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Demarest, Arthur A.
2001 Nuevas evidencias y problemas teóricos en la investigación e interpretación sobre los orígenes de las sociedades complejas en Guatemala. En XIV Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2000 (editado por J.P. Laporte, A.C. Suasnávar y B. Arroyo), pp.8-25. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala (versión digital).
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NUEVAS EVIDENCIAS Y PROBLEMAS TEÓRICOS EN LA INVESTIGACIÓN E INTERPRETACIÓN SOBRE LOS ORÍGENES DE LAS SOCIEDADES COMPLEJAS EN GUATEMALA
Arthur A. Demarest
Este artículo trata de algunos puntos teóricos y aun filosóficos que creo debemos empezar a discutir y a debatir en la arqueología. Los arqueólogos tratan con las preguntas más profundas de la filosofía, historia y antropología: ¿Por qué surgen las civilizaciones? ¿Por qué las comunidades humanas cambian a través del tiempo de sociedades igualitarias con economías simples a sociedades complejas con jerarquía de poder, riqueza y prestigio?
LA PREGUNTA Y LA HIPÓTESIS
Al final todo se resume en la siguiente pregunta: ¿Por qué surge la jerarquía? Todas las interpretaciones arqueológicas y el análisis de los orígenes de las sociedades complejas involucran estos argumentos filosóficos y parten de las suposiciones sobre la naturaleza humana y el estado original “natural” de las sociedades tempranas. El hecho de que estas suposiciones no sean presentadas y discutidas explícitamente no significa que los arqueólogos no están siendo filosóficos o que estén más orientados hacia los datos. El hecho de que las suposiciones de la naturaleza humana no sean explícitamente presentadas y examinadas simplemente da como resultado una mala filosofía y una ciencia débil. La falta de discusión explícita de estos argumentos también no nos permite relacionar nuestros descubrimientos y teorías con el debate que ha prevalecido tanto tiempo en la filosofía y la historia, así como con las nuevas evidencias de la primatología, neurociencia y psicología.
EVIDENCIA Y TIPOS DE INTERPRETACIONES
Ahora quisiera repasar y criticar algunas de estas suposiciones sobre la naturaleza humana, las sociedades humanas tempranas y la evolución de la jerarquía política. Para ello me basaré en evidencia arqueológica reciente de sociedades complejas en muchas regiones, evidencia etnográfica de la naturaleza de las sociedades contemporáneas no complejas y verdaderamente igualitarias, y evidencia reciente de primatología comparativa, especialmente de los primates superiores, sobre el estado original y natural de la jerarquía en las sociedades de primates, homínidos tempranos y humanos.
La mayoría de las teorías sobre el surgimiento de la complejidad social involucran desde uno a cuatro tipos de razonamiento (Cuadro 1). Quizá las más comunes sean las teorías difusionistas, que frecuentemente ven el surgimiento de la civilización en un área nuclear que posteriormente se expande a otras regiones.
Una segunda clase de teorías comunes ha sido las interpretaciones materialistas funcionalistas, las cuales ven el surgimiento de líderes en términos de sus posibles funciones como administradores o coordinadores necesarios para dirigir la complejidad económica. Estas teorías generalmente involucran hipótesis sobre demografía humana, estrategias de subsistencia del surgimiento de sociedades complejas y la necesidad de manejo de dichas estrategias de subsistencia.
La tercera clase de teorías incluye las teorías marxistas y la economía capitalista tradicional, que asumen (generalmente de manera implícita) tendencias humanas naturales hacia la acumulación de bienes materiales. Finalmente, algunos avances recientes en el estudio de las sociedades jerárquicas más tempranas, asumen tendencias naturales para adquirir prestigio e identidad. La revisión y la crítica de los argumentos que fundamentan estos cuatro tipos de teorías (difusionista, funcionalista, económica y de competencia para prestigio) de acuerdo a la evidencia arqueológica, debiera guiarnos para usar las interpretaciones más útiles.
DIFUSIONISMO
Examinando primero el difusionismo, encontramos que en el área Mesoamericana – incluyendo a Guatemala – muchas interpretaciones continúan dependiendo fuertemente en la difusión para explicar los inicios de la complejidad social en la Costa Sur, el Altiplano y las Tierras Bajas. El concepto de horizonte, la metáfora de “cultura madre”, y otros modelos difusionistas son utilizados para explicar la introducción de la civilización desde los centros de la costa Olmeca, Oaxaca o México Central.
Yo creo que el mecanismo organizador del concepto de “Horizonte”, utilizado para apoyar dichos modelos difusionistas, es obsoleto. El concepto de horizonte fue originalmente una herramienta para alinear tipologías comparativas en Sudamérica. Este define breves periodos de intensa comunicación internacional, contacto e intercambio de tipos y modos de artefactos y cerámica. Los mecanismos usados para explicar estos periodos de internacionalismo varían desde la expansión de imperios, al movimiento de elites mercantiles y a la propagación de cultos religiosos. Pero en todos los casos el producto físico de estas interacciones – el compartir estilos y modos en escultura y artefactos– fue modelado como un “horizonte” – como el horizonte de la tierra – amplio en extensión pero estrecho en periodo cronológico.
He argumentado desde hace mucho tiempo (Demarest 1989; Demarest y Foias 1993) que dicho modelo puede tergiversar la evidencia al alentar a los arqueólogos a alinear artificialmente rasgos de artefactos pobremente fechados compartidos entre regiones, en “horizontes” hipotéticos y a imponer una direccionalidad injustificada a las características compartidas entre regiones.
Aun a pesar de estas tendencias a forzar artificialmente los datos en estrechos horizontes cronológicos de influencia Mexicana, la cantidad creciente de evidencia encaja menos y menos dentro de esta camisa de fuerza interpretativa. Inicialmente los arqueólogos vieron un horizonte Olmeca de influencia pan-mesoamericana alrededor de 1000 AC. Entonces, mientras más datos llegaron, los arqueólogos se vieron forzados a expandir el periodo de influencias compartidas a un Horizonte Olmeca Temprano de alrededor de 1250 a 1000 AC y un Horizonte Olmeca Tardío de alrededor de 900 a 400 AC (Tolstoy 1989). Más recientemente, un Horizonte Olmeca Intermedio de 1000 a 800 AC, ha sido propuesto por Cheetham (1998:12). Además, Clark, Blake, y otros, han identificado un horizonte aún más cerrado de modos compartidos en el periodo Locona de alrededor de 1350 a 1200 AC (Clark 1991; Blake et al. 1995; Pye, Demarest, y Arroyo 1999). Obviamente el concepto de horizonte ha crecido más que su utilidad, después de haberse engordado de los datos y comparaciones en un periodo de mil años de internacionalismo que va al menos desde 1350 a 400 AC!
La interacción en Mesoamérica debe ser vista como un tejido de influencias continuamente conectadas en casi todas las áreas, particularmente entre las elites emergentes de dichas áreas (Demarest 1989). Más que proponer episodios de intensa influencia irradiando de zonas particulares en México, debemos ver a las sociedades Mesoamericanas como grupos que estuvieron en constante contacto con intercambio continúo de ideas y rasgos. Mientras que algunas áreas fueron más precoces e influyentes en algún periodo dado, las contribuciones a la cultura Mesoamericana fueron hechas por todas las regiones y los intercambios fueron multi-direccionales. La adopción de elementos de estilo, creencias e instituciones políticas o económicas en cualquier área dada, debe ser explicada mediante las condiciones en esa zona que hicieron útiles dichas adopciones a la sociedad o economía local o a los propósitos de las elites locales.
En la Costa Sur, sitios como Chantuto, Barra, Paso de la Amada, El Mesak, Tecojate y El Carmen, contienen evidencia considerable de una evolución gradual de complejidad social entre sociedades locales de estuario con versiones similares de las tradiciones cerámicas Barra, Locona, y Ocós (Blake 1998; Fowler 1991). Mientras las similitudes específicas indican contacto y estímulos culturales interregionales, la cerámica y complejos culturales son también suficientemente distintos para indicar un fuerte componente local en estas tradiciones costeras tempranas.
Las teorías de expansión, migración, o conquista por sociedades complejas mexicanas, comúnmente los Olmecas y a veces los Locona, son insostenibles para estos periodos tempranos dados los bajos datos demográficos para todas estas sociedades y la variabilidad regional en cada área para el Preclásico Temprano y Medio. La evidencia de intrusiones en sitios, militarismo o dominio político a larga distancia son débiles o ausentes. El hecho que se compartan modos cerámicos, símbolos iconográficos y algunos bienes exóticos por elites emergentes tempranas en el este de Mesoamérica no justifica migraciones ni modelos de dominación.
Si tanto difusionismo y expansionismo son rechazados, nuevamente debemos regresar a la necesidad de explicar la aceptación de instituciones políticas y económicas más complejas en términos de evolución local y necesidades sociales. Esto lleva una vez más a la pregunta de porqué el liderazgo, la jerarquía, y la complejidad política surgió en cualquier región.
FUNCIONALISMO Y MANEJO ECONÓMICO
Como respuesta a la pregunta fundamental de porqué la jerarquía surge en cualquier región – con o sin estimulo extranjero – los arqueólogos se han dirigido a las teorías funcionalistas de manejo económico. Con más frecuencia, se usa una tendencia natural humana hacia el aumento demográfico, que crea presiones para la formación de sistemas económicos intensivos y complejos de subsistencia. Entonces el surgimiento del liderazgo es definido como una solución para manejar estos nuevos sistemas económicos intensivos, tales como irrigación o trabajos hidráulicos, mercados interregionales que requieren administración central, o guerra territorial para adquirir nuevas tierras.
La evidencia arqueológica y etnográfica de los últimos treinta años de investigaciones ha contradicho aspectos de estas teorías funcionalistas tradicionales sobre manejo económico en el surgimiento de liderazgos tempranos. Docenas de estudios interculturales han negado la suposición Maltusiana que afirma que las poblaciones humanas crecen hasta agotar sus recursos (Cowgill 1975ª). Más bien, éstas tienden a permanecer en balance con los recursos a través de un amplio rango de prácticas que incluyen tabúes posteriores al parto, sectores célibes de la sociedad, homosexualismo, interruptores del coito, abstinencia periódica, abortos e infanticidio, entre otros (Cowgill 1975b). Cuando las sociedades tienen un rápido aumento de población, hay causas específicas e identificables para este fenómeno. La suposición de que los humanos son reproductores incontrolados por naturaleza es falsa.
Clark y Blake han definido un orden inverso de causalidad para la región de Mazatán en Chiapas. Allí se encuentra evidencia para el surgimiento inicial de la jerarquía durante la fase Barra en 1600 AC, que es anterior – en vez de posterior – a un rápido aumento de población en el Formativo Temprano (Blake y Clark 1999). La jerarquía aparece alrededor de 1600 AC, marcada por la distribución diferencial de bienes funerarios, símbolos chamanísticos y bienes exóticos. Las instituciones económicas complejas que requieren de liderazgo centralizado no estuvieron presentes en estas sociedades complejas incipientes, ya sea en la costa de Chiapas, México Central, o en cualquier otra parte de Mesoamérica. Las ocupaciones Barra y Locona se basaron en una mezcla de recolección en esteros y de agricultura simple que no requirió de coordinación central. De manera similar, el intercambio entre las áreas de costa y tierra adentro de productos – hipotetizado por Voorhies (1976) para el área de Chantuto (Michaels y Voorhies 1999) y por Pye y Demarest en drenajes de El Mesak y Río Jesús (Demarest 1989; Pye et al. 1999; Pye 1995) – precede las estructuras de liderazgo y probablemente se basó en movimientos estacionales, intercambio entre parientes, y otras formas informales de intercambio.
LA EVIDENCIA COMPARATIVA SOBRE ADMINISTRACIÓN
Muchos expertos que siguen usando modelos de liderazgo temprano y de jerarquía como formas de manejo económico, los han tomado de la arqueología de Mesopotamia, Egipto o Perú, pero las investigaciones recientes en estas regiones lo han desacreditado. Reconocimientos por Robert Adams, Hans Nissen y muchos otros han mostrado que los sistemas de irrigación pre-Ubaid y Ubaid de Mesopotamia en los milenios quinto y sexto AC eran simplemente manejados en un nivel local por familias extendidas y no requirieron de administración centralizada o liderazgo (Adams y Nissen 1972; Adams 1969). Las primeras ciudades-templos surgieron como centros de seguridad religiosa e identidad de grupo que solamente después tomaron funciones económicas como centros de redistribución y reinversión de excedentes (Adams 1981). El control estatal y el manejo de sistemas de irrigación no surgieron sino hasta 1500 años después.
Egipto también es comúnmente asociado con manejo hidráulico en el surgimiento de la jerarquía. Sin embargo, allí también la jerarquía surge en el contexto del chamanismo, diferencias de bienes funerarios y prácticas mortuorias elaboradas mucho antes que cualquier evidencia de manejo económico o hidráulico (Wenke 1991). El liderazgo temprano pudo haber sido a través de brujos-shamanes del agua quienes tomaron algún crédito por la fertilización natural anual creada por las inundaciones del Nilo, un papel religioso y ficticio-económico que se continuó posteriormente por los faraones. La complejidad inicial en forma de rango incipiente aparece antes de 4500 AC – nuevamente en el contexto de abundancia natural creada por una economía mixta de recolección fluvial y lacustre, cacería, y agricultura simple en valles inundados y riberas (Hoffman 1979).
De igual manera, el liderazgo inicial, la jerarquía y los centros ceremoniales que surgieron en la costa de Perú, sucedieron mucho antes que se crearan sus famosos sistemas de irrigación y sus sistemas de intercambio entre Tierras Altas y Tierras Bajas. En cambio, como en la región costera de Chiapas y Guatemala, la jerarquía es identificada en diferencias de bienes mortuorios, especialmente en momias, textiles, sistemas simbólicos complejos y templos en el Arcaico tardío y periodos agrícolas incipientes antes de 3000 AC (Moseley 1975, 1999). Como en la Costa del Pacífico de Mesoamérica, el gran excedente de la producción de recolección marina y pesca, combinado con recolección y agricultura simple tierra adentro, sostuvo a sociedades con evidencia de jerarquía incipiente asociado con símbolos religiosos, chamanismo y diferencias en bienes de prestigio – con ausencia de cualquier necesidad aparente de administración económica.
Podemos concluir que el surgimiento inicial de la jerarquía y líderes no ocurre debido al papel que juegan como administradores económicos. En todas las regiones la jerarquía temprana parece preceder a la complejidad económica (Cuadro 2). En muchos casos, como el de la Costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala, surge en contexto de abundancia bajo una economía fuertemente dependiente en pesca marítima y de estero, combinada con agricultura incipiente simple. De forma similar, en la Europa Neolítica y en las sociedades pre-agrícolas Natufian del Levante, la complejidad social surge en forma de diferencias en bienes funerarios y símbolos chamanísticos en un contexto totalmente Arcaico de caza y recolección (Price y Brown 1985; Price y Feinman 1995). El factor clave parece ser la abundancia, en lugar de la complejidad económica (Cuadro 2). Así, la jerarquía incipiente es asociada, como en el complejo Barra de Guatemala y Chiapas, con chamanismo y competencia de prestigio.
La falla empírica de las teorías económicas funcionalistas sobre el surgimiento de liderazgo pudo haberse prevenido a partir de sus defectos lógicos. Tales teorías materialistas funcionalistas asocian las causas del surgimiento inicial del liderazgo con funciones adquiridas mucho más tarde por el estado (Gilman 1981). Esta “afirmación de la consecuencia” retrospectiva es la base de la falla funcionalista, lógicamente fuera de secuencia tal como ha sido desacreditada por la evidencia arqueológica (Diener et al. 1978). Dichas teorías parecen ser muy inapropiadas para las Tierras Bajas Mayas y la Costa Sur, en donde incluso en tiempos posteriores las funciones económicas del estado parecen haber sido extremadamente limitadas y la asociación de prestigio del liderazgo y la autoridad religiosa se mantuvo como parte central.
COMPETENCIA Y “NATURALEZA HUMANA” EN EL SURGIMIENTO DE LA JERARQUÍA
Las teorías más prometedoras sobre el surgimiento inicial de la desigualdad, el liderazgo y la jerarquía son aquellas que ven los inicios de la jerarquía de acuerdo a la competencia entre sociedades tempranas. Dichas teorías, sin embargo, se basan en suposiciones implícitas (o rara vez, explícitas) sobre la naturaleza humana (Cuadro 3).
Como se ha observado recientemente por Blake y Clark (1999), las teorías de competencia intra-grupal entre “grandes hombres” en el surgimiento de complejidad social, afirma implícitamente que algunos individuos son por naturaleza acumuladores, motivados por la avaricia material y/o que algunos individuos se engrandecen motivados por un impulso hacia la obtención de prestigio. Las suposiciones fundamentales en ambos casos consideran aspectos de la naturaleza humana y la naturaleza original de las sociedades humanas antes de los inicios del rango.
AVARICIA
La teoría marxista, la de mayor duración y tradición de dichas teorías de competencia interna, tiene premisas explícitas sobre el origen “natural” del estado humano. Marx propone un estado igualitario comunal, de compartimiento y cooperación, basado en igualdad en términos materiales y de prestigio.
Siguiendo a Rousseau (1938), e incluso antes, a Aristóteles (1984), Marx (1965) vio a la mayoría de los males de la sociedad como productos de una distorsión de su estado natural debido a la naturaleza adquisitiva de algunos individuos. Estos “acumuladores” (en términos de Hayden y Garrett [1990]) iniciaron relaciones de explotación económica y luego las legitimizaron a través del rituales, costumbres, religión y ley. De acuerdo a estas formulaciones dadas explícitamente por Aristóteles y posteriormente tomadas por Rousseau, Marx y la teoría marxista contemporánea, la avaricia fue la perversión inicial del contrato social de la sociedad igualitaria, que creó la estratificación económica y social, así como la violencia, la guerra, la pobreza, la división del trabajo y otros males de la sociedad humana.
Los estudiosos han reconocido los problemas de las formulaciones antropomórficas de Rousseau y Marx sobre las relaciones institucionales y por el uso de una terminología de evaluación y moralista. Los problemas empíricos de estas interpretaciones son aún más grandes, ya que los estudios etnográficos de sociedades humanas igualitarias como son los grupos !Kung, Gebusi, Inuit, y Hadza muestran niveles extremadamente altos de violencia (Knauft 1987), que son mayores en porcentajes, que en las sociedades de mayor complejidad, aún tomando en cuenta incluso guerras, genocidios y la periódica violencia en masa de las llamadas sociedades “civilizadas” (Bohannon 1960; Knauft 1985; McKnight 1986; Middleton y Winter 1963; Robarchek 1977; Wilson y Daly 1984). Al contrario de la visión idílica de Rousseau o Marx en cuanto a las sociedades originales comunales, las tendencias individuales hacia la competitividad, adquisición y desviación, son niveladas por la persecución, ostracismo e incluso homicidio en forma de asesinatos por brujería y otras formas brutales de represión.
La perspectiva económica opuesta y fuente de muchas teorías materialistas funcionalistas es la del capitalismo o las economías formales, que fueron formuladas inicialmente por pensadores como el filósofo escocés Ferguson (1819), y el fundador de la economía capitalista, Adam Smith (1991). Nuevamente el pensamiento económico formalista asume que algunos, si no todos, humanos tienen la tendencia hacía la adquisición y la avaricia; que son “acumuladores” naturales que tratan de maximizar su bienestar económico.
Sin embargo, estos pensadores y sus seguidores, vieron este aspecto presumido de la naturaleza humana como positivo, ya que llevó al liderazgo económico que nos guió fuera de la condición original de las sociedades simples en donde la vida, en términos de Hobbes (1958), era “horriblemente brutal y corta”. La falla empírica de esta posición Hobbesiana es aún mayor que la del Marxismo o del Materialismo cultural funcionalista. Los últimos 50 años de investigación etnográfica y arqueológica han probado que las sociedades económicamente menos complejas de cazadores y recolectores frecuentemente tienen mejores condiciones de bienes materiales, salud y nutrición – dada la ausencia de la marginalización u opresión por contacto con sociedades complejas (Sahlins 1972; Lee 1979a, 1979b; Lee y Devore 1984; Marshal 1976; Price y Brown 1985; Thomas 1959; Winterhalder y Smith 1981).
Podemos concluir que la teoría del surgimiento de la jerarquía debido a tendencias adquisitivas o impulsos materialistas no ha sido respaldada por la evidencia – sin considerar que estos impulsos han sido percibidos negativamente por Rousseau, Marx y la teoría Marxista moderna, o de manera positiva por Ferguson, Smith, los formalistas modernos y muchos materialistas culturales funcionales (Cuadro 3).
PRESTIGIO
En mi opinión, un acercamiento más productivo al surgimiento de la jerarquía es el presentado por Hayden, Blake, Clark y otros (Hayden 1995; Hayden y Gargett 1999; Clark y Blake 1994), que ven la competencia por status y prestigio – antes que la riqueza – como la fuerza motriz que estuvo detrás de del surgimiento inicial de la jerarquía. En dichas teorías, la búsqueda de prestigio y el reforzamiento de la identidad, lleva a la adquisición de bienes exóticos, al control del conocimiento esotérico, y en especial, a la creación de patrocinio a través de regalos y fiestas. Los individuos generan entonces jerarquías incipientes a través de tales diferencias de prestigio. En dichas interpretaciones, el aumento de la agricultura de maíz en las fases Locona y Ocós es atribuido a las estrategias concientes de competencia entre “hombres grandes”, tal como son llamados en Nueva Guinea. Dichos líderes tempranos notaron que el excedente podía ser redistribuido, a veces a través de fiestas o rituales en forma de comida o chicha.
Entonces, el maíz – y las vasijas de cerámica tempranas en las que se servían bebidas como la chicha – fue un bien de prestigio cuya importancia aumentó con la creciente competencia de prestigio. Los orígenes del rango y de los cacicazgos son vistos como un desarrollo posterior de las redes de prestigio de que rodeaban a dichos “hombres grandes”.
En Mesoamérica, Clark, Blake y otros han enfatizado el papel de la cerámica temprana y finamente elaborada de las fases Barra y Locona en los contextos de intercambio de regalos y fiestas. El compartir sistemas de símbolos, figurillas y conocimiento chamanístico, también han sido rasgos críticos en el surgimiento inicial de la jerarquía. Dicha interpretación del papel de la competencia de prestigio en el comienzo de la jerarquía es consistente con los hallazgos de las excavaciones del Formativo Temprano en la Costa Sur de Guatemala y El Salvador llevadas a cabo por Arroyo (1990; Arroyo et al. 1989), Bove (1989a, 1989b), Blake (Blake et al. 1995), Popenoe de Hatch (1989), Love (1991), Estrada-Belli et al. (1997), y Pye y Demarest (Demarest et al. 1989; Pye y Demarest 1991; Pye 1995).
Aun cuando favorezco la dirección de dichas hipótesis, éstas comúnmente dependen de suposiciones implícitas sobre las tendencias naturales de algunos individuos que buscan el engrandecimiento a través del prestigio – sin ninguna explicación de esta predisposición hacia la jerarquía. Debemos examinar más explícitamente la tendencia asumida de buscar prestigio y que genera jerarquía. ¿Porqué hay una predisposición fundamental hacia la jerarquía y la adquisición de prestigio en sociedades tempranas horticultoras y de cazadores-recolectores? ¿Por qué empieza a surgir la jerarquía en este momento? Para respuestas altamente especulativas a estas preguntas podemos acudir a los campos de la primatología comparativa de los primates superiores y a la etnología de sociedades no complejas.
EVIDENCIA DE LA PRIMATOLOGÍA COMPARATIVA Y ETNOLOGÍA
La etnología y la primatología destruyen completamente nuestra imagen idílica de sociedades humanas y primates sin violencia. Knauft (1987, 1991), Rodseth (Rodseth et al. 1991), Wrangham (1979), Kinsey (1987), De Waal (1982, 1986, 1989), Smuts (1987) y muchos otros han completado recientemente estudios comparativos de comportamiento de primates que tienen implicaciones para las sociedades humanas tempranas. Las características de las jerarquías de prestigio, guerra territorial, violencia intergrupal por territorio o dominio, y el conflicto intragrupal para establecer una jerarquía son propias de los primates superiores como los chimpancés, bonobos y gorilas, nuestros parientes más cercanos (Cuadro 4, izquierda y derecha). Al mismo tiempo, estas también son características sobresalientes de sociedades humanas complejas con rango o estratificación.
En contraste, las sociedades igualitarias simples, ya sean basadas en recolección u horticultura, carecen de muchos de estos rasgos. Todas estas sociedades existen en circunstancias económicas modestas o apretadas, por lo que la cooperación y el compartimiento son características enfatizadas por las costumbres o las sanciones (Cuadro 4, centro).
Al contrario de la visión de Rousseau de las sociedades humanas no complejas, las estadísticas etnográficas comparativas demuestran que dichas sociedades simples tienen un alto nivel de violencia fatal, que incluye asesinatos por brujería, peleas a muerte en macro bandas de recolectores y otras formas de homicidio. Estas sociedades también tienen muchas formas de sanciones no fatales y ostracismo para reforzar la cooperación y el compartimiento, así como para reprimir el individualismo, las desviaciones, el auto-engrandecimiento, la acumulación y otras tendencias a la desigualdad y jerarquía.
Algunas de las similitudes entre los primates y las sociedades humanas complejas en su estructura social, jerárquica, conflicto intergrupal, y otros rasgos (Cuadro 4, izquierda y derecha) pueden indicar analogías debido a circunstancias estructuralmente similares y no por cierto homologías basadas en relaciones evolutivas (Knauft 1997). Aun así se puede exponer, con base en evidencia comparativa, que en los primates superiores existe una tendencia innata hacia la jerarquía. Como ha argumentado Knauft, dichas tendencias pueden ser reprimidas en sociedades igualitarias en donde la cooperación en las actividades de cacería y recolección, y el compartir son críticos para la supervivencia. Las sociedades y economías del Homo erectus, y las formas tempranas del Homo sapiens probablemente también enfrentaron dichas presiones hacia la cooperación, y bien pudieron haber tenido estructuras institucionales para suprimir la competencia interna natural similar a la de las sociedades igualitarias actuales (Cuadro 4, centro).
EL RESURGIMIENTO DE LA JERARQUÍA
Si dicha hipótesis es correcta, debemos preguntarnos por qué y cuándo la tendencia hacia la jerarquía, competencia y dominio resurgió y porqué las instituciones y costumbres que reprimían dichas tendencias fueron liberadas. La respuesta puede ser bastante simple: las presiones y costumbres que reprimen la jerarquía y la competencia pudieron haber sido removidas cuando acabaron las condiciones requeridas para dicha represión. Como se enumera y discute en la Cuadro 2, el único denominador común en la evidencia arqueológica para el surgimiento inicial de la jerarquía es que estas sociedades lograron abundancia en sus sistemas de subsistencia. En la Costa de Chiapas, El Salvador y Veracruz – como en Perú, el Levante, Egipto y Mesopotamia – la evidencia más temprana de diferencia de status y jerarquía incipiente aparece en este contexto de abundancia – ya sea por pesca y recolección, agricultura o una mezcla de estas técnicas de subsistencia.
Debe tomarse en cuenta que ninguna de estas sociedades tempranas tuvo economías con elementos tan complejos como para requerir la administración o el liderazgo. Más bien, las diferencias de status – expresado en símbolos ideológicos, bienes exóticos, o prácticas funerarias – aparecen en estas regiones antes de la complejidad económica y antes que la agricultura se convirtiera importante para la economía – como en las culturas Barra y Locona de la Costa Sur. Por lo tanto la evidencia no es consistente con las teorías tradicionales económicas funcionalistas. El hecho de que la diferencia de status haya sido expresada en símbolos ideológicos primarios en lugar de tamaño de la vivienda, nutrición o en otras medidas de bienestar material también pone en duda a las teorías Marxistas o económicas formalistas (“capitalistas”) en las que la avaricia o los impulsos naturales hacía la “maximización” material explican estas jerarquías incipientes y definen su forma.
Por deducción esto nos deja con la hipótesis de que puede haber una tendencia innata o un impulso no hacia la acumulación de bienes materiales, sino hacia el prestigio y el refuerzo de la identidad. Las estructuras y tendencias jerárquicas parecen ser suprimidas a un alto costo en términos de violencia en sociedades igualitarias de horticultores y de cazadores y recolectores.
Dicha represión pudo haber sido necesaria para el alto grado de cooperación necesario en grupos de homínidos tempranos y en muchas sociedades tempranas de cazadores y recolectores. Con frecuencia, a través de sistemas de subsistencia altamente exitosos, dichos mecanismos de represión desaparecen y la jerarquía resurge. Dicha tendencia natural hacia jerarquías dominantes y competencia entre individuos y familias no debe ser sorprendente a la luz de la naturaleza del comportamiento de la mayoría de mamíferos en el mundo animal. Esto es consistente con la presencia de dichas estructuras jerárquicas en muchos primates superiores, especialmente los grandes primates, que son nuestros más cercanos parientes vivientes.
En cambio, la jerarquía resurge con abundancia, pero expresada generalmente en términos ideológicos con evidencia de status en símbolos chamanísticos y religiosos como los marcadores iniciales de la complejidad incipiente (Cuadro 2). Las razones por las que la complejidad inicial se centra alrededor de dichos símbolos tienen que ver con la necesidad humana única producida por sistemas de símbolos y auto-conciencia que llevan hacia la identidad y parámetros conceptuales fundamentales de la existencia.
NOTA EPISTEMOLÓGICA
Por hoy permítanme concluir simplemente con una nota epistemológica adicional. Estas especulaciones han explorado la posibilidad de que las jerarquías iniciales de prestigio en las sociedades humanas resurgieron en situaciones de abundancia – cualesquiera que sean la base de la subsistencia y la necesidad de manejo económico.
Dicha hipótesis es altamente consistente con la evidencia de Mesoamérica de las sociedades complejas más tempranas. Esta conclusión también nos recuerda que – aunque los arqueólogos crean estar enfocados en simples preguntas acerca de la cultura e historia, como secuencias cerámicas y sistemas de subsistencia – todos estamos construyendo nuestras interpretaciones con base a postulados filosóficos y reglas epistemológicas. Entonces, cuando nos hemos preguntado ¿porqué surge la jerarquía?”, ya nos hemos forzado a responder basándonos en la suposición de que el estado “natural” innato de humanos es igualitario y comunal, y que algo intervino para alterar ese estado y crear un orden jerárquico perverso. Aristóteles, Rousseau, Marx, la religión Judeo-Cristiana y muchos otros aspectos del pensamiento occidental nos predisponen hacia esta suposición acerca del estado humano original. Pero la evidencia de la primatología comparativa, la etnografía comparativa de sociedades simples y la arqueología de las sociedades complejas más tempranas, niegan esta suposición.
En cambio deberíamos preguntarnos: ¿porqué nuestra mayor tendencia primate hacia la jerarquía fue suprimida en la mayoría de las sociedades simples tempranas? La jerarquía no surge en el periodo Barra, la jerarquía resurge.
En conclusión, afirmo que como arqueólogos somos científicos sociales y por lo tanto, filósofos. Debemos esforzarnos por ser filósofos explícitos y examinar cuidadosamente nuestras premisas y no solamente querer imponer nuestras suposiciones inconscientes e implícitas sobre el pasado ancestral.
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Cuadro 1 Tipos de teorías sobre los orígenes de la complejidad social y el liderazgo
Cuadro 2 Sociedades complejas sedentarias tempranas
Cuadro 3 Ideas sobre la sociedad original humana de recolectores y cazadores, y agricultores incipientes
Cuadro 4 Características de la jerarquía en los primates superiores