041. Tapaderas de barro: los sombreritos y variaciones

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Tapaderas de barro: los sombreritos y variaciones 

Introducción

La muestra presentada en este trabajo proviene de tres fuentes, dos de ellas son proyectos realizados en la ciudad de Antigua Guatemala bajo la dirección de Edgar Carpio Rezzio; el primero llamado “Proyecto Montero” en el sitio que ahora ocupa el Hotel Camino Real y el segundo en el “Proyecto La Pileta” en un terreno que se encuentra entre la Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios y la Ermita del Calvario.

La última parte proviene de un hallazgo casual descubierto durante la restauración y remodelación de una casa en el casco de la ciudad de Antigua Guatemala autorizada por el Consejo Nacional para la Protección de Antigua. Los vestigios y otros materiales asociados con ellos se encontraron en varias zanjas de aproximadamente 0.70 m de profundidad que se hicieron para introducir tubería para agua y electricidad. Dentro del ripio que se estaba desechando se encontraban fragmentos cerámicos y escasísimas piezas enteras, que al ser analizadas databan de los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y de la primera parte del XX.

Todo el material se encontraba revuelto y sin ningún contexto arqueológico, junto a gran cantidad de piedra, tejas quebradas, terrones de adobe, vidrio quebrado y otros materiales que se depositaron a manera de basurero o relleno cuando se desplomaron las paredes por los múltiples terremotos e inundaciones que ha sufrido la ciudad y que fueron desechados en el área que correspondía a la antigua huerta de la casa, que se aprovechó para construir un área nueva para la vivienda. Estos vestigios han sido removidos y revueltos varias veces durante las distintas remodelaciones y reconstrucciones que la propiedad ha sufrido a lo largo de su historia.

Por otro hallazgo fortuito se sabe que en el espacio que hoy ocupa el primer patio y bajo el jardín actual, había pisos más antiguos y que el nivel de la superficie estaba aproximadamente 1.25 metros por debajo de los niveles actuales. Al excavar un agujero para el depósito de agua se encontraron dos pisos antiguos apisonados y quemados, uno bajo el otro. El primero mide 0.05 m de espesor; simple y de tierra apisonada, ligeramente quemada y de color oscuro; el de abajo es más grueso, de barro rojo-naranja que contenía fragmentos de tiestos muy pequeños, pómez e impurezas y que mide 0.10 m de grosor.

Las paredes de la propiedad que dan a la calle exterior son anchas de mampostería colonial (adobe, piedra, barro cocido), conserva aún un salón y una pequeña habitación contigua del mismo material. Las paredes del resto de las habitaciones del primer patio eran de adobe, se cayeron y dañaron en el terremoto de 1976 y fueron sustituidas por otras de block de pómez y luego repelladas. El resto de la construcción es del siglo XXI.

Descripción-Definición

En este trabajo se presenta una propuesta para explicar la función que estas piezas tuvieron y cómo se utilizaron desde la Época Colonial hasta mediados del siglo pasado. Por no tener una función o nombre definido, han sido bautizadas en los distintos trabajos y proyectos como “sombrerones”, “sombreros”, “sombreritos” o “cucuruchos”.

Eran objetos comunes, cuyo uso era generalizado dentro del territorio nacional, utilizándose desde la Colonia hasta mediados del Siglo XX cuando fueron desapareciendo poco a poco; al ser sustituidos por otros objetos y materiales contemporáneos. Han sido hallados en gran cantidad en excavaciones casuales y en otras controladas como las que se llevaron a cabo en el antiguo Convento de Santo Domingo y en el Beaterio de Nuestra Señora del Rosario.

Todos los investigadores están de acuerdo en que se trata de objetos utilitarios, empleados a gran escala en la vida diaria; se ha sugerido que son platos para comer, pero la superficie cóncava en la que se apoyan hace que sean poco estables y que se derrame su contenido; también se ha dicho que podrían haber servido como medidas para calcular raciones de granos, alimentos u otro tipo de insumos; pero no es lógico, ya que su interior es demasiado pequeño; por estas y otras razones, todas las hipótesis propuestas han sido descartadas después de ser evaluadas.

En este trabajo sugerimos que se utilizaron como tapaderas para ollas, tinajones y tinajas, para tapar y/o sellar los recipientes que servían para almacenar granos y bebidas. Proponemos también, que fue una forma introducida por los españoles, ya que no se conocen hasta hoy otros objetos de forma similar que hayan sido encontrados en contextos prehispánicos.

Tipologías A y B: Clasificación

Se encontraron básicamente dos variantes a las que hemos nombrado como A y B, ambas servían como tapaderas, en opinión de los autores de este trabajo.

Las de tipo A son las más comunes. Se trata de piezas cónicas, cuyos bordes o labios son más delgados que el centro, el cual se caracteriza por ser muy grueso, el espesor en la parte central varía de una a otra pieza entre algunos milímetros a poco más de un centímetro. Su diámetro varía de 11 a 18 centímetros (Figs.1, 2, 3 y 4).

Se caracterizan por tener una base cóncava en la parte baja, que en nuestra opinión servía para cerrar o sellar la boca de los recipientes, tienen un vacío de forma cónica en la parte de arriba (Figs.5 y 6).

Las de tipo B tienen gran parecido con las encontradas en contextos arqueológicos en España, tanto en su forma como en sus medidas; también son circulares, aunque el grosor del centro no es tan pronunciado como en las de tipo A. Su diámetro también es variable, para adaptarse a la abertura de los recipientes, en nuestra muestra miden desde 9 cm hasta 17.5 cm; con un diámetro muy similar al de las hispanas (Fig.7).

Antecedentes europeos

El uso de tapaderas de forma similar a las de tipo B se usó para sellar o cerrar todo tipo de recipientes relacionados con el almacenaje y se remonta a varios siglos antes de Cristo, cuando fueron usadas por fenicios, griegos y romanos para cubrir las ánforas, varios ejemplares han sido recuperados en investigaciones submarinas en el Mediterráneo.

En España también se han encontrado piezas similares, especialmente las que se han recuperado en sitios asociados con las culturas islámicas de los Siglos IX al XV en Alicante y Córdova. Entre los vestigios arqueológicos recuperados en las excavaciones realizadas por J. Faus Cardona en los años 1968 y 1969 en El Castellar de Alcoi, en los alrededores de Alicante en España, se descubrieron algunos objetos que tienen similitud con una de las variantes de los “sombreritos” guatemaltecos. El material proviene de un asentamiento islámico donde se recuperaron varios objetos cerámicos de uso doméstico en el que varios se clasificaron como “tapaderas”, utilizando la seriación y nomenclatura propuesta por Guillermo Rosselló Bordoy en su investigación Ensayo de sistematización de la cerámica árabe en Mallorca, Palma de Mallorca, publicada en 1978 y Nuevas formas de la cerámica de época islámica, de 1983, para clasificar las cerámicas mallorquinas.

Todos los objetos fueron bautizados con el nombre del yacimiento donde se hallaron, por lo que se les conoce como “Forma Castellar“, agregando a su nombre varias literales y números para distinguirlas de acuerdo a las técnicas y materiales utilizados en su manufactura. Las tapaderas de la tipología 8 son las que guardan mayor similitud con las piezas guatemaltecas, lo que nos permite asociar estos vestigios con la ocupación islámica de la Península Ibérica y su posterior influencia en los tipos cerámicos traídos por los españoles a nuestro país (Fig.8).

En su descripción G. Rosselló identificó la forma tapadera de la serie 8 describiéndolas de la siguiente manera: “…la forma tapadera… son piezas de uso doméstico cuya función básica es el cierre de otros recipientes, vinculados normalmente con el transporte o almacenaje (jarra y/o tinaja), con el servicio de la mesa (jarrita/o), o en la cocción de alimentos (marmitas y cazuelas)”.

Llama la atención que algunas de estas piezas, al igual que las guatemaltecas, fueron elaboradas a mano y otras con una torneta, una especie de torno pequeño y rudimentario que permite girar las piezas mientras se modelan o trabajan.

Es curioso notar que el diámetro y la forma de las piezas españolas es muy similar al de las guatemaltecas que también varían en su diámetro en relación al tamaño de la boca de los recipientes; una razón más para considerarlas tapaderas, como las españolas. En nuestro país se les encuentra junto a vajillas utilitarias, principalmente relacionadas con la cocina y el almacenaje, como sucede también con las piezas peninsulares.

Sobre su manufactura

De acuerdo a la evaluación de Carlos González, artista, ceramista y restaurador de cerámica del Museo Popol Vuh, las de tipo A son piezas utilitarias elaboradas con la técnica de modelado. Según él, el barro húmedo se colocaba inicialmente sobre algún tipo de matriz en forma de cono y luego se moldeaba con las manos hasta darle su forma final.

El interior tiene un acabado de más calidad que el exterior, presentando un pulido rudimentario que pudo haber sido hecho con una esponja o lienzo húmedo para alisar la superficie, razón por la cual se pueden notar las líneas donde pasó. El exterior es más rústico y menos trabajado, lo que hace pensar que se ocultaba en el interior del recipiente, donde no se ve y por eso no hacía falta trabajarlo.

Las piezas luego se secaban y por último se quemaban. Por su color poco uniforme, que muestra decoloraciones y áreas más oscuras, se puede asumir que para ello se utilizaba la quema abierta, en la que las piezas se colocan dentro de una fogata que no alcanza más de 300 grados centígrados, que es una temperatura baja de cocción. Las diferencias en la temperatura de la quema, causan las variaciones en el color de la superficie que se observa en ellas (Figs.9 y 10).

En el caso de las piezas tipo B, el acabado es más fino y pulido, la superficie es mucho más lisa; muchas de ellas tienen engobe y decoración con tierras blancas, rojas y negras, con diseños de las de tipo Chinautla. Estas tienen una pasta más fina y delgada, son mejor acabadas, algunas tienen superficies pulidas con engobe o decoración hecha con tierras de color blanco, rojo, naranja y ocre. También utilizó la quema abierta en esta variante (Fig.11).

Análisis del material

La muestra hallada en la residencia del casco colonial consta de 102 objetos que fueron clasificados usando como base su diámetro, aclarando si se trataba de piezas enteras, casi enteras ó fragmentos, así como la tipología a la que pertenecen y si se trataba de piezas rústicas o decoradas. Se encontraron seis piezas enteras, dos casi enteras y el resto eran fragmentos, que en la mayoría de los casos tenían aún una parte de su borde, lo que permitió clasificarlos y averiguar el diámetro que tuvieron originalmente.

Dentro de la tipo B se encontraron varias piezas de cerámica estilo Chinautla con decoraciones muy similares a las reportadas por Paredes y Romero (1998: 780) sobre el material encontrado en el antiguo Convento de Santo Domingo: “La decoración se presenta en colores bicromos, rojo o naranja sobre blanco; tricromos, rojo y naranja sobre blanco, rojo y ocre sobre blanco, rojo y negro sobre blanco, naranja y ocre sobre blanco, naranja y negro sobre blanco; policromos, rojo, naranja y negro sobre blanco, rojo naranja y ocre sobre blanco”. El diseño de las decoraciones es muy similar al de los tipos 2-3 y 4-5, mencionado en la investigación de los mismos investigadores (Ibíd.:787) (Fig.12).

Según algunos textos antiguos, esta cerámica era fabricada por indígenas en la Ciudad de Santiago y de allí se llevaba hacia otros lugares en los que generalmente había presencia dominica como: Amatitlán, Villa Nueva, Bárcenas, Zacapa, Teculután, etc. Tal como se relata: “…un texto antiguo del siglo XVII…El señor presidente y oidor real de la real audiencia de su majestad y corregidor real del Real derecho de tierras Prior general de la orden de Calatraba del corregimiento de Acasaguastlán, es quien tiene que mediar entre las actividades que realicen los indígenas y velar por que las encomiendas que lleguen de la ciudad de Santiago no se extravíen en esa jurisdicción”. (Ibíd.: 783) (Fig.13).

En el caso de las piezas y fragmentos del tipo A, es posible compararlos con los hallados en el Proyecto Montero (2005) donde se encontraron 681 piezas con esta forma, todas pertenecientes a los Siglos XVII y XVIII de la Época Colonial. El material recuperado se asocia con actividades domésticas y pudo haber sido depositado allí a manera de relleno o basurero, como sucedió en la vivienda del Barrio de la Merced. De acuerdo a la información recabada, se sabe que ese espacio corresponde con un antiguo barrio en las afueras de la ciudad, lo que concuerda con el material encontrado, que corrobora que allí se llevaban a cabo actividades domésticas (Fig.14).

En las excavaciones del Proyecto La Pileta que se llevaron a cabo en el 2009, también se encontraron gran cantidad de tapaderas de tipo “sombrerito” del tipo A, fueron los primeros objetos hallados y también los más numerosos porcentualmente. Las excavaciones también indicaron que el sitio estaba ligado a actividades cotidianas. Los vestigios recuperados en el lugar también podrían haber sido desechados por actividad humana o fueron arrastrados hasta allí por desastres naturales como las inundaciones del Río Pensativo (Fig.15).

Asociación con los materiales que se encontraron junto a ellos

Junto a estas piezas había piedras y manitas de moler fracturadas e incompletas y gran cantidad de fragmentos cerámicos, en algunos casos con vidriado de poca calidad. La mayoría de los fragmentos pueden ser asociados con la preparación o el almacenamiento de los alimentos, ya que la mayoría de los vestigios consistía en fragmentos medianos y pequeños de ollas ahumadas incompletas. También había orejas y unas cuantas bocas de tinaja, fragmentos de botijas, batidores y ollitas de barro (Fig.16).

Ya que todos los materiales mencionados anteriormente se relacionan con el almacenaje y preparación de alimentos que se guardaban en las despensas, alacenas y cocinas, se puede asumir que estos “sombreritos”, eran utilizados en el mismo contexto (Fig.17).

Se sabe que las dimensiones de la propiedad actual no corresponden con las que tuvo en otras épocas, la mayoría del material fue encontrado en el segundo patio de la casa, que se encuentra al lado de una cocina colonial con linternilla, que se encuentra en la propiedad de un vecino. Por su ubicación, se puede considerar que esa fuera la cocina de la casa original y que por los fraccionamientos y divisiones que ha sufrido la propiedad, haya quedado al otro lado de la pared, lo que permite suponer que estos objetos sirvieron alguna vez para cocinar y almacenar los alimentos de la casa colonial.

Desgraciadamente hay muy pocas piezas enteras, la mayoría de los materiales asociados está incompleto o fragmentado, lo que no aporta suficiente información.

Testimonios de personas que los han utilizado, que los han visto o que recuerdan su uso

  1. Norberta Puluc de Quelex (67 años) originaria de la aldea El Pilar I, San Juan Sacatepéquez.

Dijo que se acuerda que se usaban para tapar grandes ollas “de las que se usaban antes” para almacenar granos por periodos cortos de tiempo, ya que en las casas de piso de tierra apisonada, las tinajas absorben la humedad de la tierra y ésta pasa a los granos que se encuentran en el fondo.

  1. Petronila López Lastor (87 años), originaria de la aldea La Soledad, Acatenango, Chimaltenango.

La entrevistada recuerda que estas piezas se utilizaban como tapaderas de grandes tinajas que se usaban para almacenar granos y evitar que los insectos o los roedores los dañaran o se los comieran. Dijo que antiguamente se acostumbraba colocar chiles secos en la boca del recipiente para evitar que gorgojos y otras plagas los dañaran. Recuerda que también se usaban para tapar ollas de licor casero.

  1. Mauricio Quelex (38 años) originario de la Aldea El Pilar I, San Juan Sacatepéquez.

El entrevistado indicó que desconoce para qué sirven estos objetos, pero que los ha visto antes. Dijo que mientras se encontraba preparando para la siembra un terreno de su propiedad, encontró una de estas piezas junto a una manita y una piedra de moler, ambas fracturadas e inservibles. El informante sabe que el lugar donde encontró los vestigios fue un caserío y que sus habitantes abandonaron el lugar después del terremoto de 1976. Indicó que en el pueblo dicen que en el sitio vivieron personas por muchísimos años, pero que no sabe desde cuándo.

  1. Antonio Quelex (79 años) originario de San Juan Sacatepéquez.

Informó que se usaban como tapaderas de tinajones o tinajas grandes y medianas para“cusha” (licor casero elaborado con afrecho, azúcar, jengibre, chile seco y agua) y/o vino de mora, que también se fabricaba en la población. En esos recipientes se guardaba el licor destilado y para sellarlo se usaba la corteza o cáscara del tronco de la planta de banano que se secaba en patios o sobre las tejas del tejado. Con ella se envolvía la tapadera y luego se amarraba con fibras de la misma corteza. Este material sella el aire exterior y no permite que nada entre, por lo que el licor podía permanecer en ellos hasta que se usara.

Indicó que los granos solamente pueden permanecer poco tiempo en recipientes de barro porque la humedad del piso de tierra apisonada pasa al fondo de la tinaja y los granos del fondo se “nacen” (al humedecerse retoñan o se pierden, quedando inservibles).

  1. Ramona Hernández, (40 años) originaria de la Aldea Paxixil de San Francisco El Alto, Totonicapán.

Al ver las fotografías de los “sombreritos”, recordó que cuando era niña, las personas de su aldea usaban este tipo de tapaderas para los tinajones donde se guardaban el maíz y el frijol. Se acostumbraba poner chile seco en la parte de arriba, para evitar que se lo comieran los insectos y otras plagas. Las vasijas se tapaban con estas piezas, que por su forma y peso, no podían ser removidas por las ratas, gatos y otros animales que algunas veces trataban de comerse los insumos.

  1. Adolfo Méndez-Vides: nacido en la década de 1950, originario de Antigua Guatemala.

Recuerda que en las casas se colocaban las tinajas debajo de los filtros de piedra y cuando se llenaban, se tapaban con estas piezas, para evitar que el agua se contaminara con moscas, mosquitos y otros insectos que algunas veces caían en la superficie del líquido.

Sobre la propiedad y sus habitantes, desde el Periodo Colonial hasta nuestros días

Aunque no se tiene mayor información sobre los dueños originales de esta propiedad en el Siglo XVI, cuando se fundó la ciudad; si se tiene conocimiento de los nombres de algunas de las personas que vivieron en ella en los Siglos XVII y XVIII, gracias a varias escrituras públicas relacionadas con censos (préstamos) y traspasos, que aún se encuentran en el Archivo General de Centro América y que fueron transcritas y publicadas por el Lic. Juan José Falla en cinco tomos. Tampoco se sabe mucho sobre sus dimensiones originales o sobre las alteraciones que ha sufrido con el paso de los siglos.

La casa se sitúa en la manzana 31 en el Barrio de la Merced. Entre sus moradores se cuentan algunos oficiales como Alonso Rodríguez, Escribano del Cabildo (1626) (Falla 2001:353), Juan Palomino de Vargas, Escribano Público (1634) (Ibíd.:46), Nicolás Maeda, Escribano Receptor del Número de la Real Audiencia, quien también ocupó el puesto de Escribano de Provincia (1662) (Falla 2006: 56), el Br. D. Antonio de Ochaita, Presbítero en 1702; ese mismo año el Capitán Capitán D. Francisco Xavier de Folgar, compró una propiedad en la manzana (Falla 2007:148, 149).

La casa se encontraba en las cuadras más alejadas del centro de la ciudad, por lo que sus moradores tampoco eran personas de gran importancia. Los distintos documentos mencionan que en la manzana hubo casas con techo de paja y otras con teja, que eran de mayor categoría.

En el Siglo XX era propiedad de la familia Solares, heredada a los Solares Nájera, que dividieron la propiedad, se quedaron con una parte y vendieron la otra a Lily Aguirre, quien a su vez la vendió a su amiga Marina González Arroyo, quien acababa de divorciarse de su esposo, el Dr. Aceituno. Al morir, la propiedad fue vendida a los dueños actuales, esto según información obtenida en una entrevista a Luis Aceituno, nieto de Doñá Marina González.

Se menciona también en las escrituras a varios vecinos, sin hacer alusión a su ocupación.

Varias propiedades en la manzana contaban con techos de teja y otras con techo de paja, lo que indica diferencias económicas entre los vecinos; por su ubicación, lejos del parque, se puede pensar que sus moradores tampoco pertenecían a las clases más altas de la ciudad.

No se tiene aún ninguna información del Siglo XIX, pero se sabe con seguridad que a principios del Siglo XX, era de la familia Solares (Rafael Felipe Solares Miranda, su hijo José Rafaél Carranza y luego la heredaron sus descendientes, los Nájera Solares, quienes la desmembraron en dos propiedades, como está actualmente.

Comentarios y conclusiones
  1. Estas piezas se utilizaban en la vida cotidiana y permitían sellar o proteger vasijas, tinajas y otros recipientes en los que se almacenaban alimentos y bebidas. Pareciera que tuvieron una función ligada a actividades domésticas.
  2. Por su forma, era difícil que los roedores y otras plagas tuvieran acceso a los alimentos, ya que se adaptan a la forma de la boca y el cuello de las vasijas y tinajas.
  3. Las tapaderas de tipo A eran piezas simples, elaboradas por artesanos poco especializados, ya que al analizar sus características se puede notar que no se puso mucho empeño para alisar o perfeccionar su superficie, algunas incluso tienen fracturas causadas por el poco cuidado que se tuvo durante su elaboración.
  4. Predominan las de acabados rústicos y burdos asociadas con el tipo A.
  5. Se puede notar más cuidado y especialización en la elaboración de la mayoría de las tapaderas del tipo B, que tienen superficies más pulidas y en muchos casos, algún tipo de decoración o engobe que en todos los casos se asocia con el estilo Chinautla.
  6. Su uso se extendió hasta mediados del siglo XX, cuando las desplazó la tecnología o las nuevas costumbres.
  7. Su uso y forma fueron introducidos por los españoles, ya que no se encuentran objetos similares en contextos prehispánicos.
Referencias

Falla, Juan José

2001   Extractos de Escrituras Públicas: 1538-1657, Vol. III, protocolo del Escribano Real y Público Sebastián Ramírez, signatura A1.20, Leg. 1247, año 1626. Museo Popol Vuh, Editorial de los Amigos del País, Fundación para la Cultura y el Desarrollo, Guatemala. p.353.

2006   Extractos de Escrituras Públicas: 1643-1694, Vol. IV, protocolo del Escribano Público Luis de Andino Lozano, signatura A1.20, Leg. 511, año 1662. Museo Popol Vuh, Editorial de los Amigos del País, Fundación para la Cultura y el Desarrollo, Guatemala, p.56.

2007   Extractos de escrituras públicas: 1691-1724, Vol. V protocolo del Escribano Real Diego Coronado signatura A1-20, Leg. 611, año 1702, vol. V. Museo Popol Vuh, Editorial de los Amigos del País, Fundación para la Cultura y el Desarrollo Guatemala. pp. 148-149.

Paredes, José Héctor y Luis A. Romero

1998   La cerámica tipo Chinautla del Convento de Santo Domingo. En XI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1997 (editado por J.P. Laporte y H. Escobedo), pp.778-789. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.

Pérez Botí, Germán

2007   La evolución formal de la serie Tapadera de El Castellar de Alcoi (Alicante) en la época islámica. Dialnet 16:183-184.

Roselló Bordoy, Guillermo

1978   Ensayo de sistematización de la cerámica árabe en Mallorca. Palma de Mallorca, España.

 

Fig. 1: Dibujo de tapadera de “sombrerito” del tipo A.

Fig. 2: Dibujo de tapadera de “sombrerito” del tipo A.

Fig. 3 (5): Fotografía pieza del tipo A.

Fig. 4 (7): Dibujo de una tapadera del tipo B, muy parecida a las halladas en el sitio de El Castellar en Alicante, un sitio que fue habitado por un grupo islámico en los siglos IX al XV.  Su uso y forma fue introducido por los españoles a América.

Fig. 5 (8): Tapadera del tipo B, cuyos diámetros varían de acuerdo a la boca de los recipientes.

Fig. 6 (11): Tapaderas del tipo B con superficie decorada.

Fig. 7 (14): Tapaderas del tipo B con superficie decorada.

Fig. 8 (13): Boca incompleta de una tinaja en la que se puede apreciar la forma en la que la tapadera de tipo A se adapta a la forma de su cuello.

Fig. 9 (17): Jarra incompleta con una tapadera del tipo B.