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Arroyo, Bárbara
2003 De los costeños y el desarraigo de una identidad: Los aportes arqueológicos. En XVI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2002 (editado por J.P. Laporte, B. Arroyo, H. Escobedo y H. Mejía), pp.30-35. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.
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DE LOS COSTEÑOS Y EL DESARRAIGO DE UNA IDENTIDAD: LOS APORTES ARQUEOLÓGICOS
Bárbara Arroyo
Las investigaciones arqueológicas en la Costa Sur han tenido gran variedad de enfoques que van desde la explicación de los orígenes de sus primeros habitantes (Coe 1961; Coe y Flannery 1967; Arroyo 1994), la complejidad social (Bove 1989; Pye y Demarest 1991), orígenes del estado y sus relaciones externas (Bove et al. 1993), hasta el urbanismo (Love 1989) y naturaleza de las organizaciones políticas en el Clásico (Chinchilla 1996). Dentro de estos temas principales se encuentran muchos otros que tienen que ver con aspectos económicos, culturales, artísticos y políticos de los antiguos habitantes de la Costa Sur.
A pesar de las temáticas mencionadas y trabajos realizados en la región, la arqueología de la Costa Sur ha sido desarrollada por muy pocos investigadores, especialmente si comparamos la cantidad de investigadores en otras regiones de Guatemala. En general, se puede hablar de cierto tipo de “desprecio” por las investigaciones en la Costa Sur pues las mismas no revelan majestuosas pirámides, enormes palacios, gigantescas fortificaciones u otros rasgos impresionantes que caracterizan la arqueología de zonas más allá de la Costa. Sin embargo, es importante señalar que hay evidencia de edificaciones impresionantes, calzadas, y otros rasgos que, por encontrarse en fincas privadas y estar construidas con barro y adobe, han pasado desapercibidas para el público en general y las autoridades nacionales en particular.
No por ello la importancia de estos sitios arqueológicos es menos relevante. Su desconocimiento es únicamente reflejo de la ignorancia y el desinterés. También es resultado de una política pública para la protección y cuidado de estos lugares que si bien existe en papel, no se implementa. Cada día desaparecen más sitios en la Costa Sur en manos de actividades agrícolas o de desarrollo de camaroneras, salinas y otras actividades modernas, sin que siquiera se haya llegado a completar una ficha de registro de su existencia original. Infortunadamente, la falta de inspectores en la región es también una enorme limitante para la conservación y protección del patrimonio cultural de la Costa Sur.
IDENTIDAD COSTEÑA
Es necesario considerar algunos conceptos antes de entrar a discutir qué nos dicen los datos arqueológicos. La identidad es algo que se engendra desde el nacimiento. Este concepto ha sido explicado por la sicología, donde se le define como la noción de permanencia que escapa a los cambios que puedan afectar al sujeto o al objeto en el curso del tiempo. El sentimiento de identidad podría significar la sensación de continuidad temporal, de ocupar un lugar propio en la comunidad (Barahona 1991:27). Con base en estos conceptos, ha sido difícil establecer claramente la etnicidad de los antiguos habitantes de la Costa Sur. Aunque hay evidencias etno-históricas que apuntan a poblaciones Kaqchikel, Xinca y Pipil, además de intrusiones K´iche´ en el momento del contacto, es difícil establecer quiénes fueron los habitantes de los periodos Preclásico y Clásico.
Es muy difícil distinguir la identidad de grupos sociales en la época prehispánica. Además, no es posible comparar directa ni simétricamente las culturas prehispánicas con las modernas, debido a que durante el periodo colonial se desarrolló un tipo de comunidad y cultura distinta al de la época prehispánica y esto afectó la composición original de los grupos sociales (Palma 1996). Sin embargo, con base en investigaciones arqueológicas es posible enfatizar aspectos de la cultura material que pueden estar relacionados con comunicación e interacción, por lo tanto, delineando los atributos estilísticos de materiales que conllevan información relativa a la unidad étnica y su identidad. Por ejemplo, elementos y distribución de diseños cerámicos, combinación de colores, tratamiento de superficie y simetría, han sido vistos como marcadores étnicos (Cordell y Yani 1991).
Es así como gracias a los estudios arqueológicos existen varias propuestas sobre las filiaciones étnicas de los grupos Preclásicos. Lowe ha propuesto la presencia de grupos Mixe-Zoque (Lowe, Lee y Martínez 1982). Esta propuesta se hizo a partir de investigaciones lingüísticas llevadas a cabo en la región del Soconusco en Chiapas y Veracruz, principalmente con base a reconstrucciones de palabras y estudios de préstamos lingüísticos. Investigadores como Clark y Blake (1994) han ido más allá proponiendo que la cultura Mokaya del Soconusco fue hablante de Mixe-Zoque desde el Preclásico Temprano y que posteriormente en el Preclásico Medio cayó bajo el control de los Olmecas, que a su vez eran hablantes de Mixe-Zoque (Campbell y Kaufman 1976).
También existe la propuesta de que se hablaban lenguas Mayas en el Preclásico Tardío, sugiriendo la presencia de una nueva población, aunque se debe recordar que este fue un momento de dinámica cultural. Es en este tiempo cuando se da una explosión de manifestaciones escultóricas en muchos lugares de la costa incluyendo Abaj Takalik, El Baúl, Monte Alto y otros lugares en el Altiplano como Kaminaljuyu, reflejando posiblemente la presencia de nuevos grupos.
Medrano y Bove (1994) hicieron una atrevida propuesta sobre la etnicidad de los antiguos costeños en su afán de enfatizar un desarrollo propio de la sociedad prehispánica de la región. Ellos propusieron que, con base en las diferencias regionales particulares, los habitantes de la zona al este del Soconusco tuvieron una identidad diferente a aquella de los Mixe-Zoque y sugieren la posibilidad de que hablaran proto-Xinca, o sea un idioma ancestral del Xinca actual. Sin embargo, ellos mismos mencionan la falta de evidencia lingüística y arqueológica aunque de manera enfática dicen que: “nuestro principal objetivo es rechazar que la Costa Sur fue ocupada por grupos hablantes de Mixe-Zoque y demostrar las diferencias culturales y arqueológicas entre el Soconusco y el resto de la Costa hasta El Salvador” (Medrano y Bove 1994:2).
Por otro lado y con base en la evidencia cerámica, Hatch (Hatch y Shook 1999) ha propuesto la presencia de tradiciones cerámicas que reflejan la existencia de tres poblaciones regionales que se pueden identificar por las vajillas domésticas utilitarias asociadas a cada una. “Se puede suponer que dichas poblaciones representaban grupos étnicos estrechamente relacionados, que utilizaban cierto número de mecanismos para mantener sus fronteras y preservar su propia identidad” (Hatch y Shook 1999:175). La interacción social existente promovió lazos de parentesco y una identidad de grupo que probablemente se expresó por medio del idioma, costumbres, hábitos de cocina y los diferentes mecanismos para explotar el ambiente (pesca, caza, agricultura, manufactura de bienes de intercambio, etc).
Sin embargo, todavía no sabemos exactamente quienes eran los protagonistas de estas tradiciones pese a que Hatch (comunicación personal 2002) piensa que podrían ser grupos proto-Mayas o de la familia Mayense que representaban a distintos linajes que se encontraban interactuando.
Es innegable que la Costa Sur fue una región dinámica con mucho movimiento de poblaciones desde la primera evidencia de actividad humana fechada más o menos para 1700 AC. Esto lo ilustra la presencia de cerámica muy similar del Formativo Temprano extendida a lo largo de una amplia región desde la Costa del Golfo pasando por el Istmo de Tehuantepec, llegando hasta El Salvador. Más adelante, la distribución de grandes esculturas de estilo Maya (El Jobo, Abaj Takalik, Chocola, El Baúl, Kaminaljuyu y Chalchuapa), y Olmeca (La Blanca, Abaj Takalik, San Antonio Suchitepéquez, y Amatitlán en Guatemala y Chalchuapa en El Salvador), así como de cerámica particular como Usulután en la Costa Sur, demuestra la interacción entre regiones en el periodo Preclásico.
También se sabe de la enorme importancia de la Costa Sur como productora de una serie de productos propios de su medio ambiente. Sus fértiles tierras sirvieron para que creciera el cacao, algodón, maíz y otros importantes cultivos mesoamericanos. El litoral también ofreció su parte de beneficios con la producción de sal, pesca, caza y otros. Fue a través del control de la explotación de sus recursos y el comercio a larga distancia como se formaron grandes centros que llegaron a tener contactos dentro de la gran red mesoamericana que incluía a Teotihuacan y las Tierras Bajas Mayas, entre otras.
Aunque se tiene muy poca información del Postclásico, se sabe de la existencia de alianzas con grupos del Altiplano por lo que su desarrollo prehispánico jugó un papel dinámico a lo largo de toda la prehistoria de la región. Documentos etno-históricos señalan la presencia de grupos K´iche´ en la zona occidental, lo que hoy es el departamento de Suchitepéquez, además de las incursiones de otros grupos mayas como los Tzutuhil y Kaqchikel. Se tiene evidencia documental según los relatos de Alvarado de la presencia de grupos Xinca para el momento de contacto, limitados a la Costa Sur-Oriental incluyendo Atiepac, Tacuilula, Taxisco, Nancedelán (hoy Nancinta), Texcuaco y Pasaco. Estrada y Niebla, en su descripción de la Provincia de Zapotitlán y Suchitepéquez en 1579 (1955:68), mencionan que en Suchitepéquez “úsanse en esta provincia tres lenguas, según los que entienden: la Mexicana que es la general y la otra que llaman Achí que es la materna de esta costa y otra que se llama Mame y estas dos se entienden aunque no con perfección”, indicando diferencias al menos lingüísticas entre los distintos grupos de la zona.
Contemporáneamente la comunidad Achi´ reconoce que “el Achi’ y el K´iche´ vienen de la misma raíz aunque sus diferencias son fonológicas y en ciertos casos, léxicas…. prevaleciendo la unidad lingüística K’iche’”. Sin embargo, existe la tendencia para los Achi’ de no identificarse como K’iche’ (Chacach 1995:6-7).
A pesar de la información etno-histórica y arqueológica, el conocimiento del público general sobre la Costa Sur viene de publicaciones escolares y láminas a colores (Piedra Santa y otros) que indican que la región fue la “cuna de la civilización Olmeca”. Este argumento fue una equivocada interpretación que se hizo a partir del hallazgo de las grandes esculturas del sitio Monte Alto en La Democracia, Escuintla, y su parecido monumental con las grandes cabezas Olmecas. Este fenómeno continúa muy arraigado en la comunidad de La Democracia como resultado del esfuerzo de Rubén Cheves Van Dorne y las publicaciones de Rafael Girard, así como la creación del museo regional y su persistente idea de explicar los grandes barrigones como antecedentes de la cultura Olmeca.
Investigadores norteamericanos como Graham (1978) y Miles también promulgaban un fechamiento temprano para los barrigones. Según las secuencias estilísticas ellos habían propuesto que estas esculturas, que no sólo se encontraron en Monte Alto sino también en Abaj Takalik, Kaminaljuyu, Bilbao y en otros sitios de Guatemala, podrían ser “proto-Olmecas”. Infortunadamente, la mayoría de ellas habían sido movidas de sus lugares originales y no contaban con una fecha radiométrica de su uso prehispánico. Afortunadamente, las investigaciones llevadas a cabo en Santa Leticia, El Salvador (Demarest 1986), permitieron establecer que el fechamiento de éstas corresponde al Preclásico Tardío (alrededor de 100 AC según una fecha de radiocarbón), lo cual contribuyó a aclarar la dudosa y discutida fecha de estos monumentos.
Con esta información quedaba claro que las esculturas monumentales conocidas como barrigones correspondían a una época posterior a la de los Olmecas. Sin embargo, la persistencia de querer mantener el vínculo con la civilización Olmeca continuó sin incorporar la información científica claramente comprobada. Es más, el desarrollo local de los grupos costeros ha sido propuesto por varios investigadores (Bove 1989; Hatch y Shook 1999), pero esta información no ha sido incorporada en la currícula escolar y se siguen transmitiendo datos incorrectos sin aprovechar los datos arqueológicos que vendrían a contribuir a formar una identidad fundada en raíces locales.
Es posible que el empeño de reclamar una ancestría Olmeca en la Costa Sur se deba a la monumentalidad de sus esculturas y el desconocimiento de la existencia de rasgos culturales locales tan o más importantes que ellas.
FORJANDO UNA IDENTIDAD COSTEÑA
Una identidad costeña puede forjarse a partir del enorme legado cultural de la Costa Sur. Esta puede fomentarse a partir de los hallazgos arqueológicos, además de incorporar la información etno-histórica que contiene múltiples relatos sobre la riqueza natural de la región. A partir de lo natural, se puede iniciar a fomentar cierto orgullo de pertenencia a una tierra fértil y útil que desde el pasado ha tenido un gran desarrollo. La exhuberancia cultural y natural queda plasmada en las menciones de los primeros visitantes a la costa. Fuentes y Guzmán, en su Recordación Florida, habla de la “copiosa providencia de pescado….con abundantes juylines, mojarras, bagres, tepemechines y lammamichínes, camarones, cangrejos y jutes” de sus ríos, así como de la riqueza de fauna evidente en sus descripciones de los feroces caimanes, nutrias y otros animales. También menciona “el tesoro en la riqueza… de sus preciosas maderas, pues estas montañas como inagotables, por la fecundidad del territorio, no puede… sentir total disminución en sus bosques…. Los cedros de tan robusta corpulencia, que derribada una troza, y puesto un hombre de á caballo á una parte, no le divisan los que están en la otra”. En su descripción de la riqueza forestal habla de la variedad de especies como los copinoles, chapernos, cocchipilines, árboles de María, caobas, sapotillos, almendros, palo canela y otros con sus múltiples propiedades curativas y de otra naturaleza.
Arqueológicamente se han llevado a cabo investigaciones recientes sobre el medio ambiente antiguo (Arroyo et al. 2001; Arroyo 2001), que indican la existencia de armonía entre las poblaciones costeras y su ambiente desde hace unos 5000 años. Es posible aprender de estas evidencias del pasado para aplicar en el presente y llevar una vivencia más balanceada con nuestro alrededor a la vez de fomentar los alcances logrados por aquellas sociedades. Sin embargo, es urgente una campaña de conciencia para alcanzar a las poblaciones locales y los agricultores en su apresurado camino por el desarrollo.
Otro punto clave en la formación de una identidad costeña es la urgente necesidad de incorporar a los programas de estudio en el nivel primario y secundario, en el área rural y la capital, la información correcta sobre quiénes fueron los antiguos habitantes de la Costa Sur. Ya basta de decir que los habitantes de la Costa fueron Olmecas u Olmecoides. Urge señalar que los mismos tuvieron su propia identidad enmarcada dentro del gran desarrollo mesoamericano en el cual jugaron un papel importante a través de la producción y control de ciertos productos como el algodón, cacao, sal y otros recursos de la zona.
La inexistencia de una identidad costeña está enraizada en la naturaleza de la población actual de la Costa. Aquí se pueden observar dos tipos de fenómenos. Uno es que una gran parte de habitantes son ladinos que migraron de los departamentos de Jutiapa, Jalapa, Zacapa y Santa Rosa, a partir de la reforma agraria y la Revolución de 1944. Casi ninguno tiene un vínculo especial con la zona más que el de subsistir de lo que pueda producir en el pedazo de tierra que posee. El otro fenómeno es el de la presencia de fincas privadas en propiedad de criollos, mestizos y ladinos que se dedican a las siembras de caña de azúcar, palma africana, algodón, banano y crianza de ganado, entre otros. Regresando a la definición del concepto de identidad, se puede afirmar que la identidad contemporánea no tiene relación alguna con aquella del pasado.
A lo largo de 15 años de trabajo en la Costa Sur, se pueden contar las veces en que se han encontrado individuos que se identifican con una etnia Maya como propietarios de terrenos. Sin embargo, independientemente de quiénes sean los habitantes modernos, urge crear conciencia de la importancia arqueológica de la región. Se pueden implementar proyectos eco-turísticos y de desarrollo de sitios en propiedades privadas para dar a conocer la riqueza arqueológica de la zona. Estos pueden acompañarse de museos regionales o comunitarios con información verdadera para iniciar una divulgación al público general sobre la arqueología de la región.
Es necesaria la colaboración entre los ministerios de Cultura y Deportes y Educación para establecer planes de revisión de programas de estudios escolares donde se incorporen los hallazgos arqueológicos que desmienten las historias tradicionales sobre quiénes habitaron la Costa Sur.
Es importante dejar por un lado la visión marginal de la Costa Sur dentro del gran desarrollo mesoamericano. El desarrollo de grandes sitios como Ujuxte y Abaj Takalik en Retalhuleu, el complejo de Los Chatos-Manantial, Balberta, Los Cerritos, El Baúl, Bilbao y El Castillo (entre otros) en Escuintla, La Máquina, Bonete, Cerritos y otros en Santa Rosa, permiten obtener sólo una breve mirada de lo que fue la gran civilización costera. Los habitantes prehispánicos de la Costa tuvieron una serie de prácticas culturales propias de la gran cultura mesoamericana y particularmente de la cultura Maya. Sin embargo, las diferencias en su medio ambiente, organización social y desarrollos alcanzados los distinguen con su evolución propia basada en los conocimientos primigenios del maíz, balance con el medio ambiente y desarrollos complejos.
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Arroyo, Bárbara
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