. Su recorrido no cubrió de manera sistemática la totalidad de la cuenca media, es evidente que le dieron mayor importancia a los sitios cercanos al de Guaytán en donde también realizaron excavaciones. Casi sesenta años después de este trabajo de Smith y Kidder, el Programa Arqueológico del Motagua Medio (lo nombraremos de ahora en adelante por sus siglas: PAMM) ha tomado como antecedente estos mismos trabajos realizados durante los años 30 y 40 por los autores ya mencionados, para iniciar una nueva etapa en la investigación en la cuenca media del Motagua; aunque ambos trabajos no tengan alguna conexión entre sí más que centrar su observación en el mismo escenario. Es una pena que los trabajos de Smith, Kidder y otros no hayan tenido una pronta continuación, sino que tuvo que pasar más de medio siglo para que la zona fuera revisitada.
La cantidad de años que separan los trabajos de Smith y Kidder y los del PAMM han dado margen a que ciertas actividades alteren los contextos y los sitios arqueológicos de una manera que me hace lamentar no haber realizado este tipo de trabajo con anticipación o que Smith y Kidder, o algún grupo de sucesores, hayan continuado sus investigaciones en toda la cuenca para que de alguna manera fuera mayor la calidad y la cantidad de información con que hoy en día podríamos contar sobre la llamada Cultura Motagua. Tratando de no dar lugar a este tipo de lamentaciones, los trabajos que hasta ahora se han venido realizando han tratado de llenar este vacío.
Como material de información de este ensayo he decidido basarme en las propias experiencias que he adquirido en cinco temporadas de campo. El número, la continuidad y la duración de las mismas no me permiten presentar un balance de lo hasta ahora realizado, y para el tiempo que ha transcurrido los resultados aún se hacen esperar. Las limitaciones de diferentes índoles, creadas por nosotros mismos y las ya establecidas, hacen que la espera de esos resultados sea aún más larga. Sin embargo, creo que es justo el momento de reflexionar sobre lo que hasta ahora hemos realizado para que la memoria no se pierda y nos señale el camino a seguir así como las fallas cometidas.
Siguiendo la tradición -lo ya normado- mi interés de investigación estaba orientado hacia las áreas consideradas etnográficamente como «indígena», principalmente por su marcado contenido simbólico cultural y por lo fácil de encontrar rituales, especialmente religiosos, que han sido una de las fascinaciones de la antropología mesoamericana. Fue así como escogí el área de Quetzaltenango y de Nahuala para realizar mi primera experiencia de campo. Limitaciones como mi total desconocimiento del idioma K’iche’ y el poco empuje por realizar una temporada de campo prolongada, no me permitieron llegar al fondo del asunto y tocar los puntos que yo consideraba relevantes. Careciendo pues de estas cualidades indispensables en cualquier etnógrafo, decidí que sería adecuado realizar una investigación etnográfica en una aldea cercana a Chiquimula, por ser un área poco explorada y en la que tendría una mayor competencia lingüística como antropólogo. Lo intenté por mis propios medios, pero después de permanecer allí por una semana, en abril de 1995, me di cuenta que sin un financiamiento fuerte sería imposible realizar un buen trabajo, por lo que di por descontado ese proyecto hasta que llegara el momento propicio. Y en efecto, ese momento propicio llegó y de la fuente que menos me lo esperaba.
PRIMERA(S) TEMPORADA(S), EL DESCUBRIMIENTO
Esta división y clasificación geográfica del río Motagua en «Motagua Medio» ha servido como unidad de observación y de análisis de material arqueológico principalmente y le da nombre al Programa Arqueológico del Motagua Medio. Este marco hasta el momento ha tenido el fin práctico de enfocar la mirada, prioritariamente, en el recorrido arqueológico de la cuenca, con el propósito de ubicar en el mapa todos los sitios arqueológicos allí encontrados. Paralelamente al reconocimiento arqueológico, se ha venido realizando una serie de excavaciones en ciertos sitios como en La Reforma (Huité), la Vega del Cobán (Teculután) y Marines (Río Hondo) y, además, también se han realizado breves temporadas de campo con fines exploratorios sobre aspectos etnográficos en Huité, Gualán y Río Hondo.
No cabe duda que la primera experiencia en algo se torna muy significativa. Estamos acostumbrados, y es parte de nuestro sentido común, a registrar acontecimientos en nuestra memoria por la simple y sencilla razón de ser la «primera vez» en alguna experiencia que hayamos obtenido. Esta misma experiencia puede llegar a convertirse en algo muy significativo porque en ella llegamos a un descubrimiento -y no a un descubrimiento de alguna pieza arqueológica importante- sino que a un descubrimiento cultural en el sentido de ver cómo es realmente el mundo habitado por nosotros los humanos. Y fue esto lo que me ocurrió durante la primera temporada de campo que realicé en Huité. Descubrí que Huité y el Huité de los chistes tienen poco en común y que los huitecos no son tan tontos como los pintan en esos chistes. Además, descubrí que Zacapa tampoco es la zona ladina por excelencia, en el sentido de que la población indígena es tan poca que se podría considerar casi inexistente, por lo que el modelo de relaciones inter-étnicas que se basa en la noción de lo «ladino» como lo «no indio» y lo «indio» como lo «no ladino», vino a quedar muy corto después de esa primera experiencia de campo.
Si el trabajo de campo es exploratorio por excelencia y además, es una característica particular de nuestras disciplinas, no cabe duda que muchas veces esas exploraciones nos llevan a descubrimientos que por lo general son ocasionales o al menos no estaban previstos. Otras veces, parece flotar en el ambiente una latente intuición de que el trabajo de campo podrá ser muy revelador y cambie nuestra mentalidad.
DESCUBRIENDO HUITÉ Y TECULUTÁN A TRAVÉS DE LA ARQUEOLOGÍA
Una de las ventajas que le encuentro al recorrido de superficie es que nos permite tener una visión general de lo que es el terreno. Y por terreno podemos entender lo que se encuentra en tiempo y espacio, es decir, cultura(s) y sociedad(es). Fue esto lo que precisamente obtuve con el recorrido que realizamos en Huité en junio de 1996, a través de él conocí casi todas las aldeas del municipio a pie y por estar buscando «tumbas» o «bordos» -son las palabras como les conocen a los restos arqueológicos en la zona- nos era necesario contactar a personas que supieran de ello. Estos contactos eran potenciales puntos de entrada a cada una de las aldeas para el posterior trabajo etnográfico, y en las siguientes y últimas temporadas eso es lo que ha ocurrido, que cuando he vuelto a visitar a una aldea o en el mismo pueblo de Huité, la gente que conocí por el recorrido ha sido mi primer contacto y la arqueología se volvió en mi carta de presentación ante ellos.
«Aaa… ustedes buscan cosas de las de antes, de los meros indiones de antes». Con expresiones similares a ésta tendría un rico material etnográfico si las hubiera recogido sistemáticamente, es un precioso lenguaje natural cargado de sentido común con que la gente percibe lo que son los restos arqueológicos, precisamente los que estábamos buscando. Creo que tenemos una ventaja al estar trabajando en Zacapa, que poco se ha trabajado tanto arqueológica como antropológicamente, esto si no mencionamos el saqueo que han sufrido los sitios. Con cada persona que me pregunta: «y ese estudio que está sacando, de qué trata». Me veo obligado a buscar rápidamente una definición de estas disciplinas, que sea corta y que la entiendan ellos mismos, pero también me hacen una pregunta existencial. No de mi existencia como ser humano, sino de la existencia de la antropología como ciencia y también de la arqueología. Y me lo sigo preguntando con mucha seriedad, ¿para qué le sirvan estas ciencias a gente como ésta que me ha hecho estas preguntas?
Sin duda alguna creo que para mis compañeros arqueólogos fue una sorpresa que yo haya optado por participar con ellos en el recorrido a quedarme con la gente en el pueblo, pero si la investigación que queríamos realizar fuese ínter y trans-disciplinaria, pues en tal sentido, yo tenía que tener un mínimo de conocimiento de lo que hacen los arqueólogos para que nuestra comunicación y entendimiento fueran apropiados y beneficiara el desarrollo de la investigación. Y mucho más sorpresivo habrá sido cuando la siguiente temporada, también de recorrido, en Teculután, volví a optar por lo mismo, o sea, por el recorrido de superficie.
Con esto intentaba detectar puntos de encuentro entre arqueología y antropología, algo que llaman los franceses investigación transdisciplinaria, es decir, que los programas de investigación que involucran diferentes disciplinas, en nuestro caso eran las ya mencionadas, procuren que sus integrantes exploren traspasar los bordes de su disciplina, para acercarse a los de disciplinas vecinas que comparten un mismo campo de investigación y que pueden compartir sus experiencias y resultados. Ya con dos temporadas de recorrido había obtenido algunas nociones y una idea de lo hacen los arqueólogos, y me había acercado a un punto en el que se me permitía realizar excavaciones arqueológicas en el sitio de La Vega del Cobán, Teculután. Pero lo cierto es que no pasé del recorrido a la excavación porque consideraba que me estaba alejando de lo que era y es mi prioridad, la etnografía. Además que, para ese entonces, solamente yo estaba de antropología en el programa y la excavación la podría realizar alguien más. Fue en ese momento en el que decidí dar inicio con la tarea que me tocaba, algo de antropología.
Como ya lo he mencionado, el trabajo de campo es exploratorio y por ello ya había explorado a Huité y Teculután desde la óptica antropológica, pero realizando tareas arqueológicas como las ya mencionadas. Durante el recorrido de Huité no tuve la fortuna de levantar un sitio arqueológico tan grande como lo es el La Vega del Cobán. He de confesar que se requiere de mucha imaginación encontrar las esquinas de los montículos en los sitios de la región y también una vista de rayos x cuando sobre ellos hay un cañaveral. La Vega del Cobán es un sitio que ya había sido reportado por Smith y Kidder (1943). Un poco más de sesenta años después llegamos nosotros y nuestro levantamiento difería del de ellos en ciertos detalles y en un hallazgo que para cualquier aprendiz fue todo un suceso, como es el haber encontrado los marcadores del juego de pelota que se encuentra en la parte principal del sitio. Tal vez Kidder y Smith los hayan visto pero no los reportaron. Sea como sea, ese hallazgo lleno de una vitalidad la temporada y el trabajo, que nos creíamos capaces de poder hacer de ese sitio otro Tikal o un Tak´alik Ab´aj. Con el tiempo hemos ido perdiendo esa vitalidad.
Después de dos temporadas invertidas en la arqueología ya había encontrado cierta comodidad y familiaridad con los compañeros de trabajo. Tal vez no es el momento de hacer una confesión, pero no voy ha dejar de ser racional si admito que la razón también se siente, y en estos momentos quiero expresar un sentimiento que ha surgido en estas temporadas de campo y ha permanecido después de ellas, este sentimiento no es otro más que la amistad. No sólo hallazgos ni cambios en nuestra mentalidad sobre algún aspecto etnográfico ocurren en los trabajos de campo, también se crean nuevas amistades y afortunadamente creo que eso ha ocurrido en el PAMM.
Desde el punto de vista etnográfico la región es muy interesante y novedosa para la antropología guatemalteca. En una línea etnográfica se considera que en la región predomina el grupo étnico «ladino», pero no hay ninguna etnografía que nos describa y explique en qué consiste esa ladinidad, o ese «ladino», que haya sido extraída de la región y mucho menos de Zacapa. Por el contrario, Chiquimula sí tiene tales etnografías, pero solamente de los Ch’orti’ y tampoco de los ladinos. Así que cualquier trabajo orientado en esta dirección puede ser considerado como pionero en su campo, el cual -creo yo- ya es justo y necesario que se elabore.
El modelo bi-étnico de indio/ladino en el que ambas categorías se excluyen entre sí porque no es lo que el otro es, confunde categorías de clase social con la de grupo étnico e ignora lo híbrido que el mismo modelo podría generar. Porque si pensamos lógicamente podría plantearse así, al definirse cada una de estas categorías en función de lo que no es, se tiene que saber y conocer lo que es el otro, es decir, un indio se define como tal porque sabe que no es como su otro que es el ladino. Por tanto, es de suponer que conoce a ese ladino, y para conocerlo ha tenido o mantenido algún tipo de relación o contacto con él, y al haber relaciones también hay fronteras y al haber fronteras también hay confluencias entre ambos que pueden dar elementos híbridos. Aquí es donde el modelo cambia a uno de mayor complejidad y que requiere de más trabajo sur terrain -sobre terreno- y mayor detalle en la descripción de lo que realmente son los procesos de relaciones inter-étnicas en Guatemala.
Yo considero que parte del inicio de esta antropología sobre el terreno, si me permiten utilizar una metáfora acuñada por los franceses, está en esas dos temporadas de reconocimiento arqueológico de superficie que realicé primeramente en Huité y luego en Teculután. El destino o esa parte de la historia tan poco explorada por los historiadores, que en términos del sentido común llaman «destino», no podría haber preparado mejor lugar para entrar al «oriente» que Huité. Primero porque es el lugar mítico y arquetípico del departamento de Zacapa y del «oriente» guatemalteco en términos regionales. Y seguidamente, podría tener unas buenas condiciones para realizar una etnografía por otras dos sencillas razones: a) por encontrarse dentro de un área etnográficamente desconocida y por tanto no trabajada y b) que el reconocimiento de superficie me permitió conocer prácticamente casi todo el municipio y con lo cuál tener un conocimiento de primera mano del mismo.
Me parece necesario hacer justicia manifestando que desde la primera temporada de dos semanas en Huité, mi concepción y mi relación con la «arqueología» se volvió muy positiva y muy fructífera, de tal manera que mi prejuicio de los arqueólogos se vino abajo. Sí, para mí la arqueología era, hasta ese entonces, nada más que la búsqueda de objetos culturales para llenar los museos y promover turismo, pero como ya lo dije, era un prejuicio. Prejuicio que no habría cambiado sin estas experiencias fundamentales en nuestra información. Posiblemente es muy prematuro pedir los resultados de los que mencionaba al principio, pero esta experiencia de investigación transdisciplinaria ha marcado el inicio de mi carrera.
¿Y EL RESTO?
El resto han sido tres temporadas en las que antropología y arqueología se han distanciado, cada cual ha tomado su camino, a pesar de que podrían haber incursionado en un tipo de reflexión sobre los puntos en común de las dos. Los estadounidenses han explorado un subcampo de investigación que se ubica entre las dos y que le llaman: etnoarqueología. Ignoro de qué trata, pero sin duda tiene un fuerte carácter comparativo principalmente en el ámbito de lo que es la cultura material que registra tanto la una como la otra.
El programa de arqueología inició las excavaciones en La Vega del Cobán, La Reforma Huité y en Marines Río Hondo, y continuó con el recorrido de superficie en otros municipios como Río Hondo y Gualán. Por mi parte, inicié y he seguido con la investigación participativa en Huité y espero llevarla hasta el final con la realización de una etnografía de Huité. Creo que es una lástima que el PAMM no haya podido tener una temporada de campo que durara por lo menos dos o tres meses y lamento que no hayamos podido crear un espacio de diálogo entre las dos disciplinas que nos permitiera sistematizar la experiencia y retroalimentar la información.
REFERENCIA
Smith, A. Ledyard y Alfred V. Kidder
1943 Explorations in the Motagua Valley, Guatemala. Contributions to American Anthropology and History, No. 41. Carnegie Institution of Washington, Washington, D.C.