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La arqueología colonial en La Antigua Guatemala, ¿fuente de investigación histórica o lastre burocrático para el desarrollo urbano?
Introducción
La arqueología es una técnica de investigación de la ciencia histórica. El resultado del trabajo de un arqueólogo no es arqueología es historia. Hemos de entender la historia como la ciencia que analiza el comportamiento de los seres humanos del pasado a través de sus producciones culturales. Dichas producciones culturales pueden ser de dos tipos: intelectuales o materiales.
La cultura intelectual engloba todas aquellas manifestaciones de la actividad humana que, trascendiendo de su soporte material, nos trasmiten el pensamiento de sus creadores. Así, las palabras de los textos escritos, la simbología de un cuadro o una escultura, una composición musical.
La cultura material hace referencia a todas las manifestaciones de la actividad humana centradas en su materialidad, como expresión de la voluntad de sus creadores a la hora de elegir dicha materialidad y su forma de trabajarla. Así, las tablillas de barro, los papiros, los pergaminos, o los papeles utilizados para escribir, más allá del texto que contengan. Y las vasijas, las esculturas y las herramientas para hacer vasijas y esculturas. O cualquier espacio modificado a partir de un espacio natural o de otro ya humanizado: desde el cultivo de los campos hasta la arquitectura áulica.
La arqueología es la técnica de investigación histórica que se centra en la cultura material. Esto no supone que la arqueología no tenga en cuenta la cultura intelectual, en esencia, la que analizan los historiadores de archivos o los historiadores del arte, sino que ambas formas de aproximarse al pasado se complementan.
Es decir, no podemos esperar entender los comportamientos de los hombres del pasado analizando sólo su cultura intelectual, o analizando sólo su cultura material. Es necesario apelar a ambos grupos de fuentes para lograr un entendimiento válido.
Sin embargo, en historia, la cultura intelectual ha sido la fuente protagonista desde la aparición de los textos escritos, quedando la cultura material como básica para los periodos anteriores a los textos escritos o cuando dichos textos eran muy escasos.
Esa exclusión entre historiadores de archivo y arqueólogos, exclusión debida a la ignorancia del trabajo del otro, ha trascendido a la sociedad.
De esta forma, que los arqueólogos puedan trabajar las culturas prehistóricas y protohistóricas como el mundo precolombino guatemalteco, no sólo es comprensible para todos, sino, incluso, está rodeado de un aura entre intrépido y sorprendente.
Pero que un arqueólogo desee analizar los periodos históricos para los que existen grandes cantidades de documentos escritos, no sólo es rechazado por los historiadores de archivo, sino que, sobre todo, resulta incomprensible para la mayor parte de los ciudadanos.
En realidad, es posible que buena parte de esta incomprensión nazca de la propia actitud de los arqueólogos de la arqueología histórica que no hemos sabido explicar la importancia de nuestro trabajo o difundir los resultados del mismo.
Pero también existen ciertos desajustes entre la labor de los arqueólogos y las necesidades tanto de los clientes de la arqueología histórica, especialmente, los promotores inmobiliarios, como de la sociedad en general.
¿Para qué sirve la Arqueología Histórica?
Tal como acabamos de explicar, la historia analiza el comportamiento de los seres humanos del pasado a través de sus producciones culturales, encargándose la arqueología de la cultura material.
La cultura material que analiza el arqueólogo no se centra exclusivamente en los restos de huesos o cerámica que aparecen en los pozos.
La estratigrafía de dichos pozos, cómo se fueron acumulando los diferentes estratos “humanizados”, fosas, interfaces, niveles de circulación, de destrucción, de abandono… esa es la parte de la cultura material que más interesa al arqueólogo. Un pedazo de cerámica sin estratigrafía reduce notablemente la cantidad de información histórica que puede aportar.
Pero la estratigrafía arqueológica no sólo está en los pozos. También está en los edificios, en los parques, en las trazas urbanas. A la hora de construirse un convento, la disposición de los materiales, cómo fueron aparejados, las posibles reparaciones, restauraciones o destrucciones posteriores. Todos esos acontecimientos que se pueden leer en la fábrica construida son estratos que el arqueólogo tiene que reconocer e interpretar para construir historia.
La arqueología histórica, además, coteja la información estratigráfica con la documentación escrita. Un arqueólogo que trabaja periodos históricos debe conocer los archivos que le van a ser útiles, manejar la paleografía, conocer los principios de la historia del arte.
A partir de aquí, la arqueología histórica puede aportar tres tipos de valores al patrimonio histórico:
– asiste técnicamente a los especialistas en preservación (arquitectos, ingenieros estructurales, restauradores…). Por ejemplo, el arqueólogo desentraña la cronología de un edificio y puede ofrecer los datos oportunos para que el arquitecto pueda seleccionar entre los elementos del pasado a conservar y los actuales de los que puede prescindir.
– pone en valor ciertos restos patrimoniales que podían haber pasado desapercibidos o ser desconocidos, lo que puede hacer aumentar el interés de la sociedad por ese bien. El caso de la cripta del Calvario en el convento de Santo Domingo es un buen ejemplo.
– pero, sobre todo, produce historia como ciencia. Desentraña las lagunas que podemos conservar del pasado o aclara interpretaciones erróneas.
Indudablemente, este último valor, el más destacado, no siempre es ni el mejor presentado, ni el más reconocido.
La Arqueología Histórica en La Antigua Guatemala
Hace cinco años, ya se presentó un trabajo en el Simposio de Arqueología, titulado Veinticinco años de investigaciones arqueológicas en la Antigua Guatemala (1985-2010). Bien es cierto que en estos cinco años se han hecho más trabajos arqueológicos en la Antigua Guatemala. Pero este artículo nos es muy útil para no tener que repetir cómo se ha desarrollado la arqueología histórica en la Antigua, desde la búsqueda de las sepulturas de personajes ilustres de la colonia en tiempos de Ubico a operaciones actuales de salvamento, algunas de gran complejidad científica y social como el convento de Santo Domingo.
Pero si quisiéramos rescatar algunas ideas que se vertieron en aquel artículo que se merecen una reflexión más amplia.
La primera, clave, es que la arqueología histórica en la Antigua ha sido esencialmente de rescate (también conocida como de salvamento o de emergencia). Se iba a intervenir en un predio, en una casa abandonada, se iba a construir una nueva instalación de drenajes o de agua limpia, y se procedía a una análisis arqueológico antes o al tiempo de dicha intervención.
Esta situación es la más habitual en cualquier ámbito urbano. Hispanoamericano o europeo. En ciudades catalogadas Patrimonio de la Humanidad o aquellas que no tienen tal título. En urbes con centros históricos destacadísimos o los que cuentan con un patrimonio muy reducido.
El autor de estas líneas participó en operaciones de salvamento del proyecto de ampliación del museo del Louvre de París (en concreto, el tramo del Jardín de las Tullerías), pero también en el seguimiento de pequeñas construcciones en el casco histórico de Guadalajara o Sigüenza, localidades ambas en Castilla-la Mancha, España.
Tanto en la Antigua, como en París o en Guadalajara, el proceso posterior a la excavación arqueológica era la transformación del espacio y la consiguiente posibilidad de perder datos históricos. Es decir, la arqueología de rescate ni es exclusiva de la Antigua, ni en la Antigua es el único lugar donde, esencialmente, esa arqueología de rescate se realiza por motivos de presión urbana.
Es importante tener en cuenta esto que parece tan obvio. Las ciudades cambian, son dinámicas, no podemos esperar que sean escenarios estáticos y, al menos, nuestra ventaja actual es que ya se considera la necesidad de realizar arqueología de rescate.
A partir de aquí, en el artículo de los veinticinco años de arqueología colonial, se proponían una serie de medidas para mejorar la actividad arqueológica:
– una reforma legal que incluyese la financiación necesaria
– tratar de involucrar a todas las partes, incluyendo a varias instituciones públicas (Municipalidad, Universidad, CNPAG…)
– persuadir a los propietarios y romper las dinámicas de desinterés por el patrimonio.
Todas estas medidas tenían un elemento en común: se pedía a los agentes externos a la arqueología que “mejoraran su conducta”. Pero, ¿qué nos pedíamos los arqueólogos a nosotros mismos?
Los inconvenientes de la Arqueología Histórica en La Antigua Guatemala
Para elaborar este artículo, junto a nuestra experiencia profesional, y los datos aportados en el trabajo de los veinticinco años de arqueología, hemos tenido ocasión de entrevistar a varios profesionales que han laborado en arqueología colonial en La Antigua.
A partir de la información recabada, los principales inconvenientes detectados son los siguientes.
Primero, buena parte de la sociedad no entiende por qué se hace arqueología histórica, si ya sabemos todo lo que hay que saber del pasado gracias a los libros. De esta forma, la labor del arqueólogo se concibe como una traba burocrática más, una imposición legal, pero arbitraria, cuyo objetivo es sacar dinero del promotor o del propietario, una singular componenda establecida entre el arqueólogo y las autoridades.
Segundo, los profesionales de la construcción o la restauración ven al arqueólogo como un problema, y no como una ayuda. Retrasa los plazos, genera inconvenientes y gastos, amenaza con paralizar la obra, y para muchos arquitectos, ellos tienen capacidad suficiente para entender el edificio en menos tiempo y sin la necesidad del arqueólogo, al que terminan por aceptar como obligación burocrática.
Tercero, esa burocracia que temen propietarios y arquitectos, también termina por enredar al propio arqueólogo. Al final, más que crear un documento histórico de su trabajo, termina por ofrecer un informe burocrático que, quizás, se ajuste a la ley, pero que no compensa la labor realizada.
Cuarto, en ese sentido, no todos los arqueólogos actúan con el mismo rigor y siempre existe el temor a una evaluación negativa (no hay restos que estudiar o conservar) por parte del profesional que trata así de congraciarse con el promotor más que con la preservación de la historia.
Quinto, cuando se mira con “aprecio” a la arqueología, es porque la sociedad espera que el arqueólogo encuentre tesoros. La categoría de tesoro es muy amplia: desde la inevitable bolsa de monedas de oro que inevitablemente el arqueólogo se embolsará para su beneficio propio, a un resto construido que pasa a tener, en el imaginario de algunos antigüeños, un valor tal que merecerá paralizar eternamente una obra o, incluso, desviar la circulación por otra calle.
Sexto, ese miedo a los tesoros que bloqueen un proyecto hace que la mayor parte de los propietarios no cooperen en la difusión de los resultados y que el marco principal sea el Simposio de Arqueología, con lo que la trascendencia de nuestro trabajo queda en el estrecho círculo de los arqueólogos coloniales.
Séptimo y finalmente, la arqueología es una técnica científica. Como tal, exige una especialización y unos tiempos de trabajo que requieren de una financiación válida. Pero resulta difícil convencer a aquellos que han de pagar la arqueología para que lo hagan, si no hemos resuelto los seis inconvenientes previos.
El balance, por tanto, no es muy optimista, y la valoración social de la arqueología en la Antigua es negativa.
Algunas posibles mejoras para la Arqueología Histórica de La Antigua
Antes de lanzar nuestra propia propuesta de posibles mejoras, y a la vista de los inconvenientes presentados, retomemos las alternativas planteadas por los autores de veinticinco años de arqueología.
El primer grupo de propuestas era una reforma legal. Pero ya hemos visto como una de las principales quejas de promotores, propietarios y especialistas de la construcción, era el fárrago burocrático. De modo que si hubiéramos de pensar en una reforma legal no sería para crear más leyes, procedimientos o normativas, sino para simplificar y aclarar lo que existe. Sin duda, facilitaría el trámite administrativo, pero seguimos sin entrar en el corazón del problema: por qué hacemos arqueología histórica.
Pero además, la financiación no puede ser pública, salvo que estemos interviniendo en un edificio público. ¿Por qué habría de pagar con mis impuestos el estudio arqueológico de un inmueble privado? Habrá quien diga que la historia a conservar es tan importante, que ha de ser patrimonio de todos.
Por supuesto que la historia es de todos, pero eso no supone que la investigación histórica haya de provenir de financiación pública, sino de aquellos organismos y personas que estén interesados en dicha investigación, que pueden ser públicos o privados. En ese sentido, el principal interesado en conocer la historia de un inmueble ha de ser su propietario, pero, para ello, hemos de explicarle el porqué de ese interés.
Esto nos lleva al segundo grupo de propuestas de los autores de Veinticinco años: la metodología participativa que incluya a una serie de instituciones públicas.
En principio, la arqueología la hace un especialista y ese especialista se forma en una universidad, ahí empieza y acaba la participación de las universidades: en la formación del especialista. Si la universidad debe después validar la labor del arqueólogo, tal como se proponía en el artículo citado, flaco favor se hace la universidad a sí misma, pues está reconociendo que no le formó bien. Tampoco la municipalidad tendría por qué intervenir (salvo que se estuviera trabajando en propiedades del Ayuntamiento y, en ese caso, su participación sería como propietario). Al final, es la unidad de arqueología del CNPAG la que supervisa la tarea realizada. Porque todo trabajo científico ha de ser validado por los pares del especialista. En ese sentido, podrían generarse fórmulas alternativas, como el propio Simposio, donde los colegas podrían validar el trabajo realizado.
Si el trabajo se hizo mal, dado que la arqueología es una práctica básicamente destructiva, va a ser difícil recuperar lo perdido. Al final, la penalización para el arqueólogo debería ser su exclusión del trabajo arqueológico. Y esa exclusión se puede realizar por parte de un funcionario del CNPAG, pero mucho mejor por parte de los colegas que participen en un congreso. Es muy conocido el caso del científico surcoreano Hwang Woo-suk, quien falseó sus experimentos con células madre (abc.es 2013). Cuando los otros científicos lo descubrieron, Hwang perdió a sus financistas y su puesto. Un mal trabajo científico tiene una mala recompensa.
En realidad, la participación no es tanto en el momento de la investigación arqueológica, sino en el momento de la difusión de los resultados y de cómo ponerlos en valor.
Esto nos lleva al tercer grupo de propuestas del artículo de los Veinticinco años: acabar con el desinterés de los propietarios. Pero cómo acabar con ese desinterés si después de ahora ya treinta años lo que mayoritariamente hemos hecho ha sido aplicar medidas legales claramente contrarias a los intereses de los propietarios en vez de mostrar la calidad de nuestro trabajo.
Retomemos, por tanto, la tarea que hace un arqueólogo en una excavación de rescate.
Primero, la Antigua es una ciudad viva y sus habitantes van a seguir modificando la ciudad. Esa modificación puede seguir cauces convenientes o inapropiados. Pero se va a dar. El arqueólogo tiene que intervenir para garantizar que durante el proceso de modificación se documentan tanto los restos hallados, como la modificación en sí. El arqueólogo interviene porque necesitamos aprender y aprehender nuestra historia.
Pero además, en segundo lugar, el arqueólogo asesora al propietario y al arquitecto sobre el trabajo que se está realizando.
Para comenzar, el arqueólogo da una cronología de los restos. Sin cronología no hay historia. Si el arqueólogo no puede dar una cronología (primero, relativa; luego, absoluta), no está haciendo su trabajo.
A partir de esa cronología, el propietario y el arquitecto pueden tomar una serie de decisiones, desde criterios de restauración, a elementos a preservar o eliminar. Sí, eliminar. Un espacio arquitectónico, a la hora de ser restaurado, no puede ser concebido como una pintura o una escultura. Los seres humanos vivimos dentro de la arquitectura, caminamos por ella, la empleamos, la manchamos, la arreglamos. Si quisiéramos que un edificio histórico se conservara intocable, habría que cerrarlo a su uso y conservarlo bajo una mampara de cristal y aún así se deterioraría. Los edificios mejor conservados son los que tienen vida, los edificios vivos cambian, el arqueólogo es el primero (como especialista en tiempo) en proporcionar la información que mejor permita conservar la esencia del pasado sin ponerle barreras al presente. Por supuesto que su criterio ni es el único, ni el mejor, pero ha de darlo.
En tercer lugar, el arqueólogo no ha de concebir la operación de rescate como un hecho aislado, sino ser capaz de integrarlo en una investigación mayor. Realizada por él mismo o como un aporte a los trabajos de otros. Cualquier excavación de un edificio histórico de la Antigua debería ser un ladrillo más en la gran construcción de la historia de la arquitectura de la Antigua, pero desde el momento que ese ladrillo no se incorpora a la obra, el trabajo del arqueólogo se pierde y el interés del propietario y el arquitecto por la arqueología disminuye. No es lo mismo realizar un informe que será archivado en un organismo público sin más trascendencia, a que el propietario descubra que su inmueble pasa a formar parte de la evolución arquitectónica de la Antigua. Eso no significa que los turistas se abalanzarán sobre el edificio restaurado, sino que el propietario sentirá más orgullo por dicho edificio y por el trabajo del arqueólogo.
En cuarto lugar, el arqueólogo debe entender perfectamente las condiciones en las que interviene. No puede ser el responsable de paralizar una obra, de encarecerla, de impedir que el proyecto se lleve a cabo. Una vez más: la Antigua es una ciudad viva y si el pasado impidiera el desarrollo del presente, la Antigua moriría.
Si el dueño de un predio quiere construir un hotel para poder recibir más visitantes y así desarrollar mejor la economía de la ciudad, no es el arqueólogo el que ha de evitar esa construcción. Sencillamente, ha de invitar al propietario del predio a adecuar su hotel a la conservación de la historia.
¿Cómo lograrlo? Para empezar, ajustándose al presupuesto de la obra. Por supuesto que la arqueología es una partida más del presupuesto. Pero que puede ser una inversión cuando da resultados y un gasto oneroso cuando sólo da perjuicios.
¿Cómo evitarlos? Vamos a dar algunos ejemplos.El primero, no prolongando plazos. Hay que acabar en una fecha determinada. El arqueólogo podría trabajar más horas al día que el resto de los operarios, o los fines de semana y después recuperar ese tiempo con más jornadas de vacaciones.
¿Por qué un arqueólogo no puede tener un horario funcionarial? Primero, porque si hubiera querido ser un administrativo en una oficina, no habría sido arqueólogo. Segundo, porque nunca puede ser la causa de un retraso en una obra. En el momento que lo sea, quizás haya cumplido con el horario establecido en el convenio laboral, pero habrá perjudicado mucho su labor arqueológica y la de sus colegas para el futuro. Y, con ello, la conservación de la historia. ¿Podríamos imaginar a un médico en mitad de una operación que dijera: mañana seguimos interviniendo al paciente porque ahora son las cinco, hora de marcharse a casa? Un yacimiento arqueológico es como un paciente en un quirófano. Hemos de garantizar la mejor operación antes de marcharnos a casa.
Otro ejemplo, si en el edificio histórico se ponen andamios que el arqueólogo puede aprovecharlos para una lectura de paramentos, entonces utilicémoslos, respetando las normas de seguridad, cuando no causemos problemas a los albañiles, cuando éstos estén en otro tajo, cuando se hayan ido a comer. Pero en ningún caso prolonguemos el tiempo de permanencia de los andamios porque no nos dio tiempo a hacer una lectura correcta cuando estaban puestos. Es más, lo ideal es tener muchas horas consecutivas para hacer una buena lectura de paramentos. Pero si no es posible, hagámoslo por tramos, pero garanticemos que no aumenta el presupuesto de la obra porque el arqueólogo pidió que los andamios se quedaran una semana más.
En ese sentido, el arqueólogo puede planificar un trabajo con una serie de etapas lógicas y cómodas para él mismo. Pero si en mitad de la obra necesitas abandonar un sondeo para resolverle un problema al arquitecto o al maestro de obra, el problema de ellos es prioritario sobre el placer de permanecer en el sondeo.
De igual manera, es importante saber adecuar el método de trabajo a los hallazgos que se van haciendo. En el artículo de los Veinticinco años se recordaba que muchas excavaciones comenzaban por retirar ingentes cantidades de basura, fruto del abandono del lugar durante muchos años y, sobre todo, de la desidia de los ciudadanos por conservar sus ruinas.
Una vez hecho un sondeo inicial que establezca el espesor de ese basurero, es posible retirarlo, incluso, con excavadora. No sólo un nivel de basura puede ser retirado con máquina. En realidad, el arqueólogo debe saber combinar el uso de la palustrilla, la pala y la excavadora (si la hay) para hacer más eficaz su trabajo. No por excavar todo un yacimiento con palustrilla, el trabajo es más riguroso. En al menos dos ocasiones, hemos trabajado con máquinas excavadoras, en las Tullerías del Louvre, en París, y en el palacio de Cogolludo, en Guadalajara, y en ambas situaciones consideramos que la lectura estratigráfica fue acertada y la recuperación de materiales adecuada. Es más, en Cogolludo no sólo obtuvimos más de dieciséis mil azulejos en el vaciado de los jardines (hecho con excavadora), sino que rescatamos una escultura romana del siglo II d. de C., donde si uno se fija con atención podrá ver el punto en el que la máquina rozó la rodilla de la estatua, sin hacerle ningún otro daño.
Un ejemplo más de una buena gestión del yacimiento. En los días de lluvia, los albañiles no suelen tener mucho trabajo que hacer. Pueden ayudar a los arqueólogos a lavar el material, sobre todo el cerámico. De esa manera, se adelante esta tarea que suele dejarse para el final y el maestro de obras no sufrirá por ver a sus trabajadores ociosos.
En este sentido, no hemos de olvidar el trabajo crucial que pueden hacer los albañiles. Por lo general, son las personas más capacitadas para manejar la palustrilla y la piqueta, el pico y la pala. Los más habilidosos para hacer sondeos o desplazar la tierra. Y con una formación breve, para distinguir estratos bajo tierra o en el muro de una iglesia.
Una excavación con muchos arqueólogos y muy pocos albañiles es una excavación costosa, que avanzará lentamente y donde los arqueólogos se dedicarán a empujar la carretilla en vez de analizar la estratigrafía. Una excavación con pocos arqueólogos y unos cuantos albañiles, será una excavación más económica, más eficaz y donde los arqueólogos harán de arqueólogos y no de peones terraceros.
Habrá quien piensa que trabajar con albañiles y no con arqueólogos, es destruir irremediablemente el yacimiento. Es muy probable si el arqueólogo es un mal arqueólogo y no saber formar a sus albañiles. Pero si es un mal arqueólogo lo va a ser con albañiles y sin ellos, con el agravante de que sin ellos, además, será más caro.
La Arqueología Colonial como fuente de investigación histórica
Todo lo que hemos venido contando hasta aquí pensando en cómo superar los inconvenientes a la arqueología histórica carece de valor si no conseguimos difundir nuestros resultados. Cuánto más sepa la sociedad del trabajo de un arqueólogo, más reconocerá la importancia de dicho trabajo.
¿Cómo se difunde?
Desde el día uno, compartiendo con el propietario y el arquitecto en qué consiste nuestro trabajo y qué queremos conseguir. El propietario no es el enemigo de la historia que desea destruir yacimientos para llenarse los bolsillos vendiendo casas unifamiliares. Es la persona que financia la excavación y la primera que ha de entender qué hacemos allí. Si el propietario nos apoya, podemos hacer nuestro trabajo. Si nos enfrentamos a él, si lo ignoramos, si consideramos que no merece la pena explicarle nada, quizás saquemos el proyecto adelante, pero estaremos condenando nuestros trabajos futuros y los yacimientos futuros. Pero si nos entiende, si saca partido de nuestro trabajo, lograremos preservar la historia y seguro que las casas unifamiliares serán más atractivas.
El arquitecto, el ingeniero, el maestro de obras tampoco son los enemigos del arqueólogo. Son el equipo con el que trabaja y para el que trabaja el arqueólogo. Sus plazos son los nuestros y no al revés. Sus problemas son los nuestros y no al revés. Sus preocupaciones son las nuestras y no al revés. Y somos nosotros los que tenemos que conseguir que una de sus preocupaciones sea la comprensión de la historia. Por eso, hemos de compartir constantemente lo que hacemos con nuestros colegas de yacimiento.
Pero, sobre todo, con quién más hemos de compartir es con la sociedad. Hacemos historia por nuestro gusto personal y porque le va a ser útil a los otros. Sin esa utilidad social, si sólo fuera nuestro interés particular, entonces no habría leyes de protección (ni clases de historia en los colegios, ni asociaciones de amigos de los monumentos, ni museos…).
Desde el momento inicial de la excavación, del estudio de paramentos, hay que empezar a contar al público que nos puede ver desde el borde del predio, desde el otro lado de la valla, desde la banqueta enfrente de nuestros andamios qué estamos haciendo. Para ello, podemos comenzar con un panel informativo: explicamos cuál va ser el objetivo de la investigación arqueológica.
Después, el panel puede enriquecerse o cambiar según vayamos obteniendo resultados. Quizás pensemos que eso es aumentar la carga de trabajo. Bastante tenemos con excavar, dibujar los sondeos, analizar la cerámica, bregar con los obreros y la administración, para además pararnos a elaborar paneles explicando que hacemos.
Está muy claro: o hay paneles, o no hay arqueología. Pero, además, los paneles es el punto de partida. Habrá que informar con regularidad a los medios de comunicación y no esperar a que vengan a visitarnos. En consenso con el propietario y con el arquitecto. Respetando la intimidad de una propiedad privada, pero acabando con el mito de los tesoros. Informar, comunicar, explicar, enseñar.
Y en especial, a cualquier persona, a ese público general, a los viandantes, a todos aquellos que se acerquen a vernos y a preguntarnos.
Tengo compañeros que, en excavaciones de emergencia, protegidos tras sus vallas, nunca hablan con los peatones que les cuestionan porque ellos no son como animales de zoológico a los que se van a visitar. Para los que experimenten esa sensación, pueden hacer como Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, quien tiene su oficina en la sede central de la empresa, un despacho totalmente acristalado, que hace que muchos se le queden mirando trabajar, por lo que él ha puesto cartel que dice: “No tirar cacahuetes a los monos” (Jiménez Cano 2016).
Sí, hay que contestar a las preguntas de los paseantes, con tacto y educación, tratando de explicar lo mejor posible qué hacemos y para qué. Explicarlo una vez o muchas.
Después, además, podemos acudir al Simposio de Arqueología o cualquier otro congreso. Publicar sesudos artículos o extensos ensayos.
También podemos debatir con nuestros colegas en el CNPAG o en el IDAEH para que el procedimiento a seguir sea un proceso de investigación y no un trámite burocrático.
E, incluso, podemos aspirar a que los propietarios conserven las piezas que se encuentren en sus propiedades y aprendan a conservarlas y exhibirlas, como un acicate más para que entiendan y valoren nuestro trabajo.
Pero si queremos que la arqueología colonial en la Antigua deje de ser visto como una traba burocrática, hemos de conseguir que los promotores entiendan el valor de la arqueología (económico e histórico) y los ciudadanos antigüeños se acerquen a los yacimientos seguros de aprender historia de una manera atractiva.
Referencias
abc.es
2013 El engaño de la clonación humana de Hwang Woo-suk. ABC, http://www.abc.es/ciencia/20130516/abci-engano-clonacion-humana-hwang-201305161024.html.
Jiménez Cano, Rosa
2016 La cara y discreta seguridad de las estrellas de Silicon Valley. El País, http://elpais.com/elpais/2016/05/03/estilo/1462293606_152349.html?rel=mas.
Rodríguez Girón, Zoila
2012 Veinticinco años de investigaciones arqueológicas en la Antigua Guatemala, 1985-2010: un análisis preliminar del espacio, evolución y conservación. En XXV Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2011 (editado por B. Arroyo, L. Paiz y H. Mejía), pp.678-686, Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.