19. ¿Hay algo nuevo en los estudios económicos del Área Maya?

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¿Hay algo nuevo en los estudios económicos del Área Maya?
Introducción

“La reconstrucción de la economía Maya antigua está lejos de ser completa” (Sharer y Traxler 2006: 631).

La economía ha sido una de las temáticas más discutida durante los últimos años, y no solamente en el ámbito de la Arqueología. Cada día, los periódicos o la televisión nos bombardean con la información que parafrasea a los ecónomos o políticos quienes hablan incansablemente sobre la “productividad”, “las industrias”, el “crecimiento económico”, “reformas económicas” y que la “economía del año x crecerá 2.5%”. Traduciendo este lenguaje peculiar a la vida cotidiana, ya se conocen las incongruencias entre lo dicho y hecho.

Mientras que el discurso mediático sobre la economía parece olímpicamente de lo mismo, la Antropología Económica evita sermones elocuentes y examina las particularidades de los sistemas económicos. En lugar de catalogar todo dentro de un saco con la etiqueta generalizada del “Capitalismo”, la Antropología Económica demuestra una vasta diversidad de comportamientos económicos a nivel mundial. Oberg (1973:87), por ejemplo, menciona al yitsati -de los tlingit de la costa Nor-occidental de América del Norte, quien es –a parte de figura ceremonial– también un encargado que decide qué bienes se acumulan para intercambiar; Eli (2010) nos adentra al comercio de los burros en Kashgar, China; Godelier (1980:282-283) menciona a los baruya y sus prácticas de intercambio dual de la sal basado ya sea en la redistribución o la comercialización.

Sin embargo, el tema de este trabajo no son sociedades actuales sino pretéritas. Más específicamente, se mostrará cómo se aborda la temática de la economía en Arqueología Maya, con enfoque particular en la producción, el intercambio y el mercado. La idea principal de este trabajo no consiste en destacar algún hallazgo de X lascas o núcleos de obsidiana que indicarían “el crecimiento en la exportación y capacidad productiva” o incluso “el repentino crecimiento económico de los Mayas de la época dorada del Clásico”. Los objetivos son más bien de evidenciar –a grandes rasgos– que los estudios económicos han avanzado –en cierta forma– a nivel teórico y metodológico pero que, a su vez, se han paralizado a nivel hermenéutico en la “fiebre mercantil” [la mayoría de los contextos son el resultado de las actividades del mercado y/o comercio (Speal 2014: 92)]. Asimismo, se presentarán algunas reflexiones desde la Antropología Económica que fungirán para aumentar los niveles de endorfina, dopamina o serotonina con el fin de incentivar otros modelos económicos en oposición al frecuente copy-paste del sistema económico actual aplicado a los antiguos Mayas (cf. Kowalewski 2012).

La producción

“Arqueólogos, incluyendo a mí mismo, han pasado

mucho tiempo documentando lo obvio, que hubo mercados y producción especializada en Mesoamérica. Pero poco ha sido escrito sobre cómo la economía operaba (Kowalewski 2012: 188).

Cuando se desentierra una vasija polícroma, una navaja prismática de obsidiana, una cuenta de jade, un cuchillo bifacial de sílex, un mano de metate de basalto, a parte del asombro y del fetiche de poder manosear un objeto de valor histórico-cultural, también surge la incógnita desde la ignorancia académica: ¿cómo fueron producidos estos objetos?

Gracias al interés por iluminar la producción, los materiales arqueológicos que antiguamente carecían de importancia por su estética, hoy en día desempeñan el papel fundamental en la reconstrucción del pasado. Partiendo de estudios experimentales y etnográficos, los “pedazos” de obsidiana se han convertido en lascas casuales, lascas bipolares de percusión, lascas de adelgazamiento, núcleos exhaustos, núcleos poliédricos(e.d. Clark 1982; Clark y Bryant 1997) y se han identificado posibles talleres e industrias (e.d. Hester y Shafer 1992; Moholy-Nagy 1990). Los análisis químicos y etnoarqueológicos (e.d. Deal 2007; Foias y Bishop 1997) han devuelto de las nubes a las toneladas de tiestos, clasificados por tipo-variedad, al terreno donde empezó la producción, identificando la composición del barro y su procedencia, las técnicas de manufactura, los posibles lugares de producción y el estilo (e.d. Reents-Budet et al. 1994). Las conchas y los caracoles también han pasado más allá de la clasificación taxonómica y su tipología (e.d. Súarez Díez 1974, 1977) y se ha estado profundizando más sobre las técnicas de manufactura y talleres a través de la Arqueología experimental, la iconografía, la etnografía y la etnohistoria (Trubitt 2003).

Así se podría continuar con un sin fin de materiales y sus respectivos avances en cómo los antiguos Mayas transformaban la materia a objetos de sus necesidades. No obstante, e independientemente de las mejoras metodológicas, en la actualidad existe un paradigma que explica la producción esencialmente, por un lado, en términos de poder y por el otro, en términos de “mercado”. Dentro de las interpretaciones de tendencia se encuentran aquellas que ven si la élite controló o no la producción sobre objetos o artesanos (e.d. Andrieu et al. 2014; Ardren et al. 2010), si las unidades domésticas producían excedente para el mercado o no (e.d. Shaw 2012) y si el artesano fue un vendedor ambulante o no (e.d. Andrieu 2013). Aunque a menor escala, otras interpretaciones que suelen acompañar este paradigma son también, por ejemplo, investigaciones sobre si hubo producción especializada o no (e.d. Inomata 2001), si los artesanos trabajaron tiempo completo o parcial (e.d. Abrams 1987), si hubo talleres o no (e.d. Andrieu et al. 2014; Moholy-Nagy 1990), si la producción fue local o no local (e.d. Andrieu 2013), o si el artesano fue diestro o zurdo (e.d. Andrews 2003). Todos estos “sís” o “nos” han sido conceptualizados bajo el esquema de la organización de la producción, empero, a la hora de armar este rompecabezas, se nota una particularización del conocimiento cuya base reside en una excesiva especialización que imposibilita generalizar siquiera a nivel del sitio. ¿Por qué? ¿A qué conclusiones generales se llega sabiendo que la unidad doméstica 1 del sitio A producía navajas de obsidiana de forma parcial? O que el artesano de la estructura 38 del sitio B hacía objetos simbólicos de jade de color verde para sí mismo o sus amigos; o que la pasta de la vasija de tipo X- variedad E del Clásico Terminal contiene desgrasante de obsidiana.

Subjetivamente opinando desde la humilde ignorancia, las investigaciones sobre la producción en el Área Maya cuentan con una gama de herramientas metodológicas y teóricas que efectivamente agregan cada día una nueva “capa” del conocimiento nuevo que se expone en revistas de alto rango y valor curricular, pero que a su vez tiene el carácter más bien informativo, acumulativo y con el mismo cuadro interpretativo (cf. Widmer 2009). A pesar de haberse escrito algunas síntesis –especialmente de cerámica (Costin 2000; Rice 2009), ¿es plausible catalogar la organización de la producción de los antiguos Mayas mediante datos asincrónicos de distintos tipos de bienes? ¿Qué estrategias metodológicas se requieren para tener una imagen más general? Quizás, en lugar de sintetizar, la clave es en la sincronización de “múltiples líneas de evidencia” (ver Marcus 1995: 3) de objetos de distintas materias primas y analizar quisquillosamente la diversidad o la similitud contextual; o como diría Popper (2007: 33) –filósofo de la ciencia– “deberíamos observar eventos observables que estén excluidos o prohibidos por la teoría en cuestión”, o sea analizar datos que fueron abandonados por desencajar en las interpretaciones. Otro acercamiento que refinaría la organización de la producción podría darse desde las excavaciones más exhaustivas en zonas no monumentales, sin embargo, como se deduce, este punto más bien le correspondería a una novela utópica de ciencia-ficción arqueológica ya que los presupuestos alcanzan como mucho para hallazgos sorpresivos de tumbas, reinados y su arquitectura monumental, y el resto para la restauración de monumentos con pronósticos turísticos del futuro.

Intercambio

“Ciertamente, los datos selectivos sobre el intercambio pueden ser obtenidos. Pero los problemas son inherentes en los esfuerzos de entender la organización del intercambio y/o sus relaciones con otros fenómenos organizacionales” (Plog 1977: 133).

Siguiente fascinación que emerge a la hora de excavar es: ¿por qué una unidad habitacional que manufacturaba cuchillos bifaciales y/o textiles o simplemente nada, tiene también un metate de basalto proveniente de cientos de kilómetros, unas vasijas de barro no local y un collar de jade del Valle de Motagua ubicado también a distancia considerable? El proceso social y económico que explica cómo uno obtiene lo que no tiene pero desea, necesita o piensa necesitar con fines distintos se denomina genéricamente como intercambio.

En gratitud a los avances tecnológicos que posibilitaron detectar químicamente la procedencia de una variedad de materias primas, las investigaciones del intercambio aumentaron y obtuvieron el escudo de la cientificidad ante las especulaciones previas (ver Bishop 2014). Los proyectos que sí pudieron permitirse el lujo de someter los artefactos –principalmente de objetos de obsidiana– a los estudios químicos empezaron a indagar –sobre todo– el intercambio a larga distancia y si éste fue controlado por la élite (e.d. Andrews et al. 1989; Cobos 2010; Demarest 2013) o si funcionaba en base de los mercaderes vendiendo sus productos (e.d. Braswell y Glascock 2003).

Es precisamente esta última premisa que empezó a seducir los estudios actuales de intercambio del Área Maya. Sin embargo, ¿dónde empezó esta fiebre mercantil? O como pregunta Popper (2007: 27): ¿cómo surgió esta “fe dogmática” de ver por doquier el intercambio de mercado? Para responder, se debe considerar el debate en la Antropología Económica entre los sustantivistas y los formalistas, donde los primeros rechazaron la idea del intercambio de mercado en las sociedades pre-industriales (Dalton 1976; Polanyi 1976) mientras que los segundos aceptaron su presencia en civilizaciones pre-capitalistas también (Burling 1976; LeClair 1976).

Fue precisamente Karl Polanyi –abogado principal del sustantivismo– quien declaró que el intercambio de mercado era ausente previo a la industrialización. Esta idea impactó también el Área Maya ya que el intercambio se entendía principalmente en términos de la redistribución (Masson et al. 2016: 232-233). Sin embargo, después las críticas recientes en contra de Polanyi, en la Arqueología Maya y de Mesoamérica en general, han estado surgiendo modelos arqueológicos del intercambio de mercado (ver Chase y Chase 2014; Feinman y Garraty 2010; Hirth 1998; Stark y Garraty 2010), así como intentos por descubrir su presencia más temprana (Masson y Freidel 2012).

La metodología frecuente utilizada en la identificación del intercambio de mercado ha sido por medio de los principios de la “homogeneidad contextual” y la redistribución por la aparente “heterogeneidad contextual” (Hirth 1998); aunque algunos ya cuestionan estos principios (ver Garraty 2009). Mientras que cada día se publican descubrimientos que alegan el intercambio de mercado, cabría recalcar –como lo han hecho algunos promotores de esta forma de intercambiar (Garraty 2010; Feinman y Garraty 2010; Hirth 1998; Stark y Garraty 2010)– de entender más sofisticadamente las diferencias contextuales del intercambio de mercado de otras formas, principalmente redistribución y es de suma importancia regresar a reconsiderar el papel de la reciprocidad. Con el auge de la “fiebre mercantil” se empujan del lado las nociones de un intercambio “múltiple y simultáneo” que caracteriza todas las sociedades (Bohannan 1955 en Stark y Garraty 2010: 34; Feinman y Garraty 2010) y que va más allá de la visión tripartita –reciprocidad, redistribución e intercambio de mercado.

Earle y Ericson (1977: 9) escribieron: “Los arqueólogos leen la antropología económica para aprender sobre los aspectos materiales de una cultura”. Por ende, si la misma disciplina provocó la fiebre mercantil también puede ser un indispensable paracetamol que regrese la cara de la diversidad a los estudios de intercambio (ver Speal 2014 y su análisis del intercambio a través de la lingüística histórica). Godelier (1981: 23) mencionó, por ejemplo, distintas maneras de reciprocar en las costumbres de América (Convite, Minga bailada, Cambio de Mano, Vuelta de mano); la Antropología Económica ha mostrado a nivel mundial la cara “social” del intercambio donde el mismo objeto puede ser una mercancía así como un objeto para “dar o redistribuir”, actividades que entablan y fortalecen alianzas (Godelier 1980: 269-270); Yan (2005) dio pautas de cómo, al entender u observar el intercambio de regalos en una sociedad, se logra analizar “la estructura de las relaciones sociales” más allá de aquellas del sentido mercantil. Kirsh (2006) habló sobre la acumulación de bienes para redistribuirlos y así crear más “alianzas y buenas relaciones”. Strathern y Stewart (2005: 230) mencionan también un “intercambio de riqueza atrasado” para mantener las relaciones de amistad entre grupos, donde el “atraso simboliza la confianza u obligación entre partes”.

Uno podría argumentar que al emplear la Antropología Económica a los Mayas se hace analogía inter-cultural con el intercambio actual, empero, el mismo que se hace esta pregunta asimismo necesita preguntarse hasta qué grado se ha hecho analogía del intercambio de mercado moderno con el pretérito. Quizás, y con el objetivo de hacer progresar a los estudios de intercambio, hace falta que una autoridad académica a la Polanyi tenga argumentos y actitud de negar algunas modalidades del intercambio Maya para así catalizar su búsqueda.

Mercados como lugares físicos del intercambio

“Ninguno de los ejemplos que hacen referencia a mercados –con sus marcadores que les identifiquen– muestra realmente un mercado, es la combinación de esos marcadores que ofrecen la evidencia más convincente de su existencia” (King y Shaw 2015: 15).

La presente referencia claramente sintetiza el estado en el que se encuentra hoy día la interpretación en el Área Maya sobre mercados prehispánicos. Sin embargo, y siendo muy cautelosos, se requiere hacer pregunta: ¿acaso este amalgamiento de datos y especulación es suficiente para asumir que la economía Maya prehispánica se basó exclusivamente en el intercambio efectuado físicamente en mercados? Los autores de este trabajo afirman que no.

Los mercados son lugares físicos a los que se trasladan o llevan objetos producidos por especialistas ya que miembros de la sociedad no son autosuficientes para elaborarlos. En este lugar físico se realiza el intercambio que permite a compradores y vendedores adquirir bienes y servicios. Considerando estos dos aspectos -económico y social-, y siguiendo la afirmación de King y Shaw (2015:15), se puede asumir que los Mayas eran especialistas de tiempo completo quienes produjeron para satisfacer su demanda mediante mercancías que intercambiaron por unidades económicas equivalentes al dinero, para luego adquirir otras mercancías. Pero ¿realmente así fue de clara la actividad del intercambio en el mercado cuya huella ha quedado plasmada en el contexto arqueológico? De ninguna manera, al contrario, aún estamos lejos, pero muy lejos de la contundente afirmación de King y Shaw (2015).

Por ejemplo, si la presencia física de un mercado representa el excedente, la pregunta lógica es: ¿dónde se encuentran los lugares de producción de esos objetos? ¿En dónde han sido excavados y qué tipo de evidencia fue hallada que apoye un excedente destinado a satisfacer una demanda que fue más allá del consumo de los grupos domésticos, o del consumo del propio productor? Hasta la fecha, se conoce la existencia de talleres de sílex en Colhá (Belice), jadeíta en el Valle del Motagua (Guatemala), pirita, obsidiana, jadeíta en Cancuen (Guatemala). Evidencia de talleres en otros sitios de las tierras bajas Mayas aún no se reporta ya que aún faltan realizar las excavaciones dirigidas al estudio del excedente de objetos elaborados por productores en su contexto.

Por otro lado, se afirma en el libro El Antiguo Lugar de Mercado Maya editado por King y Shaw (2015) que las plazas de los sitios Maya sirvieron como lugares de mercado. Sin embargo, ni la analogía etnohistórica, ni la evidencia arqueológica, ni los estudios químicos pueden emplearse para llegar a semejante afirmación tan enfática. Se debe de ser aún muy cauteloso para pronunciar y apoyar semejante afirmación.

Por ejemplo, la analogía etnohistórica continúa siendo ampliamente utilizada por los expertos en mercados Mayas prehispánicos y aquí se refiere al uso exagerado que se hace del mercado de Tlatelolco con los supuestos “mercados Mayas”. Quienes realizan la analogía mencionan la existencia de ese mercado del centro de México, pero no entran en el detalle espacial de cómo estaban dispuestos vendedores y mercancías. Por ejemplo, Torquemada (1975) observó que todos los objetos eran puestos en el suelo y cada vendedor tenía su lugar exclusivo. Además, en el mercado había boticarios que vendían medicinas y ungüentos, yerbateros y barberos. También en Tlatelolco había un espacio destinado a la venta de esclavos y esclavas. Otros productos que se vendían en Tlatelolco incluyeron hasta cuatro diferentes tipos de frijoles; aves vivas y muertas; ropa y sábanas hechas de algodón y henequén; cacao, maíz; tintes; ranas y pescados; navajas de sílex; plumas, miel y pegamento; sal, tabaco, cera, madera y ladrillos, por mencionar algunos.

Si se echa mano de la analogía etnohistórica y se revisan los datos arqueológicos uno se puede dar cuenta de que hasta hoy día, las excavaciones realizadas en las tierras bajas Mayas donde se reporta la existencia de mercados no reportan ninguno de los productos arriba mencionados del mercado de Tlatelolco y que deberían ser encontrados siguiendo rigurosamente la analogía etnohistórica. Alguien podría debatir que no se vale realizar semejante analogía y, claro, no aparecerá la evidencia arqueológica tal cual. Si esto es así, entonces para qué la analogía etnohistórica llevada al campo de la Arqueología.

También la evidencia arqueológica ha sido ampliamente empleada para argumentar de la existencia de rasgos arquitectónicos menores, o construcciones sencillas nada elaboradas dentro de los espacios de las plazas, que sirvieron como puestos en los mercados. Esta evidencia se fundamenta en dos hechos. Primero, la presencia de magnos espacios rodeados por una elaborada arquitectura de edificios de mampostería y abovedados asociados con el centro del asentamiento. Segundo, la presencia de rasgos lineales que definen estructuras de baja altura de diversas formas sencillas o poco elaboradas que han sido identificadas como los vestigios de puestos de vendedores. Los restos materiales de estos aparentes puestos están formados por abundantes fragmentos de piedras o cascajo de fácil fractura. La aparente existencia de mercados empleando la evidencia arqueológica ha sido reportada en Ceibal, Tikal, Pueblito, K’axba, Maringa, Ka’an Arriba, Ixtutz, Yaxha y Quiriguá en Guatemala; Maax Na, Xunantunich, Buenavista del Cayo y Caracol en Belice; Palenque, Calakmul, Sayil, Chunchucmil, Xcambó, Chichén Itzá y Cobá en México.

De los veinte sitios arriba mencionados que se han sugerido que tuvieron mercados, solamente tres han sido excavados. El primero de ellos es Xunantunich, Belice, en donde se realizaron excavaciones verticales por medio de pozos de prueba en la Plaza Perdida ubicada al norte de la Calzada II y al oeste-noroeste de la cancha para el juego de pelota (Keller 2010). Este programa de excavaciones reveló la abundante presencia de desechos de talla y secuencias de reducción así como núcleos agotados tanto de materiales de pedernal como de obsidiana. Debido a que los restos de estos materiales fueron hallados por arriba del piso estucado de la plaza, esto ha sido utilizado como un argumento para afirmar que en la Plaza Perdida se elaboraron objetos de pedernal y obsidiana en el mercado del sitio.

La existencia de un posible mercado en Xunantunich durante el periodo Clásico llama la atención, aunque una mirada detallada de los restos de material lítico también sugiere que podría tratarse de otras actividades de producción no asociadas con un mercado. Por ejemplo, se trató de áreas de trabajo de artesanos encargados de elaborar objetos de obsidiana y pedernal en un lugar abierto para satisfacer la demanda de individuos con jerarquía social alta y que ocupaban las elaboradas estructuras asociadas con la Plaza Perdida. También se pudo tratar de individuos quienes reocuparon los espacios de la élite al poco tiempo de haber llegado a su fin la principal ocupación de Xunantunich en el siglo IX. Además, la metodología de campo empleada en la excavación de la Plaza Perdida por medio de pozos de prueba –en vez de una exhaustiva y cuidadosa excavación horizontal– no fue la adecuada para revelar otros rasgos y elementos de ese gran espacio que pudiera haber funcionado como mercado.

Chunchucmil, en el lado oeste de Yucatán, ha sido excavado con el objetivo de hallar los restos físicos de un mercado. Dahlin et al. (2007) realizaron la excavación horizontal de una plaza de aproximadamente 1.5 hectáreas asociada con cuatro calzadas, una estructura de cuatro metros de alto, una plataforma pequeña y otra de tamaño medio con once piedras de moler en su superficie, una cancha para juego de pelota y varios alineamientos y concentraciones de piedras. En Chunchucmil, Dahlin y colegas interpretaron los restos de las numerosas concentraciones de piedras en el centro de un espacio abierto o plaza, como los vestigios de puestos que funcionaron en el mercado del sitio. Además, análisis químicos efectuados en una capa de suelo de 10 centímetros de grosor asociada con un alineamiento de piedras en el centro del supuesto mercado de reveló una alta concentración de Fósforo y Zinc lo que sugiere que se preparó, vendió y derramó comida, así como otras substancias y objetos. Según Dahlin, el supuesto mercado de Chunchucmil de 1.5 hectáreas pudo haber acomodado alrededor de 590 puestos. En relación a la evidencia material del mercado de Chunchucmil, Dahlin et al. (2007: 370) reportan que fue muy poca, pequeña y altamente erosionada, en otras palabras, la evidencia material no se asemeja a la reportada en Xunantunich.

En Buenavista del Cayo se reporta la existencia de un mercado en la Plaza Este (Cap 2015). El mercado fue hallado después de haber excavado 188 pozos de prueba empleando palas y alcanzar una profundidad de entre 10 y 15 centímetros, haber expuesto horizontalmente una reducida área de 217 metros cuadrados, haber realizado un estudio de detección remota del suelo abarcando un área de 11,600 metros cuadrados (Cap 2015: 123). De acuerdo a la evidencia, restos físicos de puestos de vendedores consistentes en vestigios de bajareque y alineamientos de piedra, así como los bienes intercambiados consistentes en sílex y obsidiana, indican estadísticamente agrupamientos espaciales significativos, así como la segregación o separación espacial de los objetos. La interpretación del hallazgo del supuesto mercado en Buenavista del Cayo revela que la talla de objetos de obsidiana y sílex se realizó en la parte norte de la Plaza Este. El hallazgo de preformas para obtener piezas bifaciales de sílex, así como piezas semi-trabajadas de obsidiana consistentes en núcleos y navajas, le sugirió a Cap (2015: 123, 134-135) que los objetos eran producidos en la plaza de acuerdo a la demanda y requerimientos del comprador. Por lo tanto, el transporte de la materia prima hasta la plaza se hizo “más eficiente” ya que así se evitó su ruptura o daño.

Al igual que en Xunantunich, los pozos de prueba excavados verticalmente a poca profundidad revelaron en Buenavista del Cayo la presencia de materiales de sílex y obsidiana que estaban siendo trabajados -supuestamente- en puestos. Esta afirmación lleva a considerar dos cosas. Primero, contrario a lo que afirma Cap (2015), y a lo igual que se opina para Xunantunich, los restos de sílex y obsidiana podrían evidenciar actividades de producción en una gran área abierta no asociada con un mercado sino más bien áreas de trabajo de artesanos quienes producían para la élite de las estructuras que rodean la Plaza Este, o bien, se trata de una actividad productiva que post-fecha el apogeo de Buenavista del Cayo. Segundo, la misma evidencia, como interpreta Cap (2015) podría reflejar lo que observó Bernal Díaz del Castillo (1960: 159) en Tlatelolco cuando registró que artesanos “hacían las navajas de pedernal, y de cómo las sacaban de la misma piedra”. Aquí podría haber una relación entre el dato arqueológico y la fuente histórica. Como se ve, es la evidencia arqueológica que puede ser interpretada de distintas maneras ya sea para apoyar la existencia o presencia de un mercado en un sitio, o bien, rechazarla.

Con respecto a la evidencia arquitectónica reportada en Buenavista del Cayo, los supuestos vestigios de puestos de vendedores consistentes en restos de bajareque y alineamientos de piedra resulta ser novedoso y diferente a lo reportado en el mercado de Tlatelolco. En este último mercado, numerosos religiosos y militares que vieron su funcionamiento entre 1521 y 1530/1535, ninguno de ellos se refiere o habla de la existencia de puestos permanentes en el mercado. Cabe recordar que Torquemada (1975) observó que todos los objetos puestos a la venta en el mercado de Tlatelolco eran colocados en el suelo. Otro dato a considerar sobre los puestos de vendedores reportados en plazas es que bien pudieran tratarse de rasgos construidos tardíamente. Por ejemplo, en Chichén Itzá, Ruppert (1925: 270) señaló que los pequeños restos de estructuras de la Plaza de las Mil Columnas pudieron haber formado parte de un mercado tardío que funcionó posterior al apogeo de Chichén Itzá. Estos pequeños restos de estructuras fueron construidos de manera simple y re-utilizando bloques de esculturas y tambores de columnas que fueron desmantelados de edificios o construcciones fechadas para un periodo anterior.

Análisis geoquímicos en los suelos de plazas se ha convertido en un elemento nuevo en el estudio de antiguos mercados. Estos estudios ponen especial atención al hallazgo de fósforo, zinc y hierro. Los residuos químicos suelen derivarse de actividades específicas que repetidamente se realizan en la misma área dejando partículas en el suelo y que perduran por largo tiempo (Terry et al. 2015: 140). Análisis geoquímicos han sido utilizados en sitios como Chunchucmil, Sayil, Mayapán y Cobá en Yucatán; Motul de San José y Trinidad de Nosotros en Guatemala; Caracol en Belice. Si bien los resultados son sugestivos al reportar cantidades significativas de fósforo y zinc en las plazas de esos sitios, aún no se ha realizado la excavación total y detallada de dichas plazas y que es el paso necesario para comprobar si lo detectado corresponde a un mercado prehispánico. Por ahora, los resultados de los análisis geoquímicos hay que tomarlos con mucha cautela. De hecho, investigadores como Marshall Becker opinan que la lectura que se realiza en análisis geoquímicos pudiera ser indicador no de huellas de un mercado, sino más bien de áreas utilizadas como letrinas o espacios que fueron cubiertos por largo tiempo por una cubierta de árboles (Terry et al. 2015: 140). Terry et al. (2015: 140), por su parte, señalan que la alta concentración de piedras de moler puede indicar área de actividad donde se concentraban pigmentos, o bien, talleres en los cuales se estaban utilizando minerales de hierro u otros elementos que contaminaron el suelo.

Conclusiones

Este trabajo se ha enfocado en la producción, el intercambio y el lugar físico denominado mercado como elementos actuales utilizados en la explicación de la economía en el Área Maya durante la época prehispánica. El resultado apunta es que es imprescindible volver a los fundamentos básicos de la Antropología Económica como fuente para explorar vías alternativas para interpretar los datos arqueológicos. Regresando y finalizando con Earle y Ericson (1977: 9) quienes escribieron que “Los arqueólogos leen la antropología económica para aprender sobre los aspectos materiales de una cultura”; es necesario concluir preguntándose: ¿Y qué se ha leído o investigado de la Antropología Económica de los Mayas?

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